Vicky Dávila y Miguel Uribe: trabajar, madrugar y el tiempo gastado
El video de Miguel Uribe, en el que buscó hacerse propaganda con un relato de “madrugar, trabajar y trabajar” trajo a la discusión pública la obsesión colombiana con levantarnos temprano. Vicky Dávila, posicionando algo de lo que, supongo, será su línea política de campaña, le respondió que no, que “los trabajadores necesitan tiempo libre, vacaciones, estar con sus familias (…) jornadas de trabajo más cortas, pero más productivas”. Y así no más, con un ágil y sensato contraargumento, otro intento más de volver a revivir a Álvaro Uribe terminó por jugarle en contra a Miguel.
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El video de Miguel Uribe, en el que buscó hacerse propaganda con un relato de “madrugar, trabajar y trabajar” trajo a la discusión pública la obsesión colombiana con levantarnos temprano. Vicky Dávila, posicionando algo de lo que, supongo, será su línea política de campaña, le respondió que no, que “los trabajadores necesitan tiempo libre, vacaciones, estar con sus familias (…) jornadas de trabajo más cortas, pero más productivas”. Y así no más, con un ágil y sensato contraargumento, otro intento más de volver a revivir a Álvaro Uribe terminó por jugarle en contra a Miguel.
La discusión me recordó una columna reciente del escritor español Ismael López Gálvez titulada “En busca del tiempo gastado”. Su aproximación me pareció interesante porque nos permite entender tres tipos de tiempos: el productivo, el perdido y el gastado. El productivo, sin duda, es lo que queremos que sea el trabajo, en donde hacemos cosas con y para otros y el objetivo es que resulte algo. El perdido es simplemente lo que se deshace en un trancón o esperando en una llamada del servicio al cliente.
Pero hay un tercer tiempo, que es relevante, y se trata de tiempo para gastar solo, con los seres queridos, con la naturaleza o como se quiera. Un tiempo que no tiene ninguna utilidad por fuera de sí, y aun así no se pierde. Pues, dice López Gálvez, lo perdido es lo contrario a lo gastado: “Perder significa malgastar, desperdiciar, disipar, no hallar…; mientras que gastar, consumir, digerir, emplear. Por ello, y no por nada, la etimología de la palabra procede del latín vastare: devastar, vaciar. Eso es: extraer algo de algo hasta no dejar nada”.
El tiempo gastado es entonces el que se puede digerir y aprovechar en su totalidad, hasta la saciedad. Para explicar su punto, hace una reinterpretación de la historia de Cronos, también conocido como el dios del tiempo. Según la historia, Cronos debe comerse a sus hijos para que ninguno le quite su trono. Al alimentarse de ellos, dice López Gálvez, consume y gasta tiempo pues “realiza una acción para sí, que nace de sí y termina en sí”. Cuando, por el contrario, Cronos se obsesiona con que sus hermanos lo van a destronar, comienza a recorrer como loco Grecia y deja de hacer lo importante, que es gastar el tiempo.
Los ritmos frenéticos del mundo contemporáneo, orientados todos a esa productividad, son precisamente los que nos hacen perder o malgastar el tiempo. El enfoque en la producción efectiva, que traduce en lo que se puede cuantificar, en lo material, en las vacaciones de selfie, en horas medibles, etc., es lo que también nos está alejando en ocasiones de encontrarle un sentido a la vida. Sentido que nos permita gastar el tiempo en cosas que nos llenen por distintas maneras, pero que no son mero entretenimiento.
El gasto no se trata de la recepción pasiva y vegetativa de una película, por ejemplo, ni de mirar el techo mientras de reojo se cuida a los niños. El gasto tiene que ver con la digestión, con fijarse y poner atención, con pensar y reflexionar, todo para lo cual se requiere de mucho tiempo, e incluso, de formación. He ahí el reto de los siguientes gobernantes, no se trata solo de liberar el tiempo para activar el pulgar mientras se baja la pantalla. Se trata de educar una ciudadanía capaz de leer y apreciar la cultura, unas salidas de las ciudades para que las personas puedan nadar y caminar en la naturaleza, y un reconocimiento del otro para que el gasto de tiempo propio no destruya con el estruendo la posibilidad de que el otro haga lo propio.