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El mismo día de la indagatoria a Álvaro Uribe, Faustino Asprilla manifestó su apoyo al expresidente. El trino no era sólo una apología personal al hoy líder del Centro Democrático, sino que defendía este apoyo como una máxima: “Apoyar a @AlvaroUribeVel es un acto de responsabilidad social…”. Algunas voces respondieron con indignación, entre ellas la de Gustavo Petro, quien le replicó: “Faustino, uno de los movimientos que más discriminación han producido en el pueblo afrocolombiano, después de los esclavistas, es el uribismo…”.
Con el último trino, la discusión pasó de abordar los aciertos y desaciertos del gobierno Uribe a convertirse en una discusión sobre raza. Asprilla no se quedó callado: “Atizar el fuego del racismo por yo ser negro es racista”, le dijo a Petro. La respuesta fue secundada por varios de sus seguidores, quienes afirmaron que la izquierda peca al querer “ilustrar” a las minorías sobre lo que les conviene. Las afirmaciones tanto de Petro como de Asprilla suscitan una pregunta que vale la pena ahondar: ¿es legítimo exigir la afiliación o rechazo a un movimiento político por razón de la propia identidad?
La pregunta aplica no sólo a la raza. El asunto se discute cada vez que surgen apoyos políticos que sugieren contradicciones. En Estados Unidos, por ejemplo, muchos se indignan profundamente con los “Latinos por Trump”. Al final del día, el mandatario estadounidense se ha referido a los países latinoamericanos despectivamente, ha presionado por la construcción del muro, ha ordenado la separación de familias migrantes e incluso sugirió hace poco si era posible dispararles a los pies a los migrantes para evitar que cruzaran la frontera.
La situación también es comparable con mujeres que ridiculizan el feminismo. El año pasado Amparo Grisales, por ejemplo, manifestó su desprecio hacia el feminismo por atemorizar a los hombres que ya no pueden coquetear. En ese entonces, reclamó que defendía el piropo callejero y que ella se sentía feliz de que le dijeran: “Mamita, qué linda estás”. En la misma línea, Aura Lucía Mera, una columnista de este diario, afirmó que estaba harta del “Me Too” y que le hubiera fascinado que Plácido Domingo le lanzara un piropo. Recordemos que Domingo ha sido acusado por toquetear sin consentimiento a decenas de mujeres y una incluso manifestó el dolor que sintió cuando le apretó sus senos.
He ahí el dilema liberal: ¿debemos proteger el espacio de individualidad de aquellos que no están comprometidos en garantizar la protección de la individualidad e identidad de los demás? El lío es difícil, porque el compromiso liberal de proteger la búsqueda de la felicidad como cada uno la entienda viene acompañado del compromiso de permitirle a cada quien aprender de sus propios errores. El lío es que mientras unos aprenden, otros están sufriendo abusos y discriminaciones. Por eso, vale la pena al menos recordar que no todo el mundo cuenta con los mismos privilegios: que el latino que tiene el pasaporte estadounidense no se lo “merece”, sólo tuvo suerte; que el mismo “señor” que puede respetar el “no” de una “señora conocida” puede que no lo haga con una “subalterna”, y que ser futbolista y famoso ofrece un blindaje del racismo que el campesino pobre simplemente no tiene.