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Esta semana oí una entrevista que le hizo Ezra Klein a Rhaina Cohen. Ella es autora del libro The Other Significant Others: Reimagining Life with Friendship at the Center, en el que explora distintos posibles tipos de relación. La conversación es interesante porque nos muestra que hay un mundo inmenso más allá de las relaciones tradicionales, que además son pocas: familiar, amigo, mejor amigo y pareja. De ahí, la sangre y el matrimonio siguen teniendo un lugar privilegiado. Aunque a veces el amor y el apoyo provengan de muchas partes, no es socialmente aceptado, por ejemplo, dejar pasar una oportunidad de trabajo para quedarse cerca de los amigos.
La entrevista parte de unas estadísticas recientes en Estados Unidos. Aproximadamente el 40 % de quienes se casan se divorcian; las personas se están casando cada vez más tarde, hacia los 30-35 años; desde 1990, un tercio de las mujeres mayores de 65 años son viudas y casi la mitad de las mujeres mayores de 65 años no tienen pareja. Cohen nos da estos datos para enfatizar que, durante la vida adulta, el matrimonio está cada vez más lejos de ser el centro y para sugerir cómo “familia” se ha comenzado a decir de muchas otras maneras. En otras palabras, cómo el amor, ese que implica cuidado, sacrificio y responsabilidad, presiona para extenderse por fuera de los vínculos sociales y legales sancionados.
Entre todos los casos que presenta Cohen para ilustrar su argumento, el caso de Natasha y Lynda me llamó particularmente la atención. Natasha decidió ser madre a los 36 años. Su amiga y colega Lynda la cuidó durante su embarazo. Fue de hecho Lynda quien sostuvo en brazos por primera vez al bebé. A partir de ese momento su rol como figura materna fue creciendo sin pensarlo. ¿Me ayudas acá? ¿Puedes llevarlo hoy al doctor? ¿Será que el domingo te quedas con él? Con el tiempo, para ambas se hizo claro que las dos eran madres, que el niño así lo entendía y que había que reconocerlo como era. Lo que nunca se imaginaron es lo difícil que es para nuestra sociedad asumir roles compartidos de paternidad/maternidad que no impliquen una relación romántico-sexual.
Si bien en muchos países hay ya más posibilidades para adoptar hijos en pareja, de esta pareja siempre se asume que hay algo de “lecho” en el asunto. Es extraño que dos hermanas decidan adoptar un bebé o que, como en el caso de Lynda y Natasha, dos amigas que se la llevan bien y quieren a la hija de una de ellas puedan asumir juntas el rol de madres. Y antes de que alguien piense: “Qué escandaloso”, lo escandaloso es lo que sucede hoy: una mujer tiene un hijo, se mete con cualquiera e inmediatamente ese cualquiera podría adoptar al hijo. Literalmente, cualquiera. El primer aparecido. Es ridículo.
Los cambios no sólo están presionando en el tema de la adopción. También en lo que constituye el “cuidado amplio” de los adultos. ¿Si no hay hijos, quién cuida y se responsabiliza de los mayores? ¿O si sí hay hijos y resultan unas lacras? El momento ha llegado para que nos tomemos muy en serio que las relaciones filiales no tienen por qué estar ligadas a la jerarquía tradicional de sangre y demás fluidos corporales. En general, más cuidadores implican una mayor red de apoyo. Esto es cierto para los niños, pero en general para todos. Algo que, sobra recordar, ya la cultura lo trae: el “primo” en la Costa, donde todos son primos; el vecino, que de hecho se conoce y ayuda; los padrinos, religiosos o no, y así. La vida presiona para ampliar las redes, pero nuestro imaginario, sobre todo el imaginario social y legal, sigue siendo increíblemente reducido.