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Desde que el gobierno del “cambio” estaba en campaña, sus adeptos iniciaron un discurso en contra del centro, a quienes terminaron de bautizar tibios. La fascinación de esta retórica, también por parte de la derecha, hizo de “tibio” el nuevo calificativo peyorativo. Sin embargo, como el lenguaje es caprichoso, “tibio” dejó de referirse al centro y comenzó a remitir a una suerte de extremo camuflado.
No son pocos los derechistas que creen todavía que Alejandro Gaviria, Claudia López o incluso Juan Manuel Santos son de izquierda. Y en la izquierda muchos creen que estos tres personajes son en realidad fachos disfrazados. Al parecer, como el gato de Schrödinger, izquierdosos y fachos a la vez. Infortunadamente, no porque el discurso público se haya complejizado, sino porque la simpleza no resiste calificativos.
Ya había hablado de deflación de las ideas y de la violencia que produce no dar espacio a lo otro, a lo diferente o, incluso, a lo aparentemente contradictorio. Se trata de una violencia conceptual que une a la izquierda nacional con la derecha, pues su radicalidad no consiste en ir cuidadosamente “a la raíz” del asunto, sino en inventársela y hacerla hashtag. Ahora bien, en su nuevo capítulo de agresión, la violencia simplista se ha trasladado del rechazo del discurso al rechazo a las instituciones que tienen por mandato investigar, revisar, dudar, considerar alternativas y explorar distintos puntos de vista.
Los ataques de Gustavo Petro a la prensa, que llegaron a su peor punto con sus mensajes contra la FLIP y contra la periodista María Jimena Duzán, se enmarcan dentro de un discurso que sugiere que las instituciones que buscan garantizar el ejercicio democrático son “tibias”. Esto está significando que las instituciones que canalizan la discusión y, por medio de ellas, el aprendizaje en el ejercicio de ciudadanía que argumenta y da razones de sus posturas son en realidad unas “amantes del status quo” y, desde la perspectiva del gobierno de turno, ¿de derecha?
Que entidades tan importantes y necesarias como la FLIP se cataloguen, según la ideología del político difamador, en tibias de derecha o tibias de izquierda es un problema enorme para la democracia. La libertad de expresión es una de las bases para el ejercicio democrático y el periodismo es una de nuestras mejores herramientas para hacer contrapoder. Como lo han dicho varios analistas de medios: que haya instituciones que cometan errores o que haya mal periodismo no implica que haya que acabar y condenar a todos los medios ni a todas las instituciones que se dedican a corregir y repensar las arbitrariedades en las formas de gobierno.
Hace varios años, el lingüista George Lakoff afirmó que “el centro ideológico o político no existe”. Su afirmación se basó en el argumento de que los asuntos de interés público: impuestos, aborto, derechos LGBTI+, género, medio ambiente, etc., son imposibles de situar exactamente en un punto medio. Los moderados no podrán estar siempre en la mitad de la escala. Sin embargo, en esa discusión se habló de los ‘biconceptuales’: personas que en algunos aspectos de la vida son conservadores y en otros son progresistas.
Y tal vez este es el punto con las instituciones. Estas son y deben ser biconceptuales, incluso multiconceptuales. Lo anterior no las hace perseguidoras u opositoras. Se puede en un momento condenar los ataques de Álvaro Uribe a Daniel Samper Ospina y también los de Petro a María Jimena Duzán. Defender dentro de los principios de la institucionalidad a la diversidad de opiniones, de personas y asumir la contradicción inherente que hay a un público democrático no es ser un “tibio opositor”. Las confrontaciones verbales de los dirigentes son taquilleras y, la verdad, en ciertos momentos, útiles. Pero la mayoría de las veces son puro ruido que trata de esconder la mediocridad de quien las emite.