Desde hace ya un tiempo periodistas y líderes políticos decidieron reemplazar el término “venezolano” por “extranjero”. El cambio se dio en respuesta a las críticas sobre la estigmatización que ocasiona el uso descuidado de la palabra. No hay que ser colombiano para entender las consecuencias que tiene la constante asociación pública de una nacionalidad con un delito. Habiendo sufrido la gratuita asociación que genera nuestra nacionalidad con el tráfico de drogas, uno pensaría que seríamos un poco más sensibles con las realidades de nuestros vecinos. Pero no. La máxima empatía se tradujo en un compromiso soso: en vez de especificar que los delincuentes son venezolanos, ahora hablamos de extranjeros. ¿Acaso alguien cree que estamos diciendo menos?
Hay conceptos que tienen un uso vacío, es decir que a sus significantes no les corresponde ningún significado específico. El contenido de estos conceptos depende no del contexto, como el resto de las palabras, sino de la voluntad del que los utiliza y de las demandas y deseos de quien los recibe. La idea es que cada uno lea lo que quiere leer. Pensemos en eslóganes como “Mano firme, corazón grande” o “Colombia es pasión”. Seguramente el “corazón grande” para mí no es lo mismo que para un uribista. La pasión de Colombia y “sus riquezas” no son iguales para la ministra de Cultura que para muchos de los artesanos. O para ser más crudos, no es lo mismo para una mujer que para un hombre creer que “mujeres bonitas” hacen parte del listado de riquezas, junto con mares y ríos y montañas.
Lo curioso del término “extranjero” es que se ha convertido en el ejemplo de manual para explicar lo contrario a un significante vacío. En teoría, cualquier palabra requiere de contexto para fijar su significado, y el lenguaje tiende a ser equívoco. Pero el término “extranjero” está tan cargado de significado que es muy difícil no saber con precisión de lo que se está hablando. Pensemos en las siguientes frases: “Extranjeros roban a mujer en Transmilenio”, “Si queda Petro, me voy a vivir al extranjero”, “Se casó con un extranjero”, “Soy extranjera, dijo la estudiante para defenderse de la policía”. Pocos términos en nuestro lenguaje nos dejan saber con tanta rapidez y claridad de qué extranjero se habla.
Acá lo interesante es la escisión del significado. No es nuevo el amor que sienten los colombianos por lo blanco, europeo, gringo, occidental. Lo que sí es nuevo es el rechazo que ahora también acompaña al término para referirse a lo que es más como nosotros, a lo que es más moreno y vecino. Algo que es doblemente ridículo: primero, porque nos devaluamos al devaluar al otro, y segundo, porque nos engañamos simplonamente. ¿A quién se le ocurre que con utilizar el término “extranjero” para referirse a un criminal está discriminando menos? ¿Acaso quién no va a oír venezolano?
No está de más recordar que el buen periodismo y la buena comunicación pública (sí, la de los alcaldes y policías) da datos relevantes para la historia. Que un delincuente sea extranjero es irrelevante a menos que se quiera enfatizar algo relacionado con su estatus migratorio. Que va a ser deportado, por ejemplo. Por lo demás, no tiene lugar su mención. Para poner un ejemplo: en los manuales de ética periodística estadounidenses está prohibido decir en medios que alguien que cometió un delito es negro. ¿La razón? Enfatizar el color de piel negro cuando no se enfatiza el color de piel blanco contribuye a la estigmatización de la población negra. La información sobre el color de piel se hace relevante solo si se está buscando a un fugitivo. Si su color de piel o su nacionalidad no son necesarios para nada más, entonces se deben omitir por completo. Cosas que debemos aprender del extranjero.
Desde hace ya un tiempo periodistas y líderes políticos decidieron reemplazar el término “venezolano” por “extranjero”. El cambio se dio en respuesta a las críticas sobre la estigmatización que ocasiona el uso descuidado de la palabra. No hay que ser colombiano para entender las consecuencias que tiene la constante asociación pública de una nacionalidad con un delito. Habiendo sufrido la gratuita asociación que genera nuestra nacionalidad con el tráfico de drogas, uno pensaría que seríamos un poco más sensibles con las realidades de nuestros vecinos. Pero no. La máxima empatía se tradujo en un compromiso soso: en vez de especificar que los delincuentes son venezolanos, ahora hablamos de extranjeros. ¿Acaso alguien cree que estamos diciendo menos?
Hay conceptos que tienen un uso vacío, es decir que a sus significantes no les corresponde ningún significado específico. El contenido de estos conceptos depende no del contexto, como el resto de las palabras, sino de la voluntad del que los utiliza y de las demandas y deseos de quien los recibe. La idea es que cada uno lea lo que quiere leer. Pensemos en eslóganes como “Mano firme, corazón grande” o “Colombia es pasión”. Seguramente el “corazón grande” para mí no es lo mismo que para un uribista. La pasión de Colombia y “sus riquezas” no son iguales para la ministra de Cultura que para muchos de los artesanos. O para ser más crudos, no es lo mismo para una mujer que para un hombre creer que “mujeres bonitas” hacen parte del listado de riquezas, junto con mares y ríos y montañas.
Lo curioso del término “extranjero” es que se ha convertido en el ejemplo de manual para explicar lo contrario a un significante vacío. En teoría, cualquier palabra requiere de contexto para fijar su significado, y el lenguaje tiende a ser equívoco. Pero el término “extranjero” está tan cargado de significado que es muy difícil no saber con precisión de lo que se está hablando. Pensemos en las siguientes frases: “Extranjeros roban a mujer en Transmilenio”, “Si queda Petro, me voy a vivir al extranjero”, “Se casó con un extranjero”, “Soy extranjera, dijo la estudiante para defenderse de la policía”. Pocos términos en nuestro lenguaje nos dejan saber con tanta rapidez y claridad de qué extranjero se habla.
Acá lo interesante es la escisión del significado. No es nuevo el amor que sienten los colombianos por lo blanco, europeo, gringo, occidental. Lo que sí es nuevo es el rechazo que ahora también acompaña al término para referirse a lo que es más como nosotros, a lo que es más moreno y vecino. Algo que es doblemente ridículo: primero, porque nos devaluamos al devaluar al otro, y segundo, porque nos engañamos simplonamente. ¿A quién se le ocurre que con utilizar el término “extranjero” para referirse a un criminal está discriminando menos? ¿Acaso quién no va a oír venezolano?
No está de más recordar que el buen periodismo y la buena comunicación pública (sí, la de los alcaldes y policías) da datos relevantes para la historia. Que un delincuente sea extranjero es irrelevante a menos que se quiera enfatizar algo relacionado con su estatus migratorio. Que va a ser deportado, por ejemplo. Por lo demás, no tiene lugar su mención. Para poner un ejemplo: en los manuales de ética periodística estadounidenses está prohibido decir en medios que alguien que cometió un delito es negro. ¿La razón? Enfatizar el color de piel negro cuando no se enfatiza el color de piel blanco contribuye a la estigmatización de la población negra. La información sobre el color de piel se hace relevante solo si se está buscando a un fugitivo. Si su color de piel o su nacionalidad no son necesarios para nada más, entonces se deben omitir por completo. Cosas que debemos aprender del extranjero.