Acoso sexual y laboral, también en los medios
Las Igualadas, el espacio abierto, en buena hora, por El Espectador en su versión web “para discutir con tranquilidad temas de género que parecen elementales, pero que suelen ser ignorados” —¡y con cuánta frecuencia!—, denunció, en su último capítulo, el abuso sexual del que fue víctima la periodista Vanesa Restrepo, del diario antioqueño El Colombiano (ver), por parte de un editor de ese medio, editor que parece tener poder interno a juzgar por la indiferencia de sus directivas ante un caso de ostensible intento de sometimiento sexual. El editor, denunciado en la Fiscalía por la reportera el 19 de junio pasado, es Juan Esteban Vásquez, de rango superior al de su presunta víctima. Los hechos narrados por Vanesa están descritos por la presentadora de Las Igualadas: una noche de tragos entre compañeros del periódico; la oferta de Vásquez de llevarla a casa en su vehículo; la sugerencia de que, mejor, durmiera en su apartamento (en donde estaba esperándolo su novia) porque estaba borracho y la policía podía incautar el carro; la invitación a descansar en un cuarto de huéspedes y, después, ella despertar con el hombre desnudo a su lado, tocándola y tratando de bajarle la ropa interior.
Su rápida reacción y sus gritos de rabia, que debieron llamar la atención de los vecinos, evitaron la violación y obligaron al dueño del apartamento a dejarla salir. Pero esta intimidante experiencia —por la que pasan miles de mujeres en sus ambientes de trabajo con jefes abusivos que, en pleno siglo XXI, viven aún en la época feudal del “derecho de pernada”— no había concluido. Vanesa superó, después del primer impacto, el miedo de encontrarse todos los días con su supuesto abusador, a ir sola por las calles o a sufrir retaliaciones. Pidió cita con los ejecutivos de El Colombiano a cuya cabeza está, por cierto, una mujer: Martha Ortiz Gómez, seleccionada en tan importante posición, sospecha uno, por ser sobrina del accionista histórico del diario, Juan Gómez, más que por contar con méritos superiores a otros posibles candidatos a ocupar su silla. Paréntesis sobre Ortiz: fue seleccionada en el listado Women to Watch Colombia junto con otras diez impulsoras de negocios, por “su trayectoria… y calidad humana (y porque) inspiran y animan a más mujeres a desempeñar papeles de liderazgo”.
Retomo: Vanesa quiso revelar la conducta supuestamente delictiva de Vásquez en El Colombiano así como lo hizo en Fiscalía, pero se topó con la displicencia de los jefes y con la actitud distante de Martha Ortiz Gómez, la inalcanzable directora general del medio. Una oficina de manejos laborales trató el asunto como un incidente común: tomó “medidas” de una futilidad asombrosa con la excusa de que eran las previstas en un manual interno: separaron los escritorios de denunciante y denunciado y se ocuparon de que no trabajaran, juntos, los fines de semana. ¡Vaya! La tercera medida consistió en expedir un comunicado hipócrita (ver), con frases de cajón para salvar su pellejo industrial sin ninguna otra consideración. El eje de su argumentación: los hechos ocurrieron ¡“fuera de la jornada laboral”!
Cuenta Mariángela Urbina, periodista de Las Igualadas, que el diario antioqueño revictimizó a Vanesa cuando, durante la entrevista en que relató lo acontecido, le formularon preguntas del estilo de “cómo ibas vestida”. La conducta de El Colombiano en este caso, similar a otros que sus páginas tratan, paradójicamente, con amplio despliegue cuando los involucrados son ajenos a su empresa, parece descubrir, más que una equivocación aislada de juicio, un carácter censurable de quienes, hoy, componen su junta directiva. No debemos olvidar qué hizo la directora-sobrina Martha Ortiz y cómo terminó actuando su periódico, en consecuencia, cuando su columnista Ana Cristina Restrepo —una de las periodistas antioqueñas de mayor proyección nacional por la calidad de sus trabajos— le exigió a otro columnista, Raúl Tamayo, rectificar su afirmación pública de que Restrepo era “activista de la guerrilla”. Entonces El Colombiano se escudó en que la injuria del señor Tamayo no había sido publicada en sus páginas (así como “fuera de la jornada laboral”). Tamayo contó, en esa ocasión, con la protección de la directora-sobrina, muy probablemente porque él es esposo-de-socia del diario. El Colombiano está demostrando que, bajo su cobertura de gran dignidad, cuenta con unos principios, en realidad, deleznables. No sé por qué recuerdo, ahora, la famosa frase bíblica: “Sepulcros blanqueados que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de toda inmundicia”.
Las Igualadas, el espacio abierto, en buena hora, por El Espectador en su versión web “para discutir con tranquilidad temas de género que parecen elementales, pero que suelen ser ignorados” —¡y con cuánta frecuencia!—, denunció, en su último capítulo, el abuso sexual del que fue víctima la periodista Vanesa Restrepo, del diario antioqueño El Colombiano (ver), por parte de un editor de ese medio, editor que parece tener poder interno a juzgar por la indiferencia de sus directivas ante un caso de ostensible intento de sometimiento sexual. El editor, denunciado en la Fiscalía por la reportera el 19 de junio pasado, es Juan Esteban Vásquez, de rango superior al de su presunta víctima. Los hechos narrados por Vanesa están descritos por la presentadora de Las Igualadas: una noche de tragos entre compañeros del periódico; la oferta de Vásquez de llevarla a casa en su vehículo; la sugerencia de que, mejor, durmiera en su apartamento (en donde estaba esperándolo su novia) porque estaba borracho y la policía podía incautar el carro; la invitación a descansar en un cuarto de huéspedes y, después, ella despertar con el hombre desnudo a su lado, tocándola y tratando de bajarle la ropa interior.
Su rápida reacción y sus gritos de rabia, que debieron llamar la atención de los vecinos, evitaron la violación y obligaron al dueño del apartamento a dejarla salir. Pero esta intimidante experiencia —por la que pasan miles de mujeres en sus ambientes de trabajo con jefes abusivos que, en pleno siglo XXI, viven aún en la época feudal del “derecho de pernada”— no había concluido. Vanesa superó, después del primer impacto, el miedo de encontrarse todos los días con su supuesto abusador, a ir sola por las calles o a sufrir retaliaciones. Pidió cita con los ejecutivos de El Colombiano a cuya cabeza está, por cierto, una mujer: Martha Ortiz Gómez, seleccionada en tan importante posición, sospecha uno, por ser sobrina del accionista histórico del diario, Juan Gómez, más que por contar con méritos superiores a otros posibles candidatos a ocupar su silla. Paréntesis sobre Ortiz: fue seleccionada en el listado Women to Watch Colombia junto con otras diez impulsoras de negocios, por “su trayectoria… y calidad humana (y porque) inspiran y animan a más mujeres a desempeñar papeles de liderazgo”.
Retomo: Vanesa quiso revelar la conducta supuestamente delictiva de Vásquez en El Colombiano así como lo hizo en Fiscalía, pero se topó con la displicencia de los jefes y con la actitud distante de Martha Ortiz Gómez, la inalcanzable directora general del medio. Una oficina de manejos laborales trató el asunto como un incidente común: tomó “medidas” de una futilidad asombrosa con la excusa de que eran las previstas en un manual interno: separaron los escritorios de denunciante y denunciado y se ocuparon de que no trabajaran, juntos, los fines de semana. ¡Vaya! La tercera medida consistió en expedir un comunicado hipócrita (ver), con frases de cajón para salvar su pellejo industrial sin ninguna otra consideración. El eje de su argumentación: los hechos ocurrieron ¡“fuera de la jornada laboral”!
Cuenta Mariángela Urbina, periodista de Las Igualadas, que el diario antioqueño revictimizó a Vanesa cuando, durante la entrevista en que relató lo acontecido, le formularon preguntas del estilo de “cómo ibas vestida”. La conducta de El Colombiano en este caso, similar a otros que sus páginas tratan, paradójicamente, con amplio despliegue cuando los involucrados son ajenos a su empresa, parece descubrir, más que una equivocación aislada de juicio, un carácter censurable de quienes, hoy, componen su junta directiva. No debemos olvidar qué hizo la directora-sobrina Martha Ortiz y cómo terminó actuando su periódico, en consecuencia, cuando su columnista Ana Cristina Restrepo —una de las periodistas antioqueñas de mayor proyección nacional por la calidad de sus trabajos— le exigió a otro columnista, Raúl Tamayo, rectificar su afirmación pública de que Restrepo era “activista de la guerrilla”. Entonces El Colombiano se escudó en que la injuria del señor Tamayo no había sido publicada en sus páginas (así como “fuera de la jornada laboral”). Tamayo contó, en esa ocasión, con la protección de la directora-sobrina, muy probablemente porque él es esposo-de-socia del diario. El Colombiano está demostrando que, bajo su cobertura de gran dignidad, cuenta con unos principios, en realidad, deleznables. No sé por qué recuerdo, ahora, la famosa frase bíblica: “Sepulcros blanqueados que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de toda inmundicia”.