Hace unos días se generó un debate en Twitter por razón de un comentario que hizo Moisés Wasserman a La Liendra. El exrector de la Nacional, un reconocido bioquímico y académico, le reprochó a La Liendra, uno de los influencers nacionales con más seguidores, sus comentarios sobre el estudio y las formas de salir adelante. Wasserman le cuestionó el daño de la cultura del “avispado” y la red salió a reprochar el elitismo del profesor. Lo que es cierto, pero obvio. Así Wasserman no hubiera tuiteado, la mera existencia de un intelectual de tan alta gama con nombre extranjero y de un influencer popular llamado La Liendra ya está enmarcada en un contexto insalvable de clase.
Igual, ni el privilegio le quita un ápice de sabiduría al profesor, ni la lucha un ápice de relevancia a La Liendra. En una sociedad marcada por las diferencias sociales hay que dejar de seguirse aplaudiendo sólo por señalarlas. En cambio, vale la pena ver bien qué es lo que estaban diciendo. La Liendra sí tiene un punto: hay que dejar de pensar que los trabajos se hacen por amor sin importar el pago. Eso es algo que les tiene que llegar a los artistas, de quienes se espera que hagan cientos de tareas gratis. Y al personal de la salud, que está reventado y con atrasos en su remuneración. Y a las amas de casa, de quienes todavía se cree que su tarea no es económica.
Pero el profesor Wasserman apunta a una conversación que hay que abrir: qué educación y para qué. Porque hay algo fundamental que La Liendra no está viendo. El influencer sí dice que la educación es importante y añade que una persona estudiada siempre va a estar un paso adelante. ¿Pero un paso adelante de qué? ¿Del mercado? Porque si es sólo eso, ahí está el punto: el fin de la educación no es el dinero. El dinero importa, por supuesto. Y no sólo porque hace la vida más fácil. El dinero nos protege del capricho de los otros. A las mujeres no nos ha liberado el voto sino el bolsillo. Solo hasta que pudimos vivir de nuestro trabajo se volvió una opción tener marido, opiniones o sueños. La libertad necesita pesos.
El mal chiste de la vida está en que si uno se queda en pesos, nunca la conoce. Lo más antipático de la élite está en su etimología. Élite es el participio femenino del verbo francés elire. Hoy, el significado que prima es “lo elegido”, pero también significa “el acto de elegir”. El valor de la formación es permitir aumentar, precisar y apropiarse de la elección. En otras palabras, hacer que el mundo se vuelva más amplio y nuestro. Y propiedad no en el sentido del posesivo “mi pensamiento”, “mi opinión”, sino en la conciencia profunda de que todo pensamiento “propio” ya ha sido de otros, ha tenido mejores expresiones en otros, y que, aun así, puede ser nuestro si hacemos la ardua labor de transitar su historia.
La discusión sobre la educación siempre va a ser en algo elitista porque una parte significativa de quienes la pueden dar son quienes han logrado que se amplíe y aguce su mirada. Para eso, han debido tener algún privilegio, así sea sólo biológico. Pero eso no significa que se tenga que reducir la conversación a “la educación gratuita” porque es lo único suficientemente democrático. Tal simpleza en lugar de salvarnos del atrapamiento de clase solo va a conseguir perpetuarlo.
Hace unos días se generó un debate en Twitter por razón de un comentario que hizo Moisés Wasserman a La Liendra. El exrector de la Nacional, un reconocido bioquímico y académico, le reprochó a La Liendra, uno de los influencers nacionales con más seguidores, sus comentarios sobre el estudio y las formas de salir adelante. Wasserman le cuestionó el daño de la cultura del “avispado” y la red salió a reprochar el elitismo del profesor. Lo que es cierto, pero obvio. Así Wasserman no hubiera tuiteado, la mera existencia de un intelectual de tan alta gama con nombre extranjero y de un influencer popular llamado La Liendra ya está enmarcada en un contexto insalvable de clase.
Igual, ni el privilegio le quita un ápice de sabiduría al profesor, ni la lucha un ápice de relevancia a La Liendra. En una sociedad marcada por las diferencias sociales hay que dejar de seguirse aplaudiendo sólo por señalarlas. En cambio, vale la pena ver bien qué es lo que estaban diciendo. La Liendra sí tiene un punto: hay que dejar de pensar que los trabajos se hacen por amor sin importar el pago. Eso es algo que les tiene que llegar a los artistas, de quienes se espera que hagan cientos de tareas gratis. Y al personal de la salud, que está reventado y con atrasos en su remuneración. Y a las amas de casa, de quienes todavía se cree que su tarea no es económica.
Pero el profesor Wasserman apunta a una conversación que hay que abrir: qué educación y para qué. Porque hay algo fundamental que La Liendra no está viendo. El influencer sí dice que la educación es importante y añade que una persona estudiada siempre va a estar un paso adelante. ¿Pero un paso adelante de qué? ¿Del mercado? Porque si es sólo eso, ahí está el punto: el fin de la educación no es el dinero. El dinero importa, por supuesto. Y no sólo porque hace la vida más fácil. El dinero nos protege del capricho de los otros. A las mujeres no nos ha liberado el voto sino el bolsillo. Solo hasta que pudimos vivir de nuestro trabajo se volvió una opción tener marido, opiniones o sueños. La libertad necesita pesos.
El mal chiste de la vida está en que si uno se queda en pesos, nunca la conoce. Lo más antipático de la élite está en su etimología. Élite es el participio femenino del verbo francés elire. Hoy, el significado que prima es “lo elegido”, pero también significa “el acto de elegir”. El valor de la formación es permitir aumentar, precisar y apropiarse de la elección. En otras palabras, hacer que el mundo se vuelva más amplio y nuestro. Y propiedad no en el sentido del posesivo “mi pensamiento”, “mi opinión”, sino en la conciencia profunda de que todo pensamiento “propio” ya ha sido de otros, ha tenido mejores expresiones en otros, y que, aun así, puede ser nuestro si hacemos la ardua labor de transitar su historia.
La discusión sobre la educación siempre va a ser en algo elitista porque una parte significativa de quienes la pueden dar son quienes han logrado que se amplíe y aguce su mirada. Para eso, han debido tener algún privilegio, así sea sólo biológico. Pero eso no significa que se tenga que reducir la conversación a “la educación gratuita” porque es lo único suficientemente democrático. Tal simpleza en lugar de salvarnos del atrapamiento de clase solo va a conseguir perpetuarlo.