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Durante la semana de lluvias intensas que inundaron la autopista, una estudiante me contó que durmió en la biblioteca de la universidad. Tuvieron que acomodar a quienes les era imposible llegar a sus casas ese día. Su madre intentó recogerla desde Cajicá, pero llegar al centro de Bogotá le tomaba al menos cinco horas y media. La semana pasada, varios estudiantes no pudieron llegar a sus entregas finales por los bloqueos por parte de los indígenas Emberá que protestan contra el gobierno nacional, que no les ha cumplido. A los estudiantes que pudieron llegar, les tomó al menos 40 minutos más de lo usual.
Asumir que los estudiantes llegarán a tiempo es cada vez menos común. Tampoco se puede exigir o penalizar pues, salvo contadas excepciones, sus excusas son válidas y tienen sentido dentro del caos cotidiano. Protestas, calamidades ambientales, atracos son razones casi diarias para retrasos o ausencias. Para los estudiantes colombianos es cada vez más difícil saber con qué tiempo cuentan para formarse; la idea del “tiempo” de clase, y peor aún, del “tiempo” de educación es cada vez menos real y más etérea.
No se trata solo de los tiempos de movilidad y trauma post-atraco. Por ejemplo, los estudiantes que este semestre obtuvieron becas de intercambio a Portugal tuvieron que llegar casi dos meses tarde a sus clases. Primero por las demoras en la expedición de pasaportes, y luego porque las visas de estudio, con el extra-escrutinio hacia colombianos, se retrasaron más de lo previsto. Hace unos días, la representante Catherine Juvinao denunció que el Ministerio de Educación dejó en la incertidumbre a más de 200 mil estudiantes al retrasar alrededor de 402 mil millones de pesos para los giros de matrículas. En una discusión de pasillo, un estudiante afirmó que “es mejor trabajar que quedar en el limbo de un préstamo con el gobierno”.
Y sí, un préstamo educativo justo y bien administrado compra tiempo. Permite crecer en el presente y ganar ese tiempo de estudio y preparación que, de otra manera, se dilata o incluso se pierde. Sin embargo, el tiempo se ha convertido en un recurso que este gobierno desprecia abiertamente. Petro llega tarde porque no cree en el tiempo de los otros. El ministro de Educación sugiere mover fechas de pago porque tampoco lo considera. Que nos pongan visas y se mire a los colombianos con recelo refleja un desprecio por el tiempo de quienes deben retrasar sus viajes. La tramitología lenta, los paros ignorados y la falta de ejecución son un rechazo al tiempo.
La educación es el lujo del tiempo: para pensar, crear y explorar. Es un periodo de crecimiento integral. En el ámbito educativo, se necesita tiempo para aprender a escribir y a pensar de manera autónoma, precisamente para evitar que otros piensen por nosotros. Hace una década, el World Bank Group destacó que, en países en desarrollo, los estudiantes solo reciben enseñanza durante una fracción del tiempo escolar planeado, debido a cierres frecuentes, ausentismo docente, retrasos y un uso ineficaz del tiempo en aula. En Colombia, además, el gobierno del “cambio” continúa quitándoles a los estudiantes la posibilidad de aprovechar y planificar su tiempo educativo.