Las mujeres no somos “moda”, sino que llegó la hora de reconocer la mayor injusticia que hemos vivido por siglos las mujeres, que somos la mayoría de la población. Pero tomar esta realidad como una “moda” lleva a profundos errores que, además de no resolver la causa de fondo de esta histórica desigualdad entre mujeres y hombres, alejan las posibilidades de que esa meta se convierta en realidad. Y este es un llamado a todos esos hombres que se ven forzados a seguir la “moda”, pero también a las mujeres cuando creen que ese profundo cambio que empieza a reconocerse se logra con decisiones cosméticas.
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Las mujeres no somos “moda”, sino que llegó la hora de reconocer la mayor injusticia que hemos vivido por siglos las mujeres, que somos la mayoría de la población. Pero tomar esta realidad como una “moda” lleva a profundos errores que, además de no resolver la causa de fondo de esta histórica desigualdad entre mujeres y hombres, alejan las posibilidades de que esa meta se convierta en realidad. Y este es un llamado a todos esos hombres que se ven forzados a seguir la “moda”, pero también a las mujeres cuando creen que ese profundo cambio que empieza a reconocerse se logra con decisiones cosméticas.
Como la “moda” es tener mujeres visibles en el poder político, se elige a la presidenta de la Cámara de Representantes, que no solo está señalada por posible plagio, sino que alardea como símbolo sexual, exactamente el principio del fin de la igualdad de género. Como la “moda” es tener mujeres en el Gobierno, se le entrega a María Paula Correa, sin recorrido público, el inmenso poder que tiene cuando en sus narices se cometen actos inaceptables de su asesor más cercano, por lo menos conflicto de intereses y tráfico de influencias. Y sectores de mujeres aceptan dádivas porque están de “moda”, lo que nos convierte en algo que no somos, una minoría.
El tema no es obtener prebendas que todos están dispuestos a dar porque estamos de “moda”. El punto crítico es llegar a la igualdad real entre mujeres y hombres, y para ello es fundamental entender su verdadera barrera. Las mujeres han subsidiado a la humanidad por los siglos de los siglos porque hoy se sabe que su trabajo no remunerado representa, en este país y en muchos otros, el 20 % o más del PIB, mucho más que ningún otro sector reconocido como productivo. Por consiguiente, sus beneficiarios, los hombres, la economía y todo el resto de la población, se han negado a reconocerlo porque sencillamente les cuesta un precio que no quieren asumir. Por ello el fondo es otro: romper esa idea histórica de que las mujeres nacimos para subsidiar a la humanidad, garantizando no solo la fuerza de trabajo para producir sino la calidad de vida de esos trabajadores y del resto de la población. Es decir, para proveer gratis el bienestar al mundo. ¿Eso se compensa con una renta básica no como ciudadanos sino como una compensación por su esfuerzo? ¿O con quitarles impuestos a productos femeninos?
Ese cuidado no remunerado que las mujeres realizan dentro del hogar, que por fin salió de la oscuridad con la pandemia, debe dejar de ser una responsabilidad natural de las mujeres. Hoy nosotras no solo cuidamos, sino que somos proveedoras, hasta más que los hombres, atributo que se les ha asignado solo a ellos. Ese cuidado no remunerado debe salir del hogar para que lo asuman el Estado y el mercado. Así, hombres y mujeres decidirán de igual manera si se dedican a cuidar dentro del hogar o salen a generar ingresos en las mismas condiciones. Ahí es que empieza la igualdad de género, cuando mujeres y hombres tengan las mismas posibilidades de ser acreedoras de derechos, de decidir el curso de sus vidas como hoy solamente lo logran los hombres, pero de verdad, no solo en las normas.