¿Un eje de medios uribistas con fines electorales?
El retiro del cargo, tal vez planeado, tal vez intempestivo, del director de El Tiempo, Roberto Pombo, no es asunto que deba tomarse como una simple anécdota del mundo periodístico: trasciende el ámbito personal (su decisión) y privado (la orden del propietario de la Casa Editorial, grupo Luis Carlos Sarmiento Angulo), puesto que se trata del conductor de un diario que incide, con sus publicaciones y sus abstenciones, en las noticias que reciben o dejan de recibir los ciudadanos. Por tanto, hablamos de democracia. El caso, pues, de la renuncia de Pombo, de los entretelones que la precedieron, de la designación de su sucesor o sucesora y, especialmente, del destino que su dueño pretenda darle a ese medio de comunicación es problema de la sociedad entera en que tenemos derecho, por ejemplo, a contar con informaciones sobre los actos y conductas de los pocos que detentan tanto poder, que terminan impactando nuestras vidas. Pombo fue nombrado en el puesto que hoy deja en un momento de quiebre en la historia del periódico, que celebra este año 110 de existencia: siendo él pariente de los cofundadores de El Tiempo, fue designado director después de que la familia Santos y sus socios, periodistas de profesión, vendieran su mayoría accionaria al grupo editorial Planeta, de España, del que podría decirse que fue un ave de paso porque tan pronto como compró, vendió, en vista de que el retorno de su inversión no estuvo al nivel de sus expectativas.
Fue entonces cuando la organización Sarmiento Angulo, cuyo líder es considerado el hombre más rico de Colombia, adquirió el 55 % de Planeta con lo que sumó ese porcentaje al 33 % que ya poseía en El Tiempo. Los socios minoritarios no tuvieron otra alternativa que vender sus acciones al gigante, hoy propietario del 100 % de ese consorcio de medios. Roberto Pombo permaneció en la dirección del diario con el aval —valga la coincidencia del término— del “pontífice” de los negocios, Sarmiento Angulo. Y ahí permaneció. ¿Qué ocurrió para que Sarmiento quisiera estrenar director o, al contrario, para que Pombo deseara renunciar? Difícil creer que hubo una ruptura aparatosa. El periodista, que se conoce por su trato cordial y por su habilidad para componer conflictos, no es irascible ni impositivo. Por el contrario, a muchos lectores les parecía que, bajo su batuta amable, el periódico había perdido importancia por la transformación de sus contenidos, probablemente impuesta, en detrimento del interés general y en beneficio de los intereses del conglomerado y de sus aliados en este y otros gobiernos con los que tiene que conciliar para no afectarse mutuamente.
Pero, ojo, Pombo, al final de cuentas periodista de tradición, tiene límites. O sea, no es un mono pintado en la pared como otros directores que, hoy, “triunfan” por ahí agachando la cabeza (“haciendo caso”, según frase excepcional del corrupto exfiscal Luis Gustavo Moreno), ante una orden perentoria y una gran paga. Es posible que, a un año de las elecciones presidenciales y en medio del desespero de Uribe Vélez por el temor a perder el control del país, dada la impopularidad de su pupilo Iván Duque y la debilidad política de sus congresistas, esté apretando a sus amigos con la reiterada amenaza del “castrochavismo”, risible para los sensatos pero temible para muchos ingenuos.
Con esta perspectiva, Pombo podría haber empezado a ser incómodo: es amigo, cierto, pero no al punto que se necesita. El Tiempo —para eso tiene dueño único— no debería ser “tibio” como, paradójicamente, descalifican al sector moderado y de centro, tanto los extremistas de derecha como los de izquierda. Si esa tesis resultare cierta, la organización Sarmiento Angulo, mal aconsejada por ciertos asesores a quienes también les conviene el silencio de informaciones y opiniones, pondrá al frente de su Casa Editorial a un periodista marcado con el sello uribista y sus páginas serán como las de Semana, una especie de boletín oficial dispuesto para que crezcan los votos en 2022 y para producir billetes y alto tráfico digital, qué importa su nula credibilidad. En esa eventualidad, el eje mediático El Tiempo-Semana-RCN, en manos del uribismo, garantizaría el triunfo electoral de una ultraderecha más violenta y aniquiladora de la que hemos padecido hasta ahora. Ojalá todo lo dicho sea producto de mi imaginación desbordada y me equivoque, de cabo a cabo.
El retiro del cargo, tal vez planeado, tal vez intempestivo, del director de El Tiempo, Roberto Pombo, no es asunto que deba tomarse como una simple anécdota del mundo periodístico: trasciende el ámbito personal (su decisión) y privado (la orden del propietario de la Casa Editorial, grupo Luis Carlos Sarmiento Angulo), puesto que se trata del conductor de un diario que incide, con sus publicaciones y sus abstenciones, en las noticias que reciben o dejan de recibir los ciudadanos. Por tanto, hablamos de democracia. El caso, pues, de la renuncia de Pombo, de los entretelones que la precedieron, de la designación de su sucesor o sucesora y, especialmente, del destino que su dueño pretenda darle a ese medio de comunicación es problema de la sociedad entera en que tenemos derecho, por ejemplo, a contar con informaciones sobre los actos y conductas de los pocos que detentan tanto poder, que terminan impactando nuestras vidas. Pombo fue nombrado en el puesto que hoy deja en un momento de quiebre en la historia del periódico, que celebra este año 110 de existencia: siendo él pariente de los cofundadores de El Tiempo, fue designado director después de que la familia Santos y sus socios, periodistas de profesión, vendieran su mayoría accionaria al grupo editorial Planeta, de España, del que podría decirse que fue un ave de paso porque tan pronto como compró, vendió, en vista de que el retorno de su inversión no estuvo al nivel de sus expectativas.
Fue entonces cuando la organización Sarmiento Angulo, cuyo líder es considerado el hombre más rico de Colombia, adquirió el 55 % de Planeta con lo que sumó ese porcentaje al 33 % que ya poseía en El Tiempo. Los socios minoritarios no tuvieron otra alternativa que vender sus acciones al gigante, hoy propietario del 100 % de ese consorcio de medios. Roberto Pombo permaneció en la dirección del diario con el aval —valga la coincidencia del término— del “pontífice” de los negocios, Sarmiento Angulo. Y ahí permaneció. ¿Qué ocurrió para que Sarmiento quisiera estrenar director o, al contrario, para que Pombo deseara renunciar? Difícil creer que hubo una ruptura aparatosa. El periodista, que se conoce por su trato cordial y por su habilidad para componer conflictos, no es irascible ni impositivo. Por el contrario, a muchos lectores les parecía que, bajo su batuta amable, el periódico había perdido importancia por la transformación de sus contenidos, probablemente impuesta, en detrimento del interés general y en beneficio de los intereses del conglomerado y de sus aliados en este y otros gobiernos con los que tiene que conciliar para no afectarse mutuamente.
Pero, ojo, Pombo, al final de cuentas periodista de tradición, tiene límites. O sea, no es un mono pintado en la pared como otros directores que, hoy, “triunfan” por ahí agachando la cabeza (“haciendo caso”, según frase excepcional del corrupto exfiscal Luis Gustavo Moreno), ante una orden perentoria y una gran paga. Es posible que, a un año de las elecciones presidenciales y en medio del desespero de Uribe Vélez por el temor a perder el control del país, dada la impopularidad de su pupilo Iván Duque y la debilidad política de sus congresistas, esté apretando a sus amigos con la reiterada amenaza del “castrochavismo”, risible para los sensatos pero temible para muchos ingenuos.
Con esta perspectiva, Pombo podría haber empezado a ser incómodo: es amigo, cierto, pero no al punto que se necesita. El Tiempo —para eso tiene dueño único— no debería ser “tibio” como, paradójicamente, descalifican al sector moderado y de centro, tanto los extremistas de derecha como los de izquierda. Si esa tesis resultare cierta, la organización Sarmiento Angulo, mal aconsejada por ciertos asesores a quienes también les conviene el silencio de informaciones y opiniones, pondrá al frente de su Casa Editorial a un periodista marcado con el sello uribista y sus páginas serán como las de Semana, una especie de boletín oficial dispuesto para que crezcan los votos en 2022 y para producir billetes y alto tráfico digital, qué importa su nula credibilidad. En esa eventualidad, el eje mediático El Tiempo-Semana-RCN, en manos del uribismo, garantizaría el triunfo electoral de una ultraderecha más violenta y aniquiladora de la que hemos padecido hasta ahora. Ojalá todo lo dicho sea producto de mi imaginación desbordada y me equivoque, de cabo a cabo.