El uso abierto de armas para atracar y matar por parte de delincuentes se ha vuelto uno de los principales temas de discusión de los capitalinos. No es sino escribir en redes digitales o en Google “inseguridad Bogotá” para encontrarse con las últimas noticias, posturas y llamados. Aun así, entre el mar revuelto de información, podemos encontrar al menos tres arquetipos comunicativos en las reacciones: el miedoso, el belicoso y el pontificador.
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El uso abierto de armas para atracar y matar por parte de delincuentes se ha vuelto uno de los principales temas de discusión de los capitalinos. No es sino escribir en redes digitales o en Google “inseguridad Bogotá” para encontrarse con las últimas noticias, posturas y llamados. Aun así, entre el mar revuelto de información, podemos encontrar al menos tres arquetipos comunicativos en las reacciones: el miedoso, el belicoso y el pontificador.
El miedoso es el que recibe la noticia, entra en pánico y la comparte, incluyendo la información que meramente se especula o que va en modo de chisme. Estos son los que rápidamente, en la historia del sicario en el Parque de la 93, transmitieron el video de comensales tirados en el piso y asumieron que se trataba de un asalto al restaurante. El miedoso es acelerado, impulsivo y encuentra cierto confort en difundir pronto la información para comentar con otros temerosos.
El belicoso es el que entra en modalidad Rambo e intenta politizar cualquier incidente de inseguridad. Asegura que lo mejor es que todos nos armemos, defiende cualquier acto en legítima defensa o buscan culpar a alguien. Al mejor estilo Claudia López y Vicky Dávila, en un Celebrity Deathmatch, se acusa de negligencia, de inconsciencia, de ignorancia y de todas las palabras terminadas en “cia” que supuestamente nos tienen sumidos en este caos violento. El belicoso encuentra control con la provocación.
Después de que los dos primeros nos han propiciado un pánico colectivo llega el pontificador. Ese que llama a la cordura y regaña por haber compartido la información apresuradamente y con un tono de sermón nos dice que “no era un asalto, era un sicariato” como si eso hiciera mejor el asunto. Después aclara la irresponsabilidad de los guardaespaldas, del discurso de las armas, nos predice los escenarios nefastos en los que la población entera se arme, etc. El pontificador, se tranquiliza a sí mismo siendo mesurado porque así se convence de que el mundo es como él y que, por lo mismo, no está perdido.
Vale la pena resaltar que estos arquetipos de respuesta al crimen violento bogotano no son ni buenos ni malos. No por pontificar somos mejores que el miedoso o el belicoso. Cada uno tiene sus traumas, sus historias, sus paranoias que se manifiestan en la angustia del momento de distintas maneras. Son formas espontáneas y diversas de reaccionar ante situaciones increíblemente violentas. Sin duda, estamos enfrentándonos a una situación espantosa.
Recientemente me llegó un reel de Instagram en el que Antonini de Jiménez, un economista español con un tinte influenciador, habla sobre su trayectoria. Afirma que estudió economía del desarrollo y que para entender por qué había naciones ricas y pobres decidió irse a vivir a los países más pobres. Pensé que iba a decir Colombia, pero no. Se fue a vivir y a trabajar en Camboya. Después dijo que decidió irse a uno de los países más desiguales. Volví a pensar en Colombia, pero se fue a la frontera entre México y Estados Unidos. Finalmente dijo que iba a los países más violentos y ahí sí vino a Colombia.
A pesar de que somos pobres y desiguales, la violencia es nuestra característica por excelencia. El punto está en que, para ser un horror tan cercano, no hemos aprendido a nombrarlo con precisión. Por el contrario, nuestras formas de nombrar la violencia obedecen más a las necesidades de nuestra psiquis, que a una necesidad de comprensión. Los tres arquetipos comunicativos encierran tres verdades: está bien temer, está bien buscar formas de resistir, y está bien organizar esa resistencia a través de la institucionalidad. Pero hay más que esas tres verdades y aunque está bien usar el espacio público para procesar las emociones, no son solo las autoridades las que están en mora de una aproximación más robusta y articulada.