Produce terror el silencio del presidente Duque y de su ministro de Justicia, el sombrío Wilson Ruiz. Pero no solo el de ellos: el silencio de las cortes, ante todo de la Suprema; el de los expresidentes, los jefazos, tipo Álvaro Uribe, quien debería pronunciarse dada la entidad en donde se tramita su proceso penal; el de los directores de los partidos, el Congreso; el silencio de los gremios, de la Iglesia católica y de las que hay en cada esquina y que fungen como supuestas guardianas de la moral; el silencio, también, de los grandes medios y de sus directores ante tamaña confesión sobre la existencia, en la Fiscalía General de la Nación, de una oficina de “sicariato judicial” que servía (¿sirve?) para “ser chaleco antibala de unos y joder a otros”, frase en que “chaleco antibala” significa ocultar los delitos de ciertos criminales para garantizarles impunidad, y “joder a otros” implica encarcelar e impulsar la condena de personas inocentes. Como en territorios norcoreanos de Kim Jong-un, solo que allá aplican la fórmula de frente, mientras que aquí fingimos ser libres y demócratas. Produce terror tanto silencio alrededor del que, en otro país con sentido de la ética pública, habría sido un escándalo de proporciones mayúsculas que habría conducido a renuncias y al inicio de juicios penales y disciplinarios, empezando por Néstor Humberto Martínez, ex fiscal general señalado de crear los “sicarios judiciales” por encargo que le hiciera a su director anticorrupción, Luis Gustavo Moreno, el único miembro del corrupto “cartel de la toga” que ha pagado pena y no en Colombia: en Estados Unidos. Produce terror tanto silencio porque de este se desprende un rastro de complicidad o de complacencia, para el caso da lo mismo, ante la instrumentalización de la justicia y su utilización como herramienta de venganza o vara de premios, según necesite el funcionario que dirija la operación —Martínez o Barbosa— o el régimen de turno, hoy representado por Duque y por su uribista aparato de poder.
En la segunda parte de la entrevista que Moreno le dio al canal en YouTube que, en buena hora para el periodismo independiente, abrió María Jimena Duzán, las revelaciones que hizo el abogado, que llegó a ser el tercer directivo de mayor rango en la Fiscalía, representan el fin de la carrera pública de Martínez Neira, con silencio institucional o sin este, pues los hechos son de tal gravedad que por sí solos irán abriéndose paso. No importa la complicidad o la complacencia. Es cuestión de tiempo. Lean esta selección de afirmaciones de Moreno, aunque hay más: “A mí me nombraron para hacer mandados... Y eso no era a las espaldas de Néstor Humberto. Era con la línea de Néstor Humberto... El caso Odebrecht (sobornos a funcionarios colombianos) llegó en diciembre (de 2016). Me llamó el fiscal (Martínez) y me dijo: ‘Conforme un equipo de fiscales que hagan caso, Moreno’”. El exdirector anticorrupción continuó: “Yo pongo a (la fiscal) Cerón (Amparo). Y (ella) me dice: ‘Jefecito, mire, yo hago lo que me toque hacer, pero no me traslade a Cartagena’... Entonces, yo la dejo acá, la mejoro pero (le digo) necesito que usted haga caso”. Bajo esa precondición corrupta, Moreno creó el “Grupo de Corrupción Transnacional”, ¡hágame el favor!, con “fiscales que tenían ese perfil; que uno les dice: ‘Vayan y capturen al papa’ por cualquier cosa, y van y lo capturan. O (se les dice) dejen en libertad a Mancuso, y van y dejan en libertad a Mancuso”. Moreno concluyó con una sentencia abrumadora: “Porque ese tipo de fiscales hay dentro de la institución”.
El exfuncionario, un eslabón débil del cartel de la toga que sostiene que ha implicado, en sus confesiones, a 26 altos personajes de quienes no sabemos que les hayan iniciado procesos judiciales, también se refirió a otro episodio de conflicto de intereses de Martínez diferente al de Odebrecht, y tal vez a la comisión de varios delitos por parte de este: “Yo manejé eso (caso Llanopetrol)... cuando capturamos a una persona, (Martínez) se pegó la ‘emputada’ del siglo. Me dio la orden de que nadie se fuera a dar cuenta de que él había rendido un concepto (jurídico a la empresa investigada)”. María Jimena Duzán le preguntó, entonces, a Moreno: “¿A usted le pedía ese tipo de favores Néstor Humberto, que escondiera los conflictos de intereses?”. Respuesta de Moreno: “Sí, claro. Me lo pidió y cumplimos. En ese, para no hablar ahora de otras cosas”. Si estas declaraciones, dichas por un testigo directo de los hechos delictivos en que él mismo participó, no conforman un auto cabeza de proceso contra Martínez Neira en el sistema judicial colombiano, este país ha dejado de ser un Estado de derecho. El silencio cómplice del poder no elimina las conductas criminales. Estas, a pesar de todo, tienen una huella imborrable: la memoria de quienes estamos dispuestos a repetir la verdad aunque nos cueste.
Produce terror el silencio del presidente Duque y de su ministro de Justicia, el sombrío Wilson Ruiz. Pero no solo el de ellos: el silencio de las cortes, ante todo de la Suprema; el de los expresidentes, los jefazos, tipo Álvaro Uribe, quien debería pronunciarse dada la entidad en donde se tramita su proceso penal; el de los directores de los partidos, el Congreso; el silencio de los gremios, de la Iglesia católica y de las que hay en cada esquina y que fungen como supuestas guardianas de la moral; el silencio, también, de los grandes medios y de sus directores ante tamaña confesión sobre la existencia, en la Fiscalía General de la Nación, de una oficina de “sicariato judicial” que servía (¿sirve?) para “ser chaleco antibala de unos y joder a otros”, frase en que “chaleco antibala” significa ocultar los delitos de ciertos criminales para garantizarles impunidad, y “joder a otros” implica encarcelar e impulsar la condena de personas inocentes. Como en territorios norcoreanos de Kim Jong-un, solo que allá aplican la fórmula de frente, mientras que aquí fingimos ser libres y demócratas. Produce terror tanto silencio alrededor del que, en otro país con sentido de la ética pública, habría sido un escándalo de proporciones mayúsculas que habría conducido a renuncias y al inicio de juicios penales y disciplinarios, empezando por Néstor Humberto Martínez, ex fiscal general señalado de crear los “sicarios judiciales” por encargo que le hiciera a su director anticorrupción, Luis Gustavo Moreno, el único miembro del corrupto “cartel de la toga” que ha pagado pena y no en Colombia: en Estados Unidos. Produce terror tanto silencio porque de este se desprende un rastro de complicidad o de complacencia, para el caso da lo mismo, ante la instrumentalización de la justicia y su utilización como herramienta de venganza o vara de premios, según necesite el funcionario que dirija la operación —Martínez o Barbosa— o el régimen de turno, hoy representado por Duque y por su uribista aparato de poder.
En la segunda parte de la entrevista que Moreno le dio al canal en YouTube que, en buena hora para el periodismo independiente, abrió María Jimena Duzán, las revelaciones que hizo el abogado, que llegó a ser el tercer directivo de mayor rango en la Fiscalía, representan el fin de la carrera pública de Martínez Neira, con silencio institucional o sin este, pues los hechos son de tal gravedad que por sí solos irán abriéndose paso. No importa la complicidad o la complacencia. Es cuestión de tiempo. Lean esta selección de afirmaciones de Moreno, aunque hay más: “A mí me nombraron para hacer mandados... Y eso no era a las espaldas de Néstor Humberto. Era con la línea de Néstor Humberto... El caso Odebrecht (sobornos a funcionarios colombianos) llegó en diciembre (de 2016). Me llamó el fiscal (Martínez) y me dijo: ‘Conforme un equipo de fiscales que hagan caso, Moreno’”. El exdirector anticorrupción continuó: “Yo pongo a (la fiscal) Cerón (Amparo). Y (ella) me dice: ‘Jefecito, mire, yo hago lo que me toque hacer, pero no me traslade a Cartagena’... Entonces, yo la dejo acá, la mejoro pero (le digo) necesito que usted haga caso”. Bajo esa precondición corrupta, Moreno creó el “Grupo de Corrupción Transnacional”, ¡hágame el favor!, con “fiscales que tenían ese perfil; que uno les dice: ‘Vayan y capturen al papa’ por cualquier cosa, y van y lo capturan. O (se les dice) dejen en libertad a Mancuso, y van y dejan en libertad a Mancuso”. Moreno concluyó con una sentencia abrumadora: “Porque ese tipo de fiscales hay dentro de la institución”.
El exfuncionario, un eslabón débil del cartel de la toga que sostiene que ha implicado, en sus confesiones, a 26 altos personajes de quienes no sabemos que les hayan iniciado procesos judiciales, también se refirió a otro episodio de conflicto de intereses de Martínez diferente al de Odebrecht, y tal vez a la comisión de varios delitos por parte de este: “Yo manejé eso (caso Llanopetrol)... cuando capturamos a una persona, (Martínez) se pegó la ‘emputada’ del siglo. Me dio la orden de que nadie se fuera a dar cuenta de que él había rendido un concepto (jurídico a la empresa investigada)”. María Jimena Duzán le preguntó, entonces, a Moreno: “¿A usted le pedía ese tipo de favores Néstor Humberto, que escondiera los conflictos de intereses?”. Respuesta de Moreno: “Sí, claro. Me lo pidió y cumplimos. En ese, para no hablar ahora de otras cosas”. Si estas declaraciones, dichas por un testigo directo de los hechos delictivos en que él mismo participó, no conforman un auto cabeza de proceso contra Martínez Neira en el sistema judicial colombiano, este país ha dejado de ser un Estado de derecho. El silencio cómplice del poder no elimina las conductas criminales. Estas, a pesar de todo, tienen una huella imborrable: la memoria de quienes estamos dispuestos a repetir la verdad aunque nos cueste.