Estrategia de abogados: engañar e intimidar a la prensa
¿Lady Noriega, una persona de la farándula criolla más vacua, dando cátedra sobre medicina, especializaciones, grados, convalidaciones de supuestos títulos de posgrado en el exterior, y calificando —o descalificando— cirujanos?
¡Me fui de espaldas cuando vi el despliegue, el título y el contenido de un espacio que El Espectador le concedió a esta señora analfabeta en el tema, en coincidencia con la avalancha de informaciones sobre las deformidades, daños permanentes o incluso la muerte, a que se exponen quienes caen en manos inescrupulosas de supuestos expertos en cirugías estéticas. El periodista que la entrevistó —un profesional con mucho futuro, hay que resaltarlo— tomó ese día una mala decisión. Todos caemos, alguna vez. Por fortuna, el diario se dio cuenta muy pronto de que pretendían utilizarlo con fines no altruistas y, en una sección de autocrítica que, en buena hora, publica en su versión digital, denunció la situación en la Redacción al desnudo de ayer, en que su director expresa que “quedó el sinsabor (en las respuestas de la entrevistada) por la campaña que se alcanzaba a percibir detrás de sus palabras…” La frase siguiente de Fidel Cano es diciente: “a veces, las historias más atractivas vienen con veneno por dentro...” Doña Lady, pareja de uno de los involucrados, resultó ser parte interesada en el debate, repito, de vida o muerte, sobre quiénes pueden tener título académico como cirujanos plásticos y quiénes, aun siendo médicos de base, aprovechan el provincianismo colombiano para meterles gato por liebre a sus potenciales clientes, mujeres en su mayoría, a las que les examinan, no su salud emocional o física, sino su billetera.
La intención de engañar a los medios con la presentación acomodaticia de ciertos datos que, en apariencia, son imparciales, pero que contienen, como bien dice el director Cano, veneno, no es nueva. En este sentido, lo sucedido con la señora Noriega es solo un episodio más en el vademécum de tácticas inmorales pero comunes en Colombia, cuyo objetivo es acallar las críticas. Sin embargo, sí lo es la doble estrategia activada por ciertos abogados que litigan mitad en los estrados, mitad en los canales de la prensa y que consiste en interpretar los hechos de manera que convenga a sus defendidos, de un lado; del otro, en amenazar a los periodistas que investigan y publican lo que hacen ellos, con procesos penales. Un abogado conocido por sus centenares de clientes en líos, hoy defensor de un médico puesto en la mira de la opinión por una decena de víctimas de sus cirugías, publicó ayer un comunicado en que intimida a la inerme estudiante que se atrevió a contar su historia, y al informativo que dirijo, el primero en revelarla y seguirla.
El poderoso abogado de —todavía más— poderosos personajes se viene contra una chica de 20 años que no tiene recursos económicos, menos todavía después de haber desembolsado lo poco que le restaba para tratar de que le reconstruyeran lo que la primera de las operaciones que se practicó, le destruyó; de paso, advierte al noticiero que le da voz a la joven, tal vez para que se abstenga de seguir su caso. Hace no más ocho días conté, en este mismo sitio, que otro litigante de innobles causas me denunció penalmente por mis opiniones, al tiempo que defensores de oficio y de ideología de su poderdante, un magistrado acusado en el Congreso, ofendían mi dignidad y condición de mujer para lograr lo mismo que el primero: intimidarme y callarme.
Reitero lo que dije entonces: no lo lograrán. Continuaremos haciendo lo nuestro: revelando detalles e historias sin olvidar su base probatoria. Paradójicamente, mientras nos arrinconan a víctimas y periodistas, el Estado, y el Gobierno que lo representa, afirman que garantizan la libertad de prensa, pero “dejan hacer, dejan pasar”.
¿Lady Noriega, una persona de la farándula criolla más vacua, dando cátedra sobre medicina, especializaciones, grados, convalidaciones de supuestos títulos de posgrado en el exterior, y calificando —o descalificando— cirujanos?
¡Me fui de espaldas cuando vi el despliegue, el título y el contenido de un espacio que El Espectador le concedió a esta señora analfabeta en el tema, en coincidencia con la avalancha de informaciones sobre las deformidades, daños permanentes o incluso la muerte, a que se exponen quienes caen en manos inescrupulosas de supuestos expertos en cirugías estéticas. El periodista que la entrevistó —un profesional con mucho futuro, hay que resaltarlo— tomó ese día una mala decisión. Todos caemos, alguna vez. Por fortuna, el diario se dio cuenta muy pronto de que pretendían utilizarlo con fines no altruistas y, en una sección de autocrítica que, en buena hora, publica en su versión digital, denunció la situación en la Redacción al desnudo de ayer, en que su director expresa que “quedó el sinsabor (en las respuestas de la entrevistada) por la campaña que se alcanzaba a percibir detrás de sus palabras…” La frase siguiente de Fidel Cano es diciente: “a veces, las historias más atractivas vienen con veneno por dentro...” Doña Lady, pareja de uno de los involucrados, resultó ser parte interesada en el debate, repito, de vida o muerte, sobre quiénes pueden tener título académico como cirujanos plásticos y quiénes, aun siendo médicos de base, aprovechan el provincianismo colombiano para meterles gato por liebre a sus potenciales clientes, mujeres en su mayoría, a las que les examinan, no su salud emocional o física, sino su billetera.
La intención de engañar a los medios con la presentación acomodaticia de ciertos datos que, en apariencia, son imparciales, pero que contienen, como bien dice el director Cano, veneno, no es nueva. En este sentido, lo sucedido con la señora Noriega es solo un episodio más en el vademécum de tácticas inmorales pero comunes en Colombia, cuyo objetivo es acallar las críticas. Sin embargo, sí lo es la doble estrategia activada por ciertos abogados que litigan mitad en los estrados, mitad en los canales de la prensa y que consiste en interpretar los hechos de manera que convenga a sus defendidos, de un lado; del otro, en amenazar a los periodistas que investigan y publican lo que hacen ellos, con procesos penales. Un abogado conocido por sus centenares de clientes en líos, hoy defensor de un médico puesto en la mira de la opinión por una decena de víctimas de sus cirugías, publicó ayer un comunicado en que intimida a la inerme estudiante que se atrevió a contar su historia, y al informativo que dirijo, el primero en revelarla y seguirla.
El poderoso abogado de —todavía más— poderosos personajes se viene contra una chica de 20 años que no tiene recursos económicos, menos todavía después de haber desembolsado lo poco que le restaba para tratar de que le reconstruyeran lo que la primera de las operaciones que se practicó, le destruyó; de paso, advierte al noticiero que le da voz a la joven, tal vez para que se abstenga de seguir su caso. Hace no más ocho días conté, en este mismo sitio, que otro litigante de innobles causas me denunció penalmente por mis opiniones, al tiempo que defensores de oficio y de ideología de su poderdante, un magistrado acusado en el Congreso, ofendían mi dignidad y condición de mujer para lograr lo mismo que el primero: intimidarme y callarme.
Reitero lo que dije entonces: no lo lograrán. Continuaremos haciendo lo nuestro: revelando detalles e historias sin olvidar su base probatoria. Paradójicamente, mientras nos arrinconan a víctimas y periodistas, el Estado, y el Gobierno que lo representa, afirman que garantizan la libertad de prensa, pero “dejan hacer, dejan pasar”.