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La grandiosa película Retrato de una mujer en llamas, de la cineasta Céline Sciamma, incluye dos escenas sobre el aborto o, como la directora la describe, una escena en dos momentos. El primer momento representa a Sophie, la criada, yendo con las dos protagonistas, Héloïse y Marianne, a practicarse un aborto en la casa de una herbolaria. El segundo es una recreación de ese primer momento de la escena del aborto en el que, Marianne, la artista, lo dibuja y, al hacerlo, lo atestigua en el tiempo. El énfasis en la documentación del aborto, comenta la directora en una entrevista, está inspirado en la historia personal de Annie Ernaux, quien en su libro sobre su propio aborto se queja de que no existe un solo museo en el mundo con un marco titulado “El aborto”.
No documentar ni hablar de lo que ha sido una práctica histórica sigue siendo parte del problema en las discusiones sobre el aborto hoy en día. Cuando algo es tan clandestino, cuando no hay suficientes crónicas, cuando no se ve en la pintura, cuando muy pocas películas lo recrean, se da pie para todo tipo de mistificaciones y especulaciones que nada tienen que ver con la experiencia real de las mujeres que la viven. La escena del aborto en la película de Sciamma, en el momento exacto del procedimiento, muestra a Sophie acostada en una cama junto a un bebé de meses que la mira y la consuela. Ella, con el dolor que siente, le toma la mano al bebé y se queda mirándolo mientras unas lágrimas bajan por su cara. Ese momento, para la directora, es esencial para enfatizar que el aborto no es un odio a los niños sino una decisión de no tener niños en ese momento.
La escena reconoce además la convergencia entre la muerte y la vida. La herbolaria ha atestiguado abortos, muerte en los partos, pero también muchos, muchos nacimientos. En su casa está el bebé y también otra niña que la asiste en el procedimiento del aborto. El procedimiento con la herbolaria se muestra como un último recurso de Sophie, quien apenas supo de su embarazo quiso detenerlo. En su afán, primero se tomó una especie de brebaje, después se colgó del techo por horas, corrió de un lado a otro sin parar hasta desgonzarse, todo el tiempo esperando tener un aborto espontáneo.
La película está situada en 1770, pero su verdad hace eco. Quien aborta es una criada, la mujer con menos oportunidades y de menor edad en la película. Esta mujer se demoró en darse cuenta de su embarazo y le tomó un tiempo más comenzar a pensar en el aborto pues, como lo manifiesta en la película, “estaba esperando a que la madame se fuera de viaje”. “La madame” se tiene que ir para que ella pueda tener un espacio y un momento de autonomía. Sophie necesitó además del apoyo físico y moral de las otras mujeres para poder llevar a cabo la decisión que solo ella podía tomar. El hombre que participó del embarazo ni se menciona ni se ve en la película. Al final del día, quien llevaría la responsabilidad sería ella. Y en ese momento esa era una responsabilidad que simplemente no podía llevar.
La reciente decisión de la Corte Constitucional en Colombia es histórica por todo lo que representa en protección, derechos e igualdad para la mujer. No puede ser posible que la mujer sea criminalizada por una decisión sobre su cuerpo y su vida. Pero el fallo ha sido también importantísimo para que pensemos con nitidez y gravedad una realidad que ha estado muy marginalizada de la discusión colectiva. Hay que alejar el debate de argumentos con fetos hablantes y empezar a visualizar lo que es en realidad el aborto para las mujeres que de hecho se deciden por este camino. Una decisión que, me atrevería a asegurar por los registros que tenemos, rara vez se toma a la ligera. Gracias a la Corte por tomarnos con seriedad.