“Soy paisa y me duele... sé lo que él hizo… sé lo que Pablo Escobar hizo. Y para mí no es un orgullo decir que Pablo Escobar es de aquí” (ver web). En medio de lágrimas de dolor e ira, una señora antisantista que marchaba el sábado pasado, pronunció esas palabras para expresar su indignación por la suficiencia con que alias “Popeye”, exsicario del narcotraficante Escobar, se presentó a la manifestación uribista de Medellín: y no porque se le ocurrió aparecerse de espontáneo. Fue envalentonado porque sintió la complacencia de los grupos anti-acuerdo de paz cercanos al expresidente, que intentaron disfrazar su miedo a la verdad de la guerra que aflorará en los tribunales, con unas concentraciones de supuesta “lucha contra la corrupción”, consigna que olvidaron en cuanto salieron a las calles. Decenas de videos que circulan en Internet son testimonio del eje temático de pancartas y oradores: odio a Santos “comunista” y a las Farc; odas a la religión, a Dios, la Virgen y a Uribe al que ponen en el podio de sus deidades (Muy pocas menciones o ninguna al escándalo Odebrecht, tal vez porque los untó tanto o más que a otros involucrados).
Alias “Popeye”, asesino de “entre 250 y 300” personas, según él mismo relató, con suma tranquilidad, a Univisión hace un año (ver web), también ha sido endiosado en esa sociedad descompuesta. No es sino leer los mensajes que le envían, por la redes, jóvenes mujeres que se le ofrecen, o muchachos que lo admiran por “ser un verraco, papá”.
La señora paisa que se enfrentó al convicto en medio de una soledad apabullante, recibió como respuesta un increíble “fuera, fuera, fuera” del coro que rodeaba al expresidiario en la protesta, en donde él se transformó en héroe elevado a la categoría de “político” por gracia de la triple moral uribista que superó su récord de ética dual: discursos de fachada democrática, de un lado, y utilización de actos que la quebrantaban (falsos positivos, expedientes secretos, persecuciones estatales, compra de votos), del otro. Ahora, esa facción partidista revela su tercera faceta por su renovado afán reeleccionista: en la oposición se aceptan todas las alianzas, incluso, las que la ligan con los peores asesinos de la historia nacional.
Da pena, mucha pena constatar la elasticidad de principios que heredarán las generaciones futuras. Los personajes más linajudos de la marcha —aquellos a quienes hemos respetado e, incluso, apreciado— aceptaron amancebarse con alias “Popeye”, el sujeto de manos manchadas con la sangre de Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara, Guillermo Cano, Carlos Mauro Hoyos, Diana Turbay, jueces, periodistas y policías, con argumentos tan deleznables como que “ya pagó cárcel”, como si la prisión habilitara a los criminales para darse el lujo de señalar con dedo acusador a quienes nunca han delinquido. Da vergüenza pero sobre todo tristeza de nación, descubrir que Andrés Pastrana elude rechazar a un narcoasesino terrorista que puso bombas para matar a centenares de inocentes (ver web), después de que le hemos escuchado, durante dos décadas, sus objeciones contra otro expresidente por haber sido “elegido” por un cartel. Da grima que Francisco Santos, quien ostentó el honroso cargo de vicepresidente, justifique al delincuente que recibía de 100 mil a 500 mil dólares por cabeza oficial que cortara, y que sea capaz de disculpar al autor de su secuestro y el de Pastrana pero le niegue comprensión similar a los rebeldes levantados en armas con argumentos un tris más explicables ante el mundo que los de los carteles de Medellín y Cali (ver web). Da estrés ver la otra cara de la apacible Marta Lucía Ramírez, descompuesta con el acuerdo de paz pero laxa con un homicida y torturador de los años 90. Es falso que ese individuo, producto y, a la vez, patrón del modelo mafioso que ha invadido la cultura popular, “haya pagado” sus enormes deudas. Estuvo en la cárcel, cosa distinta. Pero allí no aprendió arrepentimiento sino cómo sacarle jugo y dinero —ahora fama y legitimidad— a su pasado del que se enorgullece, como se regodea en reafirmarlo amenazando al que ose ponérsele al frente (ver web). ¿Mensaje contra la corrupción del uribismo-conservatismo? Sus líderes se encargaron de demostrarnos, el fin de semana, que están dispuestos a todo —y todo es todo— con tal de reconquistar el poder.
“Soy paisa y me duele... sé lo que él hizo… sé lo que Pablo Escobar hizo. Y para mí no es un orgullo decir que Pablo Escobar es de aquí” (ver web). En medio de lágrimas de dolor e ira, una señora antisantista que marchaba el sábado pasado, pronunció esas palabras para expresar su indignación por la suficiencia con que alias “Popeye”, exsicario del narcotraficante Escobar, se presentó a la manifestación uribista de Medellín: y no porque se le ocurrió aparecerse de espontáneo. Fue envalentonado porque sintió la complacencia de los grupos anti-acuerdo de paz cercanos al expresidente, que intentaron disfrazar su miedo a la verdad de la guerra que aflorará en los tribunales, con unas concentraciones de supuesta “lucha contra la corrupción”, consigna que olvidaron en cuanto salieron a las calles. Decenas de videos que circulan en Internet son testimonio del eje temático de pancartas y oradores: odio a Santos “comunista” y a las Farc; odas a la religión, a Dios, la Virgen y a Uribe al que ponen en el podio de sus deidades (Muy pocas menciones o ninguna al escándalo Odebrecht, tal vez porque los untó tanto o más que a otros involucrados).
Alias “Popeye”, asesino de “entre 250 y 300” personas, según él mismo relató, con suma tranquilidad, a Univisión hace un año (ver web), también ha sido endiosado en esa sociedad descompuesta. No es sino leer los mensajes que le envían, por la redes, jóvenes mujeres que se le ofrecen, o muchachos que lo admiran por “ser un verraco, papá”.
La señora paisa que se enfrentó al convicto en medio de una soledad apabullante, recibió como respuesta un increíble “fuera, fuera, fuera” del coro que rodeaba al expresidiario en la protesta, en donde él se transformó en héroe elevado a la categoría de “político” por gracia de la triple moral uribista que superó su récord de ética dual: discursos de fachada democrática, de un lado, y utilización de actos que la quebrantaban (falsos positivos, expedientes secretos, persecuciones estatales, compra de votos), del otro. Ahora, esa facción partidista revela su tercera faceta por su renovado afán reeleccionista: en la oposición se aceptan todas las alianzas, incluso, las que la ligan con los peores asesinos de la historia nacional.
Da pena, mucha pena constatar la elasticidad de principios que heredarán las generaciones futuras. Los personajes más linajudos de la marcha —aquellos a quienes hemos respetado e, incluso, apreciado— aceptaron amancebarse con alias “Popeye”, el sujeto de manos manchadas con la sangre de Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara, Guillermo Cano, Carlos Mauro Hoyos, Diana Turbay, jueces, periodistas y policías, con argumentos tan deleznables como que “ya pagó cárcel”, como si la prisión habilitara a los criminales para darse el lujo de señalar con dedo acusador a quienes nunca han delinquido. Da vergüenza pero sobre todo tristeza de nación, descubrir que Andrés Pastrana elude rechazar a un narcoasesino terrorista que puso bombas para matar a centenares de inocentes (ver web), después de que le hemos escuchado, durante dos décadas, sus objeciones contra otro expresidente por haber sido “elegido” por un cartel. Da grima que Francisco Santos, quien ostentó el honroso cargo de vicepresidente, justifique al delincuente que recibía de 100 mil a 500 mil dólares por cabeza oficial que cortara, y que sea capaz de disculpar al autor de su secuestro y el de Pastrana pero le niegue comprensión similar a los rebeldes levantados en armas con argumentos un tris más explicables ante el mundo que los de los carteles de Medellín y Cali (ver web). Da estrés ver la otra cara de la apacible Marta Lucía Ramírez, descompuesta con el acuerdo de paz pero laxa con un homicida y torturador de los años 90. Es falso que ese individuo, producto y, a la vez, patrón del modelo mafioso que ha invadido la cultura popular, “haya pagado” sus enormes deudas. Estuvo en la cárcel, cosa distinta. Pero allí no aprendió arrepentimiento sino cómo sacarle jugo y dinero —ahora fama y legitimidad— a su pasado del que se enorgullece, como se regodea en reafirmarlo amenazando al que ose ponérsele al frente (ver web). ¿Mensaje contra la corrupción del uribismo-conservatismo? Sus líderes se encargaron de demostrarnos, el fin de semana, que están dispuestos a todo —y todo es todo— con tal de reconquistar el poder.