‘Estimados señores’ y una emoción contenida
La semana pasada fui a ver Estimados señores, de Patricia Castañeda, en Cine Colombia. Llegué con expectativas altas respecto a la taquilla en general, pero asumiendo que la presencia de hombres sería baja. Este prejuicio está basado en que, como dice Meryl Streep, “las mujeres hablamos hombre, pero los hombres no hablan mujer”. Es decir, nosotras estamos acostumbradas a ver películas con mirada masculina y temas que atañen a hombres, pues atañen a lo humano, pero no a la inversa, pues “son cosas de mujeres” que de alguna manera creen que no los atañen. Streep afirma que el primer personaje de ella con el que los hombres se identificaron fue el de Miranda Priestly, pero por su “actitud” y por ser “jefa”. Me sorprendió, sin embargo, encontrar en Estimados señores, no una multitud, pero sí a varios estimados.
También me sorprendió que la entrada a la sala de cine parecía más un evento de premios que una proyección regular. Había mujeres de 70 años para arriba emocionadas tomándose fotos con el afiche desplegado afuera de la sala. El cortometraje que proyectaron antes de la película era sobre Betty Garcés, la soprano colombiana nacida en Buenaventura. Mientras oímos a la cantante interpretar piezas de grandes compositores, aprendemos de su trayectoria, de cómo viajó de un barrio recóndito del Pacífico hasta Alemania. Antes de ver a las sufragistas, nos prepararon con una historia de lo improbable, de una mujer que llegó a la cima de la alta cultura, a dominar un arte que parecía relegado a la élite. Una gran soprano.
Las películas históricas o biográficas tienden a embarrarla con querer abarcar mucho. Solo pocas logran mostrar un ángulo de la historia a través de unos pocos personajes y unos pocos eventos. Un ejemplo de esto es Patricia Castañeda con Estimados señores. Esta película logra que entendamos el movimiento sufragista en Colombia, que nos adentremos en las mujeres que lo hicieron posible, que entendamos lo que ha implicado para la mujer alcanzar sus derechos en ese entonces y ahora. Pero sobre todo que vivamos y suframos lo que es enfrentar el patriarcado.
Todo esto lo logra, además, en episodios muy puntuales de debate en una sala en la que un grupo de machos de la política debe decidir si la mujer es apta para elegir. Es muy interesante la emoción que suscita en el público ver a Esmeralda Arboleda, Josefina Valencia, Teresa Santamaría, Bertha Hernández y María Currea, desde un palco, observar que los hombres decidan por ellas sin poder intervenir. Pero también es interesante que la película nos hace sentir la voz de esas mujeres desde la tribuna, así no las dejen participar. Es una voz contenida y poderosa que va sobrepasando en su silencio y tenacidad la de esos hombres que, por el contrario, se gritan y agarran a puños. Hombres que, además, creen que las mujeres no pueden votar precisamente por sus temperamentos volátiles.
Cuando se terminó la película, en una catarsis, la gente aplaudió como si estuviéramos en la ópera. En cada foto de las sufragistas que aparecían en los créditos, como si fuera una venia, los aplausos se intensificaban. Nadie paró hasta que salieron todas. Al final, mientras desocupamos la sala, oí a una mujer decirle a su hija que “ella nació con el pecado original y sin el voto”. No debemos quedarnos quietas.
La semana pasada fui a ver Estimados señores, de Patricia Castañeda, en Cine Colombia. Llegué con expectativas altas respecto a la taquilla en general, pero asumiendo que la presencia de hombres sería baja. Este prejuicio está basado en que, como dice Meryl Streep, “las mujeres hablamos hombre, pero los hombres no hablan mujer”. Es decir, nosotras estamos acostumbradas a ver películas con mirada masculina y temas que atañen a hombres, pues atañen a lo humano, pero no a la inversa, pues “son cosas de mujeres” que de alguna manera creen que no los atañen. Streep afirma que el primer personaje de ella con el que los hombres se identificaron fue el de Miranda Priestly, pero por su “actitud” y por ser “jefa”. Me sorprendió, sin embargo, encontrar en Estimados señores, no una multitud, pero sí a varios estimados.
También me sorprendió que la entrada a la sala de cine parecía más un evento de premios que una proyección regular. Había mujeres de 70 años para arriba emocionadas tomándose fotos con el afiche desplegado afuera de la sala. El cortometraje que proyectaron antes de la película era sobre Betty Garcés, la soprano colombiana nacida en Buenaventura. Mientras oímos a la cantante interpretar piezas de grandes compositores, aprendemos de su trayectoria, de cómo viajó de un barrio recóndito del Pacífico hasta Alemania. Antes de ver a las sufragistas, nos prepararon con una historia de lo improbable, de una mujer que llegó a la cima de la alta cultura, a dominar un arte que parecía relegado a la élite. Una gran soprano.
Las películas históricas o biográficas tienden a embarrarla con querer abarcar mucho. Solo pocas logran mostrar un ángulo de la historia a través de unos pocos personajes y unos pocos eventos. Un ejemplo de esto es Patricia Castañeda con Estimados señores. Esta película logra que entendamos el movimiento sufragista en Colombia, que nos adentremos en las mujeres que lo hicieron posible, que entendamos lo que ha implicado para la mujer alcanzar sus derechos en ese entonces y ahora. Pero sobre todo que vivamos y suframos lo que es enfrentar el patriarcado.
Todo esto lo logra, además, en episodios muy puntuales de debate en una sala en la que un grupo de machos de la política debe decidir si la mujer es apta para elegir. Es muy interesante la emoción que suscita en el público ver a Esmeralda Arboleda, Josefina Valencia, Teresa Santamaría, Bertha Hernández y María Currea, desde un palco, observar que los hombres decidan por ellas sin poder intervenir. Pero también es interesante que la película nos hace sentir la voz de esas mujeres desde la tribuna, así no las dejen participar. Es una voz contenida y poderosa que va sobrepasando en su silencio y tenacidad la de esos hombres que, por el contrario, se gritan y agarran a puños. Hombres que, además, creen que las mujeres no pueden votar precisamente por sus temperamentos volátiles.
Cuando se terminó la película, en una catarsis, la gente aplaudió como si estuviéramos en la ópera. En cada foto de las sufragistas que aparecían en los créditos, como si fuera una venia, los aplausos se intensificaban. Nadie paró hasta que salieron todas. Al final, mientras desocupamos la sala, oí a una mujer decirle a su hija que “ella nació con el pecado original y sin el voto”. No debemos quedarnos quietas.