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“No nos gusta lo que está pasando (…) donde ni siquiera podemos ir a la cena de Acción de Gracias con nuestro tío porque terminamos en alguna pelea extraña que es innecesaria”. Con esa frase espontánea, pero aguda, inició lo que se ha convertido en una de las palabras más poderosas de la campaña electoral estadounidense: ‘weird’ (raro o extraño en español). La palabra la popularizó Tim Walz, fórmula vicepresidencial de Kamala Harris, en una entrevista para el programa Morning Joe. Sin quererlo, un sutil ataque hacia los republicanos es ahora el mejor eslogan demócrata. Trump, Vance y sus seguidores son ahora tipos “extraños”.
¿Qué hace esta palabra tan poderosa? Primero, su autenticidad. Cuando el entrevistador se rió de que Walz se refiriera a las conversaciones con el tío trumpista como “extrañas”, una palabra que suelen usar como muletilla los adolescentes, el candidato a la vicepresidencia iteró con naturalidad: “pues es verdad, estos tipos son simplemente “extraños””. Y “extraños” se quedaron porque el eco que generó en las audiencias ha sido muy difícil de controlar por parte de los republicanos.
La espontaneidad estuvo acompañada de una conexión inmediata con esos americanos que no habían podido ponerle un nombre claro a Trump, Vance y todo ese subgrupo de los republicanos. Seres contradictorios que hablan de los “valores americanos” como la libertad mientras hacen todo lo posible por violarla de una manera poco común y a veces surreal. De ahí que las redes se han inundado de fotos y videos de trumpistas que se creían singularmente chéveres y ahora se ven particularmente “raros”.
Como ejemplo están los rallies, pues allí está el seguidor de Trump que se disfraza del tío Sam, el que se pone la peluca de Trump o se pinta la cara de anaranjado o las que utilizan los símbolos patrios de atuendo y se ponen la bandera estadounidense de una manera grotesca resaltando sus senos. Es allí donde también aparecen las perlas que comediantes como Jordan Klepper han puesto en evidencia: “los inmigrantes han manchado la sangre de los americanos”, “Trump debe ser rey o dictador por un día y meter a todos los jueces a la cárcel”.
Un asunto clave para que siga calando lo “weird” es que los propios trumpistas se han sentido aludidos y lo han hecho público. Trump les dijo a sus seguidores en un encuentro: “Creo que somos lo opuesto a “extraños”. ¡Ellos son “extraños”! ¿Sabes lo que hacen? Trabajan con la prensa para encontrar el sonido”. Con esa verborrea repetitiva de lugares comunes no solo corroboró que sí es “extraño”, sino que además reiteró su faceta de adulto infantilizado. Como cuando un niño le dice al otro “tonto” y el otro, que no sabe cómo defenderse inteligentemente, le replica “no, tú eres tonto”.
El “weird” les pegó duro a los trumpistas porque los define con desprecio y no con odio. Mientras el odio reconoce las virtudes del ser odiado, el desprecio, como lo pone el escritor Alberto Moravia, es una infravaloración del otro en donde no se le reconoce nada positivo. Además, voltea el discurso de la mayoría silenciosa: ya no son los pobres hombres blancos desplazados, sino todos los que llevan años tratando de ponerle un nombre a eso tan surreal que parecía indefinible y contradictorio, “los weird”.
En Colombia llevamos un tiempo intentando sin éxito definir al gobierno de turno. La palabra que más se repite es incompetencia, pero no pega del todo. Muchos gobiernos han sido incompetentes, pero ¿qué hace de este gobierno distinto de todos los demás? Es un poco cuando se creía erróneamente que la fuente de poder de Trump eran los hombres blancos. Sí, cierto, un segmento de los hombres blancos es trumpista, pero ese no es el punto. O, mejor, no revela nada cuando se nombra. Cuando precisemos el término, quizá podamos, como lo están haciendo los estadounidenses, separar los reclamos legítimos de esa niebla pesada que lleva dos años bloqueándonos la vista.