Las “contradicciones” del voto latino en Estados Unidos
Las elecciones estadounidenses, con Trump por tercera vez de candidato, reviven la pregunta del pasado: ¿por qué hay latinos que respaldan al candidato que los desprecia? Las frases de campaña del republicano han incluido: “construye la pared” y “envíenlos a su país”. Sumando la más chistosa, y no de graciosa, en la que acusa a los inmigrantes haitianos de comerse a los perros y gatos. Para quienes tienden a pensar en un voto racional, argumentado y en pro de los intereses del votante, la decisión del voto latino por la derecha racista y antinmigración es, por lo general, un enigma que atormenta.
Este fenómeno lo ha explorado la periodista Paula Ramos en sus libros sobre lo Latinx y los latinos desertores. En vez de atacar a los latinos por votar a la derecha, Ramos complejiza el asunto y cuestiona la idea de reducir la latinidad, en concreto, a los 35 millones de votantes latinos, a una masa compacta y homogénea. Lo anterior es difícil de digerir para un país como Estados Unidos, obsesionado con la identidad y con encasillar en grupos que respondan al estereotipo de esta identidad. El término Latinx es, de hecho, un ejemplo de esta “identititis”.
Recuerdo que cuando llegué a la academia gringa tuve ese choque de verme encasillada en ese relativamente nuevo concepto de Latinx, un término que incluye muchas cosas, pero que, sobre todo, aludía al latino que migra a Estados Unidos o que es hijo de migrantes latinos en dicho país. El término, como comentábamos con colegas latinoamericanos que vivimos nuestra infancia en un país de Latinoamérica, se siente extraño porque desconoce una variedad de experiencias particulares relacionadas con conocimiento del idioma, barreras legales, cultura, clase y, bueno, de diferencia de países de origen.
Lo Latinx, término desconocido para muchos latinos, es interesante para analizar la mirada reduccionista del voto. De hecho, dentro de los mismos votantes de derecha existen diferencias. En su análisis, Ramos resalta la trinidad para entender el voto latino de derecha: tribalismo, tradicionalismo y trauma. El tribalismo alude al racismo interno que tienen los latinos. Por ejemplo, el cubano blanco que se considera que no hace parte del resto de la latinidad y que le teme al inmigrante de piel oscura y se siente ofendido de que lo metan en el mismo saco. El tradicionalismo que viene de una cultura cristiana que suscita un temor a los valores que defienden la diversidad o el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Y el trauma de venir de países fallidos en los que se culpa a la izquierda (en general, y no al caudillo de turno), como pasa con Venezuela.
El simplismo de encasillar a una población entera en una identidad no es solo gringo. Hace poco, el mismo Petro cuestionó al presidente de la Corte Suprema diciendo que no entiende “por qué los hombres negros pueden se conservadores”. En No pienses en un elefante ya George Lakoff nos había advertido sobre el mito de creer que es irracional actuar contra el propio interés. El voto, argumenta, obedece sobre todo a los valores, a las proyecciones, a la imaginación de cuál es el propio lugar en la sociedad. Que sí, a veces coincidirán con elementos identitarios y otras veces coincide con los intereses, pero muchas veces no. De ahí la complejidad, pero también lo fascinante, de las democracias.
Las elecciones estadounidenses, con Trump por tercera vez de candidato, reviven la pregunta del pasado: ¿por qué hay latinos que respaldan al candidato que los desprecia? Las frases de campaña del republicano han incluido: “construye la pared” y “envíenlos a su país”. Sumando la más chistosa, y no de graciosa, en la que acusa a los inmigrantes haitianos de comerse a los perros y gatos. Para quienes tienden a pensar en un voto racional, argumentado y en pro de los intereses del votante, la decisión del voto latino por la derecha racista y antinmigración es, por lo general, un enigma que atormenta.
Este fenómeno lo ha explorado la periodista Paula Ramos en sus libros sobre lo Latinx y los latinos desertores. En vez de atacar a los latinos por votar a la derecha, Ramos complejiza el asunto y cuestiona la idea de reducir la latinidad, en concreto, a los 35 millones de votantes latinos, a una masa compacta y homogénea. Lo anterior es difícil de digerir para un país como Estados Unidos, obsesionado con la identidad y con encasillar en grupos que respondan al estereotipo de esta identidad. El término Latinx es, de hecho, un ejemplo de esta “identititis”.
Recuerdo que cuando llegué a la academia gringa tuve ese choque de verme encasillada en ese relativamente nuevo concepto de Latinx, un término que incluye muchas cosas, pero que, sobre todo, aludía al latino que migra a Estados Unidos o que es hijo de migrantes latinos en dicho país. El término, como comentábamos con colegas latinoamericanos que vivimos nuestra infancia en un país de Latinoamérica, se siente extraño porque desconoce una variedad de experiencias particulares relacionadas con conocimiento del idioma, barreras legales, cultura, clase y, bueno, de diferencia de países de origen.
Lo Latinx, término desconocido para muchos latinos, es interesante para analizar la mirada reduccionista del voto. De hecho, dentro de los mismos votantes de derecha existen diferencias. En su análisis, Ramos resalta la trinidad para entender el voto latino de derecha: tribalismo, tradicionalismo y trauma. El tribalismo alude al racismo interno que tienen los latinos. Por ejemplo, el cubano blanco que se considera que no hace parte del resto de la latinidad y que le teme al inmigrante de piel oscura y se siente ofendido de que lo metan en el mismo saco. El tradicionalismo que viene de una cultura cristiana que suscita un temor a los valores que defienden la diversidad o el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Y el trauma de venir de países fallidos en los que se culpa a la izquierda (en general, y no al caudillo de turno), como pasa con Venezuela.
El simplismo de encasillar a una población entera en una identidad no es solo gringo. Hace poco, el mismo Petro cuestionó al presidente de la Corte Suprema diciendo que no entiende “por qué los hombres negros pueden se conservadores”. En No pienses en un elefante ya George Lakoff nos había advertido sobre el mito de creer que es irracional actuar contra el propio interés. El voto, argumenta, obedece sobre todo a los valores, a las proyecciones, a la imaginación de cuál es el propio lugar en la sociedad. Que sí, a veces coincidirán con elementos identitarios y otras veces coincide con los intereses, pero muchas veces no. De ahí la complejidad, pero también lo fascinante, de las democracias.