Existen quienes creen que ser de derecha implica volver a un estado medieval de odio a las minorías, incluidas mujeres, personas de raza negra, personas de otras religiones y población LGBTI. Facebook y Twitter han venido implementando mecanismos para evitar la propagación no solo de mentiras, sino de discursos que inciten y promuevan el odio. En reacción, se han creado redes sociales alternativas que buscan defenderse de una supuesta censura de la ideología liberal.
Está por ejemplo Gab, red social de la cual hacía parte el asesino de la reciente masacre en la sinagoga de Pittsburgh. Algunos describen esta red como “tolerante con el extremismo”, “paraíso para los neonazis, supremacistas blancos y los ‘alt-right’(de ultraderecha)”. También existen aplicaciones como Great America o America First para que los seguidores de Trump se sientan tranquilos leyendo noticias que únicamente exalten el quehacer de su candidato.
La creciente polarización de la vida pública global llevó a un grupo de politólogos y sociólogos —incluidos Peter Bearman, de la Universidad de Columbia, y Christopher Bail, de la Universidad de Duke— a hacer un estudio en el que expusieron a grupos conservadores a tuits liberales, y a liberales a tuits conservadores. La idea era probar que exponer a la gente a visiones de pensamiento contrarias crearía una oportunidad para la conciliación y moderación. El resultado fue totalmente opuesto: cuanto más leyeron tuits contrarios a su ideología, más se afianzaron en su pensamiento original.
Quizá tenía razón Tocqueville cuando decía que las naciones libres se aferraban a sus opiniones tanto por convicción como por orgullo. Las aman porque les parecen las correctas, pero también porque son producto de su elección; se aferran a ellas justamente porque les pertenecen. ¿Qué hacer entonces en países como Colombia, donde las personas parecen proteger sus opiniones como si fueran sus entrañas? Tocqueville diría que mucha más libertad y mucho más debate, mucha más libertad de prensa y mucha más información. En otras palabras, más de lo que genera el mal hasta que nos vayamos purgando de él.
Existen quienes creen que ser de derecha implica volver a un estado medieval de odio a las minorías, incluidas mujeres, personas de raza negra, personas de otras religiones y población LGBTI. Facebook y Twitter han venido implementando mecanismos para evitar la propagación no solo de mentiras, sino de discursos que inciten y promuevan el odio. En reacción, se han creado redes sociales alternativas que buscan defenderse de una supuesta censura de la ideología liberal.
Está por ejemplo Gab, red social de la cual hacía parte el asesino de la reciente masacre en la sinagoga de Pittsburgh. Algunos describen esta red como “tolerante con el extremismo”, “paraíso para los neonazis, supremacistas blancos y los ‘alt-right’(de ultraderecha)”. También existen aplicaciones como Great America o America First para que los seguidores de Trump se sientan tranquilos leyendo noticias que únicamente exalten el quehacer de su candidato.
La creciente polarización de la vida pública global llevó a un grupo de politólogos y sociólogos —incluidos Peter Bearman, de la Universidad de Columbia, y Christopher Bail, de la Universidad de Duke— a hacer un estudio en el que expusieron a grupos conservadores a tuits liberales, y a liberales a tuits conservadores. La idea era probar que exponer a la gente a visiones de pensamiento contrarias crearía una oportunidad para la conciliación y moderación. El resultado fue totalmente opuesto: cuanto más leyeron tuits contrarios a su ideología, más se afianzaron en su pensamiento original.
Quizá tenía razón Tocqueville cuando decía que las naciones libres se aferraban a sus opiniones tanto por convicción como por orgullo. Las aman porque les parecen las correctas, pero también porque son producto de su elección; se aferran a ellas justamente porque les pertenecen. ¿Qué hacer entonces en países como Colombia, donde las personas parecen proteger sus opiniones como si fueran sus entrañas? Tocqueville diría que mucha más libertad y mucho más debate, mucha más libertad de prensa y mucha más información. En otras palabras, más de lo que genera el mal hasta que nos vayamos purgando de él.