Isabella Rossellini, la icónica actriz de Terciopelo azul, ha sido también conocida por ser la cara de Lancôme. A los 14 años, su contrato con esta empresa la convirtió en la modelo mejor paga de su época. Sin embargo, cuando cumplió 42, en una situación similar a la del personaje de Demi Moore en La Sustancia, el director ejecutivo le terminó su contrato. La razón que le dieron fue que la publicidad está diseñada para soñar y que una mujer en sus cuarentas no representaba el “sueño de ser joven”.
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Isabella Rossellini, la icónica actriz de Terciopelo azul, ha sido también conocida por ser la cara de Lancôme. A los 14 años, su contrato con esta empresa la convirtió en la modelo mejor paga de su época. Sin embargo, cuando cumplió 42, en una situación similar a la del personaje de Demi Moore en La Sustancia, el director ejecutivo le terminó su contrato. La razón que le dieron fue que la publicidad está diseñada para soñar y que una mujer en sus cuarentas no representaba el “sueño de ser joven”.
El caso fue tan injusto que se volvió mediático. Rossellini ha narrado en varias entrevistas que ella misma no entendía a qué se refería el sueño de ser joven, pues ni ella ni otras modelos a su alrededor soñaban eso. Belleza sí, eterna juventud no. La prensa italiana tituló en su momento: “El tiempo no perdona ni a las bellísimas”. Pero fue ese mismo “tiempo” el que la trajo de nuevo a Lancôme. Para su sorpresa, 23 años después, cuando ya tenía 65, la llamaron de nuevo para reiniciar su contrato.
Esa inesperada llamada fue uno de los temas que Rossellini recordó hace unos días en el podcast Wiser Than Me (Más sabias que yo) de la actriz Julia Louis-Dreyfus. Con su característico candor, narró lo desconcertante que fue recibir la propuesta, tanto que sintió la necesidad de viajar a Francia para reunirse en persona con el nuevo director ejecutivo.
“Llegué al restaurante antes de tiempo, estaba sentada esperando, y veo una moto y a una mujer vestida de cuero negro bajándose de la moto”, contó Rossellini. “Se quita el casco, dejando que su cabello rubio fluya como el de Brigitte Bardot. Se acercó y dijo: ‘Hola, mi nombre es Francois Limon. Soy la nueva directora general de Lancôme’. Yo dije: ‘No digas más, ahora entiendo que eres una mujer’”.
En su relato, Rossellini pone de relieve un punto crucial: la importancia de que las mujeres ocupen cargos de poder para replantear moldes patriarcales que insisten en atar la belleza femenina a la juventud. Una representación que trasciende las imágenes que elegimos para la publicidad, abriéndose paso hacia transformaciones estructurales sobre el significado mismo del maquillaje.
Por años, Rossellini asumió, representó y fue maquillada bajo la premisa de que la vejez y las “imperfecciones” debían ocultarse. En inglés, el corrector se llama concealer, del verbo conceal: ocultar. Pero en esta nueva etapa, su rostro ya no es un lienzo para borrar el tiempo, sino una afirmación de que cada línea cuenta su propia historia.
Rossellini ha reflexionado sobre cómo ella misma usó el maquillaje para disimular los signos de la edad. “Solía poner corrector bajo mis ojos, un poco de rubor en mis mejillas… y luego pensé: espera, no quiero representar eso”. Hoy, en cambio, se une a una nueva filosofía que ve el maquillaje no como una herramienta para esconder, sino como una forma de expresión. Inspirada por un maquillador en Lancôme, comenzó a experimentar con toques de color como el naranja bajo las cejas, descubriendo en el proceso un uso más libre y creativo del maquillaje.
“Ahora uso maquillaje como decoración, como expresión creativa, no para intentar parecer más joven ni para ocultar algo que considero defectuoso”, explica. Este cambio no es solo estético; refleja una revolución silenciosa en cómo las mujeres —y cada vez más personas en general— entienden la relación con su propio cuerpo, vida, valor y belleza.