Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Estuve en la COP16 en Cali, quería comprobar lo que significaba para la ciudad uno de los eventos más importantes que haya albergado Colombia en los últimos años. Pude ver cómo Cali volvía a sonreír.
Lo que puso a Cali en el mapa nacional y mundial fueron los Juegos Panamericanos de 1972. En ese momento, la ciudad ya había arrancado un movimiento cultural que se volvería inmortal. Con Alejandro Buenaventura desde el teatro, la Rata Carvajal en la fotografía, Andrés Caicedo en la literatura, Mayolo y Ospina en el cine, Jairo Varela en la música, Cali explotaba.
Fue el eje del mundo hasta comienzos de los años 80. En el año 82, en un clásico Cali-América, cayeron sobre el Pascual Guerrero unos panfletos en donde se prometía asesinar a los secuestradores. El panfleto estaba firmado por el MAS. Así se hizo llamar el grupo comandado por Pablo Escobar y los Rodríguez Orejuela, cuyas siglas significaban Muerte a Secuestradores. La posición geográfica de la ciudad, tan cerca del Pacífico y Buenaventura, tan lejos de Dios, trajo las innovaciones culturales que transformaron la ciudad, pero también fueron su maldición: la han convertido desde hace 40 años en uno de los puntos neurálgicos del narcotráfico.
La bonanza económica, nada más, fue la máscara con la que se ocultó el monstruo. La guerra entre carteles devastó la ciudad. Poco a poco se fue recuperando la fe; sin embargo, el estallido social de 2021 dividió a la Sultana. Los trapos rojos en las ventanas y los muchachos y muchachas en las calles se manifestaron, hasta crear el Monumento a la Resistencia, un llamado a las nuevas expresiones patrimoniales y culturales que expresaron la inconformidad con el gobierno de turno y las múltiples y torpes acciones en función del clamor popular.
¿Quién puede soportar los rigores de una pandemia pegados a ser el epicentro de un estallido social? No voy a juzgar acá las razones de quienes nada tenían para protestar por las reformas de Duque, pero es innegable que la capital del Valle sufrió, como ninguna otra, la crisis. Se dividió aún más la sociedad. Las heridas se abrían. La COP vino a traer un aire de alegría, renovación y encuentro, ese encuentro que solo producen las juntadas a bailar salsa en el Bulevar del Río y que, en más de diez días, se volvió parte de la cotidianidad.
Presencié en carne propia cómo Cali recuperaba su autoestima. Más allá de si los gobiernos asumen o no los compromisos adquiridos en la COP 16, ya existe una gran ganadora: Cali. Vi cómo la ciudad se reconciliaba consigo misma y volvía a creer. Así como Hemingway en los años 20 proclamó, al ver a Joyce comerse una salchicha en el desayuno en un café, que París era una fiesta, yo, al ver las caras lindas de mi gente bella sonreír, pensé en Jairo Varela y recordé uno de sus versos más hermosos: “Cali es Cali, señores, lo demás es loma”.