¿Democracia? Hay que poner las barbas a remojar
¿Cuánto falta para que haya un magnicidio o para que un opositor, un periodista o cualquier activista de redes se vea forzado a buscar asilo político de un gobierno extranjero? No es alarmismo ni “alboroto mamerto”, término con que las fieras que representan al partido gobernante descalifican las voces críticas, más que con desprecio, con un acento marcado por el odio y por la advertencia de que quien no se silencie podrá ser liquidado. El autoritarismo muestra sus colmillos y hay que tomarlo en serio. Los síntomas dictatoriales aparecen aquí y allá y no es cuestión de asumir las “barbaridades” que se hacen o se publican como si fuera un chiste. O lo lamentaremos cuando no haya nada que hacer.
Síntoma 1. Policías disparando en las calles de Bogotá contra la gente que huía como conejo de un cazador. Aun quienes somos mayores no recordamos haber visto en escenarios urbanos esa conducta, abiertamente desafiante, en agentes del Estado y con su identidad al descubierto. En los centenares de videos difundidos gracias a la bendita era digital que evita el ocultamiento tan fácil en otros años, consta el morbo conque actuaban los policías corriendo tras sus presas sin disimular su ira, como si los hubieran azuzado y, después, les hubieran soltado las amarras. ¿Dónde estaban los oficiales responsables de sus subalternos, dónde los altos mandos, dónde el ministro Trujillo y el presidente Duque para llamar a la calma y controlar la situación sin esperar la eliminación física? La alcaldesa López quien, en el papel, tiene la función de “primera autoridad de Policía del municipio”, según se lee en el artículo 315 de la Constitución, poco pudo hacer: hay que recordar que en esa misma norma se señala que los mandatarios locales deben “conservar el orden público (de su ciudad) de acuerdo con las instrucciones que reciban del presidente de la República…”. O sea, ella está sometida a la Casa de Nariño en ese campo. No en vano uno de los generales de la entidad policial que, hoy, inspira temor y más temor declaró que “no necesitamos que nos ordenen hacer uso de las armas… nosotros analizamos y, de acuerdo a ello, actuamos”. Lo cierto es que, en esas 48 horas, no hubo freno institucional alguno. El Ejecutivo permitió el resultado: 13 civiles muertos a bala. ¿Fue desgobierno o una decisión?
Síntoma 2. El rechazo disfrazado de cándida desconexión de Iván Duque a las angustias sociales y económicas, a las matanzas de líderes de las comunidades, a la desaparición de excombatientes y defensores de derechos, a las peticiones ambientalistas que también clasifican en la casilla de “mamertas”, y su inacción frente a la violación de las libertades. La débil resistencia presidencial al extremismo de derecha, que cada vez más domina su facción política, ha cedido. Y la apariencia de magnanimidad con que quiso ser reconocido el mandatario no resiste más: es obvio que la voluntad de Duque está sucumbiendo ante los londoños, las cabales, los joseobdulios, la pandilla de los paolos. Antes, dudaba y simulaba. Ahora le entrega su poder al patrón, la fiera herida por el encierro que se impondrá o morirá dentro del templo como Sansón, con todos los filisteos.
Síntoma 3. La sistematicidad en los ataques de desprestigio, con participación de funcionarios de la Presidencia, y las acusaciones fantasiosas pero efectivas contra personajes que el orden extremista considera “peligrosos” como Juan Manuel Santos, Iván Cepeda, Gustavo Petro, Claudia López, Daniel Quintero, Juan Fernando Cristo, etc., sumadas a la persecución, “perfilamientos” y amenazas de muerte para sí mismos o sus familias, de medios, periodistas, columnistas y activistas.
Síntoma 4. Neutralización o sometimiento mediante burocracia y jugosos contratos oficiales, de la mayoría de los partidos y el Congreso. Y la cancelación, proyectada en futuras reformas, de la autonomía de los jueces y las cortes. ¿Quién será la víctima del primer magnicidio? ¿Quién será el primer asilado político? Que nadie se sienta a salvo: hay que poner las barbas a remojar.
¿Cuánto falta para que haya un magnicidio o para que un opositor, un periodista o cualquier activista de redes se vea forzado a buscar asilo político de un gobierno extranjero? No es alarmismo ni “alboroto mamerto”, término con que las fieras que representan al partido gobernante descalifican las voces críticas, más que con desprecio, con un acento marcado por el odio y por la advertencia de que quien no se silencie podrá ser liquidado. El autoritarismo muestra sus colmillos y hay que tomarlo en serio. Los síntomas dictatoriales aparecen aquí y allá y no es cuestión de asumir las “barbaridades” que se hacen o se publican como si fuera un chiste. O lo lamentaremos cuando no haya nada que hacer.
Síntoma 1. Policías disparando en las calles de Bogotá contra la gente que huía como conejo de un cazador. Aun quienes somos mayores no recordamos haber visto en escenarios urbanos esa conducta, abiertamente desafiante, en agentes del Estado y con su identidad al descubierto. En los centenares de videos difundidos gracias a la bendita era digital que evita el ocultamiento tan fácil en otros años, consta el morbo conque actuaban los policías corriendo tras sus presas sin disimular su ira, como si los hubieran azuzado y, después, les hubieran soltado las amarras. ¿Dónde estaban los oficiales responsables de sus subalternos, dónde los altos mandos, dónde el ministro Trujillo y el presidente Duque para llamar a la calma y controlar la situación sin esperar la eliminación física? La alcaldesa López quien, en el papel, tiene la función de “primera autoridad de Policía del municipio”, según se lee en el artículo 315 de la Constitución, poco pudo hacer: hay que recordar que en esa misma norma se señala que los mandatarios locales deben “conservar el orden público (de su ciudad) de acuerdo con las instrucciones que reciban del presidente de la República…”. O sea, ella está sometida a la Casa de Nariño en ese campo. No en vano uno de los generales de la entidad policial que, hoy, inspira temor y más temor declaró que “no necesitamos que nos ordenen hacer uso de las armas… nosotros analizamos y, de acuerdo a ello, actuamos”. Lo cierto es que, en esas 48 horas, no hubo freno institucional alguno. El Ejecutivo permitió el resultado: 13 civiles muertos a bala. ¿Fue desgobierno o una decisión?
Síntoma 2. El rechazo disfrazado de cándida desconexión de Iván Duque a las angustias sociales y económicas, a las matanzas de líderes de las comunidades, a la desaparición de excombatientes y defensores de derechos, a las peticiones ambientalistas que también clasifican en la casilla de “mamertas”, y su inacción frente a la violación de las libertades. La débil resistencia presidencial al extremismo de derecha, que cada vez más domina su facción política, ha cedido. Y la apariencia de magnanimidad con que quiso ser reconocido el mandatario no resiste más: es obvio que la voluntad de Duque está sucumbiendo ante los londoños, las cabales, los joseobdulios, la pandilla de los paolos. Antes, dudaba y simulaba. Ahora le entrega su poder al patrón, la fiera herida por el encierro que se impondrá o morirá dentro del templo como Sansón, con todos los filisteos.
Síntoma 3. La sistematicidad en los ataques de desprestigio, con participación de funcionarios de la Presidencia, y las acusaciones fantasiosas pero efectivas contra personajes que el orden extremista considera “peligrosos” como Juan Manuel Santos, Iván Cepeda, Gustavo Petro, Claudia López, Daniel Quintero, Juan Fernando Cristo, etc., sumadas a la persecución, “perfilamientos” y amenazas de muerte para sí mismos o sus familias, de medios, periodistas, columnistas y activistas.
Síntoma 4. Neutralización o sometimiento mediante burocracia y jugosos contratos oficiales, de la mayoría de los partidos y el Congreso. Y la cancelación, proyectada en futuras reformas, de la autonomía de los jueces y las cortes. ¿Quién será la víctima del primer magnicidio? ¿Quién será el primer asilado político? Que nadie se sienta a salvo: hay que poner las barbas a remojar.