¿Qué les dijo Uribe que les hizo cambiar su voto?
No me cuento entre quienes se regocijaron con la fotografía de la semana pasada en que se ve a los más enconados enemigos políticos reunidos en un salón del Congreso: uribistas, exguerrilleros, conservadores, liberales, Petro, verdes, polistas, radicales, la U y hasta el MIRA estaban en esa imagen como supuesto símbolo de entendimiento democrático y de otra oportunidad para concretar un nuevo pacto de paz, no mejor que el firmado, pero sí uno que deje tranquilos a quienes no duermen desde cuando se abrió la posibilidad de ventilar las grandes verdades de Colombia. Por el contrario, me pareció advertir una señal terrible en la superficie y en el fondo. Para empezar, la foto reflejaba todo, menos concordia: los diferentes ángulos de la escena no se traducían en un ambiente de diálogo y tampoco de comprensión. Examinen el gesto contenido del senador Velasco, sentado al lado de un Uribe de pie, como le correspondía a este en su papel de director de orquesta; miren la rabiecita apretada de Paloma Valencia, al margen de su jefe y de la discusión, con sus brazos entrecruzados en forma de escudo (ver foto); observen el ceño fruncido de Rodrigo Lara, Alexander López y los señores de la FARC; la actitud silenciosa del dicharachero Benedetti y la distancia que, con su cuerpo aparentemente distendido, puso Petro, por citar solo unos ejemplos. Cómo sería la tensión del clima, que el mejor momento, el único del que, tal vez, uno podría alegrarse porque en lugar de tiros había una actitud apacible, fue el que se registró cuando María Fernanda Cabal intercambió unas palabras con el “archienemigo” Iván Cepeda y con dos congresistas de las antiguas Farc, una de ellas, la compañera del guerrillero “eterno”, Manuel Marulanda Vélez (ver fotos).
El fondo me preocupó más: el consenso surgido de la manga del liberal Luis Fernando Velasco que interrumpió el instante en que se hundía la propuesta grosera de Paloma Valencia (creación de una para-JEP solo para “juzgar” militares con magistrados escogidos a dedo por el presidente Duque), con el fin de darle aire al Centro Democrático cuando pidió un receso para que el expresidente Uribe pudiera llegar a convencer a los renuentes, requiere una revisión más larga. Hay que repasar lo que se aprobó, horas después, cuando la minoría uribista se había trocado, ya, en mayoría mágica por hechos ocurridos fuera del salón que aún se desconocen, y cuando los congresistas que todavía piensan en los derechos de las víctimas tuvieron que ceder ante la inminencia de su derrota.
Sea como fuere, darle paso al nombramiento de 14 magistrados más para la JEP, (dos por sala que entrarán a vigilar lo que hagan los otros) para “garantizarles imparcialidad” a los uniformados, significa aceptar que los togados que conforman la actual Justicia Especial son proguerrilleros y anti-Fuerzas Armadas. Y que los organismos que participaron en el Comité de Escogencia (la ONU, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el Centro Internacional de Justicia, la Corte Suprema y la red nacional de universidades) también adolecían de sesgos a favor o en contra de los lados de una guerra que nunca conocieron. Y eso es poco: además, los señores uribistas dejaron clara su intención de tramitar sus pretensiones de modificar la esencia de la JEP y del Acuerdo de Paz, en otros proyectos diferentes, no en este. ¡Vaya ganancia!
Ahora bien, firmado el esperpento que salió de la Comisión Primera del Senado con el voto inocente o bien intencionado de unos pero calculado con pasmosa hipocresía por el jefe del Centro Democrático y sus aliados, los ciudadanos tenemos derecho a preguntarles a los tres liberales (Velasco, Amín y Pinto) y a Armando Benedetti, de la U, por los motivos ocultos que los llevaron a cambiarse de bando y a abandonar sus presuntas convicciones de defensa de lo acordado en La Habana, después de sendas llamadas telefónicas (a Velasco y a Benedetti) del habilidoso Uribe: ¿qué les dijo después de años sin cruzar palabra con ellos? ¿Qué le pidieron o que les ofreció? ¿Cómo los convenció? Y, ¿a cambio de qué, cedieron?
Esperamos respuestas… o las descubriremos tarde o temprano.
No me cuento entre quienes se regocijaron con la fotografía de la semana pasada en que se ve a los más enconados enemigos políticos reunidos en un salón del Congreso: uribistas, exguerrilleros, conservadores, liberales, Petro, verdes, polistas, radicales, la U y hasta el MIRA estaban en esa imagen como supuesto símbolo de entendimiento democrático y de otra oportunidad para concretar un nuevo pacto de paz, no mejor que el firmado, pero sí uno que deje tranquilos a quienes no duermen desde cuando se abrió la posibilidad de ventilar las grandes verdades de Colombia. Por el contrario, me pareció advertir una señal terrible en la superficie y en el fondo. Para empezar, la foto reflejaba todo, menos concordia: los diferentes ángulos de la escena no se traducían en un ambiente de diálogo y tampoco de comprensión. Examinen el gesto contenido del senador Velasco, sentado al lado de un Uribe de pie, como le correspondía a este en su papel de director de orquesta; miren la rabiecita apretada de Paloma Valencia, al margen de su jefe y de la discusión, con sus brazos entrecruzados en forma de escudo (ver foto); observen el ceño fruncido de Rodrigo Lara, Alexander López y los señores de la FARC; la actitud silenciosa del dicharachero Benedetti y la distancia que, con su cuerpo aparentemente distendido, puso Petro, por citar solo unos ejemplos. Cómo sería la tensión del clima, que el mejor momento, el único del que, tal vez, uno podría alegrarse porque en lugar de tiros había una actitud apacible, fue el que se registró cuando María Fernanda Cabal intercambió unas palabras con el “archienemigo” Iván Cepeda y con dos congresistas de las antiguas Farc, una de ellas, la compañera del guerrillero “eterno”, Manuel Marulanda Vélez (ver fotos).
El fondo me preocupó más: el consenso surgido de la manga del liberal Luis Fernando Velasco que interrumpió el instante en que se hundía la propuesta grosera de Paloma Valencia (creación de una para-JEP solo para “juzgar” militares con magistrados escogidos a dedo por el presidente Duque), con el fin de darle aire al Centro Democrático cuando pidió un receso para que el expresidente Uribe pudiera llegar a convencer a los renuentes, requiere una revisión más larga. Hay que repasar lo que se aprobó, horas después, cuando la minoría uribista se había trocado, ya, en mayoría mágica por hechos ocurridos fuera del salón que aún se desconocen, y cuando los congresistas que todavía piensan en los derechos de las víctimas tuvieron que ceder ante la inminencia de su derrota.
Sea como fuere, darle paso al nombramiento de 14 magistrados más para la JEP, (dos por sala que entrarán a vigilar lo que hagan los otros) para “garantizarles imparcialidad” a los uniformados, significa aceptar que los togados que conforman la actual Justicia Especial son proguerrilleros y anti-Fuerzas Armadas. Y que los organismos que participaron en el Comité de Escogencia (la ONU, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el Centro Internacional de Justicia, la Corte Suprema y la red nacional de universidades) también adolecían de sesgos a favor o en contra de los lados de una guerra que nunca conocieron. Y eso es poco: además, los señores uribistas dejaron clara su intención de tramitar sus pretensiones de modificar la esencia de la JEP y del Acuerdo de Paz, en otros proyectos diferentes, no en este. ¡Vaya ganancia!
Ahora bien, firmado el esperpento que salió de la Comisión Primera del Senado con el voto inocente o bien intencionado de unos pero calculado con pasmosa hipocresía por el jefe del Centro Democrático y sus aliados, los ciudadanos tenemos derecho a preguntarles a los tres liberales (Velasco, Amín y Pinto) y a Armando Benedetti, de la U, por los motivos ocultos que los llevaron a cambiarse de bando y a abandonar sus presuntas convicciones de defensa de lo acordado en La Habana, después de sendas llamadas telefónicas (a Velasco y a Benedetti) del habilidoso Uribe: ¿qué les dijo después de años sin cruzar palabra con ellos? ¿Qué le pidieron o que les ofreció? ¿Cómo los convenció? Y, ¿a cambio de qué, cedieron?
Esperamos respuestas… o las descubriremos tarde o temprano.