El Gobierno cometió uno de sus mayores errores cuando minimizó la protesta agraria citada para el festivo del 19 de agosto.
Estaba tan ausente que pensó que podía ahogar a los reclamantes con choques policivos. Al hondo conflicto de desbalance social que viene gestándose desde hace muchos años pero que se agravó con la entrada en vigencia de los tratados de libre comercio, solo respondió movilizando escuadrones antidisturbios. En lugar de enviar a sus expertos economistas para que entendieran la dimensión de la catástrofe que le inocularon al campo, mandó policías entrenados en someter a las masas. Probablemente porque empezó a verle estatura de gigante al que creyó enano, el presidente recapacitó y viajó el lunes a Tunja a encontrarse con los indignados boyacenses cuando estos ya estaban al borde de un levantamiento civil. La desatención oficial y dos desafortunadas afirmaciones suyas, con las que parecía evidenciar desprecio por los movimientos populares, hicieron el milagro de unir a esa región en contra de la administración central, incluyendo a los citadinos de los cacerolazos, al arzobispo Luis Augusto Castro, a los alcaldes, los congresistas del departamento y hasta el gobernador. “Boyacá resiste” es el lema que estamparon en una ruana blanca cuya imagen todavía circula de correo en correo.
Y aunque el mandatario hubiera sido capaz de disculparse – en un gesto que, de todas maneras, requiere valor – y de cambiar la estrategia represiva por una de diálogo, una semana y media después el país observa, estupefacto, cómo brotan nuevos bloqueos, concentraciones y demandas.
No obstante, y más allá de esta crisis que esperamos se pueda resolver, la administración Santos se enfrenta a un problema de identidad: o el jefe de Estado se encuentra muy solo en su despacho y nadie, entre sus obsecuentes asesores hace la tarea de descubrirle la realidad, o él, y solo él, no ha podido seleccionar la vía que prefiere tomar y por eso se le siente tan indeciso. Pero las circunstancias lo han puesto contra la pared. Le llegó su última oportunidad, sobre todo si aspira a la reelección, de escoger, sin retórica, cómo quiere que se le recuerde: como un demócrata que firmó la paz y tomó las medidas requeridas para disminuir la injusticia social, o como un represor posuribista que en cada rebelde descubría a un terrorista y en cualquier disidente, a un comunista “clandestino”; como un dirigente que, en verdad, se propuso disminuir la pobreza o como el amigo fiel de sus antiguos patrocinadores que le reclamaban grandes negocios; como el protector de las víctimas a las que devolvió o entregó tierras, o como el gobernante que modificó las leyes para favorecer a los intérpretes “sofisticados” de las mismas. Lo que no debe continuar haciendo, de manera indefinida, es jugar a estar bien con la derecha y, simultáneamente, con la izquierda; con los de arriba y también con los de abajo; con todos los partidos de su unidad, que se detestan entre sí; con sus contradictores del Polo, de dientes para afuera, mientras intenta debilitarlos hacia dentro. Si por fin opta por una ruta política cualquiera que ella sea, se aclarará el panorama político. Después de todo, los colombianos tenemos derecho a saber para dónde va el país, no importa que quien gobierne tenga equivocaciones y aciertos o que estemos de acuerdo con él o no. Precisión en el camino, es lo que pedimos.
Entre paréntesis.- El alcalde Petro sale, de manera oportunista, a decir que fue el primero que advirtió los males que traerían los TLC. Se le olvida que él le pidió al Polo modificar el punto del programa de ese partido que establece la negativa a la libertad absoluta de comercio. Hacia 2007.
El Gobierno cometió uno de sus mayores errores cuando minimizó la protesta agraria citada para el festivo del 19 de agosto.
Estaba tan ausente que pensó que podía ahogar a los reclamantes con choques policivos. Al hondo conflicto de desbalance social que viene gestándose desde hace muchos años pero que se agravó con la entrada en vigencia de los tratados de libre comercio, solo respondió movilizando escuadrones antidisturbios. En lugar de enviar a sus expertos economistas para que entendieran la dimensión de la catástrofe que le inocularon al campo, mandó policías entrenados en someter a las masas. Probablemente porque empezó a verle estatura de gigante al que creyó enano, el presidente recapacitó y viajó el lunes a Tunja a encontrarse con los indignados boyacenses cuando estos ya estaban al borde de un levantamiento civil. La desatención oficial y dos desafortunadas afirmaciones suyas, con las que parecía evidenciar desprecio por los movimientos populares, hicieron el milagro de unir a esa región en contra de la administración central, incluyendo a los citadinos de los cacerolazos, al arzobispo Luis Augusto Castro, a los alcaldes, los congresistas del departamento y hasta el gobernador. “Boyacá resiste” es el lema que estamparon en una ruana blanca cuya imagen todavía circula de correo en correo.
Y aunque el mandatario hubiera sido capaz de disculparse – en un gesto que, de todas maneras, requiere valor – y de cambiar la estrategia represiva por una de diálogo, una semana y media después el país observa, estupefacto, cómo brotan nuevos bloqueos, concentraciones y demandas.
No obstante, y más allá de esta crisis que esperamos se pueda resolver, la administración Santos se enfrenta a un problema de identidad: o el jefe de Estado se encuentra muy solo en su despacho y nadie, entre sus obsecuentes asesores hace la tarea de descubrirle la realidad, o él, y solo él, no ha podido seleccionar la vía que prefiere tomar y por eso se le siente tan indeciso. Pero las circunstancias lo han puesto contra la pared. Le llegó su última oportunidad, sobre todo si aspira a la reelección, de escoger, sin retórica, cómo quiere que se le recuerde: como un demócrata que firmó la paz y tomó las medidas requeridas para disminuir la injusticia social, o como un represor posuribista que en cada rebelde descubría a un terrorista y en cualquier disidente, a un comunista “clandestino”; como un dirigente que, en verdad, se propuso disminuir la pobreza o como el amigo fiel de sus antiguos patrocinadores que le reclamaban grandes negocios; como el protector de las víctimas a las que devolvió o entregó tierras, o como el gobernante que modificó las leyes para favorecer a los intérpretes “sofisticados” de las mismas. Lo que no debe continuar haciendo, de manera indefinida, es jugar a estar bien con la derecha y, simultáneamente, con la izquierda; con los de arriba y también con los de abajo; con todos los partidos de su unidad, que se detestan entre sí; con sus contradictores del Polo, de dientes para afuera, mientras intenta debilitarlos hacia dentro. Si por fin opta por una ruta política cualquiera que ella sea, se aclarará el panorama político. Después de todo, los colombianos tenemos derecho a saber para dónde va el país, no importa que quien gobierne tenga equivocaciones y aciertos o que estemos de acuerdo con él o no. Precisión en el camino, es lo que pedimos.
Entre paréntesis.- El alcalde Petro sale, de manera oportunista, a decir que fue el primero que advirtió los males que traerían los TLC. Se le olvida que él le pidió al Polo modificar el punto del programa de ese partido que establece la negativa a la libertad absoluta de comercio. Hacia 2007.