La semana pasada una amiga me compartió, con un poco de indignación, una discusión que vio en la página de Facebook GeekMoms. Esta página, al igual que Wikimujeres, tiene un filtro de admisión en donde las administradoras del grupo deciden a quién aceptar. Y aunque el filtro se debe a razones de seguridad, algunas personas se quedan sin ser admitidas por X o Y motivo. Pero volviendo al punto, la discusión que ocurrió la semana pasada en GeekMoms empezó cuando una usuaria publicó el siguiente anuncio: “Moms! Estoy buscando una niñera/profesora interna bilingüe. ¿Alguna recomendación?”.
En seguida varias madres empezaron a responder. Una puso: “La hermana de la mía tiene estudios en pedagogía, es venezolana con papeles al día. Si no tienes lío con eso, te paso los datos”. Otra puso: “Si consigues algo así me escribes por interno, me interesa mucho”. Alguien habló desde su experiencia personal: “Son dos perfiles diferentes, fui au pair en USA hace más de 10 años. En ese entonces me pagaban 250 dólares semanales, más horas extras, más seguro médico, tenía carro y habitación propia (que por cierto era divina)”. Otra, con un tono más indignado añadió: “… soy profesora bilingüe, he estudiado y me he esforzado. Más de 15 años de experiencia, y veo un post donde siento totalmente subvalorada la labor de un profesor… me duele que se valore tan poco a un maestro…”. A esta última se sumaron otras voces indignadas.
Varios asuntos me llamaron la atención de esta conversación virtual. Lo primero, lo delicado del registro de las redes sociales cuando falta el contexto. Lo segundo, la utilidad de la deliberación pública; para mi sorpresa, entre chiste y chanza los argumentos y malestares se fueron complejizando y precisando. Lo tercero, y sobre lo que quiero escribir, es el sesgo que nunca se corrigió en la conversación: los descalificativos asociados con nuestra jerarquía social. Este tema ya me había disgustado esta semana cuando salieron las caricaturas y memes de Julio Sánchez Cristo vestido como empleada del servicio. Las caricaturas denunciaban la subordinación del periodista con el poder y se valieron de una figura que es tradicionalmente subordinada en el hogar. Y es aquí donde está lo complicado: la subvaloración del trabajo del hogar que sufren muchas mujeres, ciertamente muchas “moms”, que es llevada a su última expresión en la figura de la empleada del servicio.
Esta situación además se agrava cuando la empleada es “interna al hogar” porque en el hogar las jerarquías son inmóviles, feudos, si se quiere. Muchos oficios, en teoría, pueden esperar movilidad. Por definición, la empleada doméstica no es la señora de la casa, aunque lo triste sea que muchas mujeres han podido ser “señoras de algo más”, “señoras de lo público”, sólo gracias a las empleadas domésticas. Son ellas las que les dan la mano a las otras mujeres en el trabajo del hogar que muchos hombres se niegan a aceptar. Hay excepciones, sí. Hay algunos hombres que son verdaderos socios de sus parejas también en lo privado. Pero, por lo general, en el mantenimiento del hogar las mujeres les deben más a sus empleadas que a sus cónyuges. Así que, “moms”, revisen la importancia relativa de las personas de su vida y páguenles lo que se merecen. Y profesoras bilingües y au pairs, no se estresen si el anuncio las equipara con empleadas domésticas. No sólo este oficio no es indigno, sino que la excelencia del carácter es independiente del oficio y, en cualquiera, la grandeza suscita respeto y admiración.
La semana pasada una amiga me compartió, con un poco de indignación, una discusión que vio en la página de Facebook GeekMoms. Esta página, al igual que Wikimujeres, tiene un filtro de admisión en donde las administradoras del grupo deciden a quién aceptar. Y aunque el filtro se debe a razones de seguridad, algunas personas se quedan sin ser admitidas por X o Y motivo. Pero volviendo al punto, la discusión que ocurrió la semana pasada en GeekMoms empezó cuando una usuaria publicó el siguiente anuncio: “Moms! Estoy buscando una niñera/profesora interna bilingüe. ¿Alguna recomendación?”.
En seguida varias madres empezaron a responder. Una puso: “La hermana de la mía tiene estudios en pedagogía, es venezolana con papeles al día. Si no tienes lío con eso, te paso los datos”. Otra puso: “Si consigues algo así me escribes por interno, me interesa mucho”. Alguien habló desde su experiencia personal: “Son dos perfiles diferentes, fui au pair en USA hace más de 10 años. En ese entonces me pagaban 250 dólares semanales, más horas extras, más seguro médico, tenía carro y habitación propia (que por cierto era divina)”. Otra, con un tono más indignado añadió: “… soy profesora bilingüe, he estudiado y me he esforzado. Más de 15 años de experiencia, y veo un post donde siento totalmente subvalorada la labor de un profesor… me duele que se valore tan poco a un maestro…”. A esta última se sumaron otras voces indignadas.
Varios asuntos me llamaron la atención de esta conversación virtual. Lo primero, lo delicado del registro de las redes sociales cuando falta el contexto. Lo segundo, la utilidad de la deliberación pública; para mi sorpresa, entre chiste y chanza los argumentos y malestares se fueron complejizando y precisando. Lo tercero, y sobre lo que quiero escribir, es el sesgo que nunca se corrigió en la conversación: los descalificativos asociados con nuestra jerarquía social. Este tema ya me había disgustado esta semana cuando salieron las caricaturas y memes de Julio Sánchez Cristo vestido como empleada del servicio. Las caricaturas denunciaban la subordinación del periodista con el poder y se valieron de una figura que es tradicionalmente subordinada en el hogar. Y es aquí donde está lo complicado: la subvaloración del trabajo del hogar que sufren muchas mujeres, ciertamente muchas “moms”, que es llevada a su última expresión en la figura de la empleada del servicio.
Esta situación además se agrava cuando la empleada es “interna al hogar” porque en el hogar las jerarquías son inmóviles, feudos, si se quiere. Muchos oficios, en teoría, pueden esperar movilidad. Por definición, la empleada doméstica no es la señora de la casa, aunque lo triste sea que muchas mujeres han podido ser “señoras de algo más”, “señoras de lo público”, sólo gracias a las empleadas domésticas. Son ellas las que les dan la mano a las otras mujeres en el trabajo del hogar que muchos hombres se niegan a aceptar. Hay excepciones, sí. Hay algunos hombres que son verdaderos socios de sus parejas también en lo privado. Pero, por lo general, en el mantenimiento del hogar las mujeres les deben más a sus empleadas que a sus cónyuges. Así que, “moms”, revisen la importancia relativa de las personas de su vida y páguenles lo que se merecen. Y profesoras bilingües y au pairs, no se estresen si el anuncio las equipara con empleadas domésticas. No sólo este oficio no es indigno, sino que la excelencia del carácter es independiente del oficio y, en cualquiera, la grandeza suscita respeto y admiración.