La semana pasada la Universidad de Chicago reiteró en un comunicado abierto su compromiso con la diversidad e inclusión. Una de las medidas fue remover una placa de Stephen A. Douglas, quien donó el terreno para la construcción de la primera sede de la antigua institución, pero cuyos recursos provenían de una plantación esclavista. El comunicado manifiesta que, “si bien es fundamental comprender y abordar el legado de la esclavitud y la opresión, Douglas no merece ser honrado en el campus”. La placa está siendo reubicada en el Centro de Investigación de Colecciones Especiales de la universidad.
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La semana pasada la Universidad de Chicago reiteró en un comunicado abierto su compromiso con la diversidad e inclusión. Una de las medidas fue remover una placa de Stephen A. Douglas, quien donó el terreno para la construcción de la primera sede de la antigua institución, pero cuyos recursos provenían de una plantación esclavista. El comunicado manifiesta que, “si bien es fundamental comprender y abordar el legado de la esclavitud y la opresión, Douglas no merece ser honrado en el campus”. La placa está siendo reubicada en el Centro de Investigación de Colecciones Especiales de la universidad.
En días recientes hemos vivido una ola de movimientos alrededor del mundo que promueven la remoción de monumentos controversiales. Con la remoción llegaron también las críticas. Afirmaciones del estilo de “entonces eliminen todos los libros de Platón porque tuvo esclavos” o “quitemos entonces todas las obras de arte que representen el sexismo o la esclavitud” han aparecido en el debate público. Esta caricaturización del debate, sin embargo, desconoce los argumentos y discusiones que se han dado entre la historia y los estudios de memoria.
Lo primero que hay que entender es la diferencia entre conmemoración y memoria. Recordar y comprender el pasado no necesariamente implican enaltecer o celebrar. Los monumentos están ahí con un propósito conmemorativo que invita a honrar la memoria de alguien o algo. Quienes abogan porque los monumentos de esclavistas sean retirados están, con razón, denunciando que los valores que el monumento encarna no son valores que queramos aplaudir. Ahora bien, remover una estatua que honra a un esclavista no implica cancelación. Por eso muchas instituciones han decidido mover esas estatuas a museos o a centros de estudio en donde tengan el contexto apropiado.
De ahí se desprende lo segundo y es que todo monumento es un discurso visual. Cada monumento está enmarcado en un contexto físico de significado. No es lo mismo que la estatua esté en un parque o en un museo. Es más, uno de los tataratatara nietos de Thomas Jefferson está de acuerdo con que se elimine su estatua. “El monumento es un altar a un hombre que tuvo más de 600 esclavos, que dijo que todas las personas fueron creadas iguales, pero no hizo mucho para que esas palabras se hicieran realidad”. ¿Qué sentido tiene tener a un esclavista en un monumento por la libertad? Añadió que basta con conservar Monticello, la casa histórica de Jefferson, donde hay una sección dedicada a clarificar la historia esclavista de la hacienda.
La memoria de una nación es política. Cada estatua dice algo sobre una nación y sobre sus ciudadanos. Por eso, antes de apresurarse a decir que todo se debe tumbar, por un lado, o que se está cancelando la historia, por el otro, hay que revisar cada pieza. Y cada cierto tiempo, además, hay que revisar todo lo que se celebra. Si una comunidad política conmemora algo, tiene que saber qué está conmemorando. Y si un día se da cuenta de que el aplauso le parece problemático, tiene que mirar a ver qué hace. Puede decidir dejar el monumento, o puede decidir quitarlo, o puede decidir modificarlo, o si quiere puede ponerle una placa al lado, pero dejarlo intacto sólo porque ya estaba ahí, eso sí, es una vergonzosa negligencia.