Si con la elección de Gustavo Petro, primer presidente de Colombia extraño al eje liberal-conservador que ha dominado el país, entramos en una etapa de transformaciones en el ejercicio del poder, la presencia de la vicepresidenta Francia Márquez en la cúpula del Ejecutivo significará una ruptura más fuerte aún: el enfoque tradicional y centralista ya no será la línea de las decisiones oficiales. Será reemplazado por una visión periférica que ha sido ignorada, en la práctica, por la Casa de Nariño y por sus adláteres en el Capitolio no obstante que los congresistas dizque son los representantes de las regiones. Francia es mucho más vocera del pueblo que Petro, no en cuanto a mediciones electorales, desde luego, sino en sus recorridos de vida; lugares en donde nació, creció y se formó a punta de sacrificios personales; en su género, en su etnia, en sus carencias económicas, en sus necesidades básicas que el Estado nunca le solventó. A su lado, Petro parece un burgués bien acomodado que pudo tener apuros en su juventud pero quien ingresó, muy pronto, en la ruta del progreso intelectual y de las oportunidades.
Francia es un portento de inteligencia, eso se nota a leguas. Esa será, seguramente, la cualidad que la hará acertar en sus tareas públicas. Sin embargo, su sufrimiento vital no desaparecerá por residir en el palacete con gran despacho, jardines, patios, sala de juntas y hasta casa privada que hoy ocupa Marta Lucía Ramírez, a nombre de los conservadores. Por el contrario, la nueva “vice” que hizo gritar y llorar de alegría a un afro cualquiera en un pueblo marginal (ver), y que logró el milagro de que niños y jovencitos de barriadas pobrísimas salieran a corear su nombre y el del presidente Petro (ver), la “vice” electa, digo, cargará con su difícil pasado cuando le tocó levantarse sola y soñar con el respeto a sus derechos y los de su comunidad afrodescendiente en un corregimiento polvoriento de Suárez, Cauca. Cuando apenas siendo una adolescente se enfrentaba con las megaempresas que modificaban el curso de los ríos para construir represas en territorios ancestrales negros, o con multinacionales, como la AngloGold Ashanti, por las explotaciones mineras.
La vicepresidenta electa de Colombia es luchadora de vieja data: fue lideresa de consejos comunitarios, creó una veintena de grupos civiles que hoy actúan a plenitud, organizadora de marchas de “Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios”. Y más. Mientras tanto, tenía que levantar plata para criar a sus hijos y para pagar su carrera de Derecho. Por sus batallas, Francia Márquez ha recibido honrosos premios en el exterior. Aquí, sus “preseas” son las amenazas de los narcoparamilitares y el desplazamiento de sus territorios, los mismos que el Cauca clasista cree que son exclusivos de los “dueños” del clientelismo centenario: hombres y mujeres elegantes, bonitos, mestizos blancuzcos, que no arios, y con apellidos de conocido uribismo —ahora deformado en rodolfismo— como Arboledas, Cabales y Valencias, entre otros, que se proponen combatirla. No por corrupta ni por sospechosa de incurrir en delitos. Sino por negra, por pobre, por haberse ganado sus salarios como empleada del servicio, por vestirse de colores en esta Bogotá tan elegante y oscura. Esta semana escuché, estupefacta, decir a una señora muy aseñorada y de “alta cuna” que es “imposible que el país tenga a esa persona en la Vicepresidencia”. Le pregunté por qué. Me contestó: “Porque ella es de «la otra Colombia», no de la nuestra”. Cierto. Francia, disgústele a quien le disguste, ganó su cargo en democracia como fórmula del presidente Petro. Esa “otra” Colombia existe aunque la hubiéramos ignorado durante dos siglos. Un gobierno para ella no es mucho, considerando el tiempo y la historia.
Si con la elección de Gustavo Petro, primer presidente de Colombia extraño al eje liberal-conservador que ha dominado el país, entramos en una etapa de transformaciones en el ejercicio del poder, la presencia de la vicepresidenta Francia Márquez en la cúpula del Ejecutivo significará una ruptura más fuerte aún: el enfoque tradicional y centralista ya no será la línea de las decisiones oficiales. Será reemplazado por una visión periférica que ha sido ignorada, en la práctica, por la Casa de Nariño y por sus adláteres en el Capitolio no obstante que los congresistas dizque son los representantes de las regiones. Francia es mucho más vocera del pueblo que Petro, no en cuanto a mediciones electorales, desde luego, sino en sus recorridos de vida; lugares en donde nació, creció y se formó a punta de sacrificios personales; en su género, en su etnia, en sus carencias económicas, en sus necesidades básicas que el Estado nunca le solventó. A su lado, Petro parece un burgués bien acomodado que pudo tener apuros en su juventud pero quien ingresó, muy pronto, en la ruta del progreso intelectual y de las oportunidades.
Francia es un portento de inteligencia, eso se nota a leguas. Esa será, seguramente, la cualidad que la hará acertar en sus tareas públicas. Sin embargo, su sufrimiento vital no desaparecerá por residir en el palacete con gran despacho, jardines, patios, sala de juntas y hasta casa privada que hoy ocupa Marta Lucía Ramírez, a nombre de los conservadores. Por el contrario, la nueva “vice” que hizo gritar y llorar de alegría a un afro cualquiera en un pueblo marginal (ver), y que logró el milagro de que niños y jovencitos de barriadas pobrísimas salieran a corear su nombre y el del presidente Petro (ver), la “vice” electa, digo, cargará con su difícil pasado cuando le tocó levantarse sola y soñar con el respeto a sus derechos y los de su comunidad afrodescendiente en un corregimiento polvoriento de Suárez, Cauca. Cuando apenas siendo una adolescente se enfrentaba con las megaempresas que modificaban el curso de los ríos para construir represas en territorios ancestrales negros, o con multinacionales, como la AngloGold Ashanti, por las explotaciones mineras.
La vicepresidenta electa de Colombia es luchadora de vieja data: fue lideresa de consejos comunitarios, creó una veintena de grupos civiles que hoy actúan a plenitud, organizadora de marchas de “Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios”. Y más. Mientras tanto, tenía que levantar plata para criar a sus hijos y para pagar su carrera de Derecho. Por sus batallas, Francia Márquez ha recibido honrosos premios en el exterior. Aquí, sus “preseas” son las amenazas de los narcoparamilitares y el desplazamiento de sus territorios, los mismos que el Cauca clasista cree que son exclusivos de los “dueños” del clientelismo centenario: hombres y mujeres elegantes, bonitos, mestizos blancuzcos, que no arios, y con apellidos de conocido uribismo —ahora deformado en rodolfismo— como Arboledas, Cabales y Valencias, entre otros, que se proponen combatirla. No por corrupta ni por sospechosa de incurrir en delitos. Sino por negra, por pobre, por haberse ganado sus salarios como empleada del servicio, por vestirse de colores en esta Bogotá tan elegante y oscura. Esta semana escuché, estupefacta, decir a una señora muy aseñorada y de “alta cuna” que es “imposible que el país tenga a esa persona en la Vicepresidencia”. Le pregunté por qué. Me contestó: “Porque ella es de «la otra Colombia», no de la nuestra”. Cierto. Francia, disgústele a quien le disguste, ganó su cargo en democracia como fórmula del presidente Petro. Esa “otra” Colombia existe aunque la hubiéramos ignorado durante dos siglos. Un gobierno para ella no es mucho, considerando el tiempo y la historia.