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Grave daño se le inflige a la lucha contra la violencia de género e intrafamiliar cuando un caso de alta notoriedad se publicita con fines que tienen poco qué ver con la sanción social que merece. Ocurrió la semana pasada con la denuncia sobre el ataque físico y verbal que sufrió por parte de su pareja, la esposa del caricaturista Matador, uno de los críticos más importantes que tiene el país por la acidez que les imprime a sus satíricas obras contra personajes de poder. La denuncia fue explotada, infortunadamente, por quien, tras una fachada noble que oculta su mezquindad, buscaba un efecto distinto: eliminar del debate público a un periodista que lo ha enfrentado a él, a sus círculos uribistas y a sus defendidos judiciales. Aunque tuvo éxito aparente en su cometido, para lograrlo, el denunciante pasó por encima de los deseos, sentimientos y decisiones de la víctima, revictimizándola: no consultó su opinión ni antes ni después. Con seguridad, no era relevante para él que también consiguió lesionar, con la complicidad de un medio, el derecho a la libertad de información, pensamiento y expresión.
Para empezar, el denunciante, a pesar de ser penalista, no presentó un escrito ante la Fiscalía, como le correspondía; tal vez sabía que el delito atribuible a su denunciado prescribió pues sucedió hace una década. En cambio, montó una pieza teatral, con él como protagonista, en la que no disimulaba el disfrute que le producía la decapitación de su enemigo. La publicó en Twitter, en la cuenta que lleva su apellido y profesión, y la anunció mediante un trino soez que jamás suscribiría quien se respete y respete a los otros: “¡EXTRA! La ‘payasa pirotécnica’ y psicópata @Matador000 estuvo capturado en 2013. Resultó ser un matoncito que golpea a sus parejas. Aquí están todos los detalles que develan al despreciable #MatadorMaltrador”. El video de su autoría inicia con fondo negro y la voz trémula de una mujer invisible que dice: “Me sacó todas mis cosas; me las tiró por todo el apartamento. Como pude me zafé y me fui para la otra habitación y allá me pegó una cachetada … que yo era una perra…”. Después se supo que la voz no era de la víctima sino la de una actriz de reparto. Enseguida aparecía el protagonista convenientemente vestido y enjoyado con marcas, sentado ante un piano de lustrosa madera al que le sacó unas cuantas notas musicales para aumentar el clima de suspenso. La escena, en ángulo cuidado, deja ver un jardín al fondo y un retrato de mujer, pretencioso de obra de arte. En primer plano se ve una botella de licor que ha sido abierta y un vaso con líquido alcohólico. Curioso símbolo para denunciar hechos cometidos por un agresor que confesó haber estado ebrio. Pero la contradicción no le importaba al actor: la prioridad era el comercio para su beneficio: la botella contiene un ron de su propiedad y cuya promoción termina con un sorbo y la frase: “Salud con ron Defensor”.
El Tiempo, diario en que Matador publicaba sus caricaturas hace 20 años, lo expulsó mediante comunicado (de sorprendente mala redacción) apenas horas después de que De la Espriella se lo solicitara, sin darle la oportunidad a su colaborador de dos décadas de ser escuchado. El periódico tampoco le preguntó su opinión a la víctima quien, cuando alguien le permitió hablar, expresó que el caso real de violencia intrafamiliar que padeció hace 10 años nunca volvió a ocurrir, que Matador es su pareja actual y que es el padre de su hijo de nueve años de edad. El caricaturista aceptó su culpa en entrevistas posteriores. Además, reveló que El Tiempo ha estado censurando sus dibujos, en particular aquellos en que ironizaba sobre Iván Duque. No es difícil adivinar, por la línea uribista y conservadora de los propietarios del periódico, su incomodidad con un periodista que no somete sus contenidos a los intereses de quien lo contrata. Los indicios conducen a concluir que El Tiempo participó en la puesta en escena. No solo fue obra del abogado que obtuvo el texto de una denuncia en la Fiscalía de Pereira por obra y gracia de un subalterno —o una subalterna— de Barbosa, condiscípulo de Duque y en campaña electoral. ¿A alguien le extrañaría la confabulación? Antes de terminar, recuerdo una enorme contradicción: De la Espriella admite haber sido abogado —aunque ha dicho que en procesos diferentes— de un sujeto que ha golpeado salvajemente a por lo menos dos jóvenes mujeres, una de ellas mi compañera y reportera de Noticias Uno, en el momento en que fue atacada por el amigo del denunciante de Matador. La segunda, víctima de varias golpizas y ofensas verbales del mismo individuo, grabó entrevista con nuestro informativo. Conservamos en archivo esa pieza periodística pese a que nunca la publicamos por respeto al derecho al retracto y a la decisión de la víctima entrevistada. La esposa de Matador no tuvo esa garantía porque no se trataba de defenderla, sino de sepultar a su marido en la deshonra.
Entre paréntesis. El abogado De la Espriella me demandó civilmente hace varios años con la pretensión de que yo le pagara, por mis opiniones, $40 millones. La jueza de primera instancia rechazó su demanda.