Nuestro discurso público está saturado de la palabra “robar”. Si hiciéramos un análisis de contenido con software especializado para determinar cuántas veces se utiliza una palabra, como cuando Trump se obsesionó con “China”, seguramente encontraríamos que “robar” se usa compulsivamente y en múltiples contextos. En Colombia se roban desde un lápiz, en sentido literal y figurado, hasta las arcas del Estado. Algunos periodistas, de esos que disfrutan de términos como “flagelo” y “burgomaestre”, han comenzado a variar la palabra y ahora leemos y oímos frecuentemente sobre “hurtos”. Todavía no hurtamos corazones, pero para allá vamos.
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Nuestro discurso público está saturado de la palabra “robar”. Si hiciéramos un análisis de contenido con software especializado para determinar cuántas veces se utiliza una palabra, como cuando Trump se obsesionó con “China”, seguramente encontraríamos que “robar” se usa compulsivamente y en múltiples contextos. En Colombia se roban desde un lápiz, en sentido literal y figurado, hasta las arcas del Estado. Algunos periodistas, de esos que disfrutan de términos como “flagelo” y “burgomaestre”, han comenzado a variar la palabra y ahora leemos y oímos frecuentemente sobre “hurtos”. Todavía no hurtamos corazones, pero para allá vamos.
Pensé en “robar” porque esta semana mi algoritmo de redes sociales volvió una y otra vez sobre Petro denunciando el “robo billonario” de las EPS. Al mismo tiempo, los medios difundían las disculpas públicas de Sebastián Luna, el hombre que le robó la medalla a Carlos Henao en medio de la celebración del título del Atlético Bucaramanga. Este último video fue anticipado por varios internautas después del robo: “Ahora, cuando lo atrapen, saldrá a pedir perdón y todos lo alabarán por poner la cara”. El video parecía más un comercial de centro de rehabilitación, en el que quien hace de mentor llama a la consideración porque Luna, al parecer, es alcohólico. Asumo entonces que roba cuando bebe.
Este es el problema con la naturalización del robo. Estamos en un país donde robar es un hábito real, pero sobre todo discursivo. Y al ser discursivo se vuelve cada vez más real, por tópico que suene. A una estudiante que llegó más temprano de lo usual a parquear y la robaron, los del parqueadero le dijeron a modo de consuelo: “Claro, es que llegó muy temprano y la cogieron los ladrones del norte que estaban saliendo a trabajar”. Trabajar robando, como si fuese algo típico y natural. “Pero si los ricos también roban, ¿por qué no los pobres?”, contestarán algunos. Y los ricos dirán que qué pena, que ellos no roban, que sufren de cleptomanía.
Cada cierto tiempo, alguien recuerda que en Corea del Sur la gente reserva su mesa en los cafés dejando su celular. Muestran cómo también dejan sus portátiles mientras van al baño, sin temor a ser robados. Al mismo tiempo, otros muestran cómo identificar a los colombianos en el exterior: son los únicos que caminan por la calle como si fueran una presa en Discovery Channel y que se sientan abrazando sus mochilas con las piernas. De vez en cuando se desconcentran y, por impulso, lanzan la mano para verificar como maníacos que nadie los haya robado.
Recuerdo que en el restaurante iraní Shahrzad de Bogotá el dueño siempre corregía a quienes le pedían cosas regaladas: “Yo no regalo nada, solo vendo”. Después de eso venía una pequeña lección sobre por qué en Colombia teníamos ciertos discursos incorporados que en nada nos servían ni para la siquis ni para el bolsillo. Por qué, se preguntaba, a los colombianos les gusta tanto ese lenguaje complaciente que usa diminutivos y pide todo como regalo. Últimamente pienso que, para innovar, como los periodistas con el “hurto”, ya no lo pedimos, sino lo cogemos “regalado”.
Sé que saldrán algunos con las causas estructurales, pero no hay nada estructural en una nación que se dedica a diario, por reflejo y casi por principio, a quitarles a los otros lo suyo. El hincha “hurtador” de medallas dijo que lo sentía, “porque a veces uno se deja llevar de la euforia, del sentimiento”. Es decir, ¿gana su equipo y la euforia lo lleva a robar la medalla? En cualquier sociedad esto sería un non sequitur; acá, en colombiano, tiene al parecer todo el sentido del mundo. Y este es mi punto: robar en Colombia se volvió discursivamente algo que se hace, que se espera y que, en últimas, tiene sentido. Se da la excusa del caso, como: “Yo no lo crie”, y por arte de magia la oración adquiere significado.