Petro, Milei, la mala filosofía y el desdén por la búsqueda de la verdad
Hace unos días, Petro acusó al exministro de Hacienda Mauricio Cárdenas de ser el responsable número uno de la falta de metro en Bogotá. Según el presidente, Cárdenas suspendió el proyecto porque “hablaba mucho de esclavitud”. A esto añadió: “[Cárdenas] es economista, pero le falta lectura filosófica”. El exministro le respondió al presidente con un argumento que merece discusión: “Tanta filosofía lo está llevando a perder el sentido común mientras en el país no para la muerte de soldados que dan la vida por su patria, mientras el hambre y la pobreza aumentan (…)”.
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Hace unos días, Petro acusó al exministro de Hacienda Mauricio Cárdenas de ser el responsable número uno de la falta de metro en Bogotá. Según el presidente, Cárdenas suspendió el proyecto porque “hablaba mucho de esclavitud”. A esto añadió: “[Cárdenas] es economista, pero le falta lectura filosófica”. El exministro le respondió al presidente con un argumento que merece discusión: “Tanta filosofía lo está llevando a perder el sentido común mientras en el país no para la muerte de soldados que dan la vida por su patria, mientras el hambre y la pobreza aumentan (…)”.
En otras palabras, Cárdenas sugirió que, por culpa de tanta filosofía, Petro está dejando de lado la ejecución, lo concreto, lo práctico. O lo que es peor, sugiere que la filosofía va en contra del sentido común. Definiciones que de entrada contradicen el principio mismo del quehacer filosófico. ¿Qué es la filosofía sino el sentido más común en su búsqueda por la verdad? Pensemos en Montaigne cuando afirma que “nadie está libre de decir simplezas, sino que la desgracia está en decirlas seriamente”. O en Tocqueville cuando dice que “el despotismo corrompe a aquel que se le somete más que a aquel que lo impone”. O Diódoto en Tucídides cuando, sobre política, asegura que “cada individuo se valora más a sí mismo, sin razón alguna, en más de lo que vale”.
Solo alguien que no ha leído filosofía cree que la filosofía es insensata. Por el contrario, si algo es la filosofía es la precisión al pensar los asuntos de la vida; qué es una ciudad, cuál es la mejor ciudad, qué nos hace humanos, qué hacemos cuando nos enamoramos, qué nos diferencia de la inteligencia artificial, cuáles son los límites de la moral, qué tanto podemos ampliarlos para incluir el mundo animal, y así. En otras palabras, la filosofía se pregunta por la naturaleza precisa de las cosas, por su verdad, su realidad.
Un esfuerzo que ciertamente no ha hecho Petro. Nuestro actual mandatario no hace filosofía, o si algo, hace mala filosofía. Diría que hace ficción, pero tampoco, pues la ficción nos permite acceder a realidades que no alcanzan a ser recogidas por los conceptos. Y con Petro, los que no alcanzamos a ser recogidos somos nosotros, en nuestra exasperación y desconcierto. Su desdén por la verdad es prodigioso. Y lo triste, pero también paradójico, es que, al hacer tan mala filosofía, la está deslegitimando.
Resulta paradójico que mientras presidentes como Milei en Argentina, con un enfoque burdo, basto y forzoso, parecen revitalizarla, Petro la esté corrompiendo desde adentro. Cuando Milei cierra centros de investigación y menosprecia la cultura, provoca una resistencia automática del pensamiento. Por eso, la filosofía y, en general, el mundo de las artes y las letras, no solo han sobrevivido a terribles violencias y ataques, sino que, al hacerlo, se han fortalecido. Como magníficas flores que crecen en el desierto, los pensadores de mayor claridad le han devuelto a la humanidad su dignidad. Sin embargo, esta realidad dista mucho de la nuestra. Esto no implica que un gobierno como el de Milei sea deseable o preferible. Lo verdaderamente triste es la paradoja del gobierno de Petro, donde abunda tanta reflexión mediocre que las ideas parecen adormecidas por el sopor.