Casi a 20 años del sometimiento de Colombia a los designios de Álvaro Uribe, es posible señalar con abundante evidencia que uno de los daños mayores que el señor de estas tierras nos ha hecho a quienes aquí vivimos es la postración lastimosa del Estado; y con esta, la degradación de los personajes que él, utilizando su poder sin límites, ha puesto a manejar los asuntos públicos. Para no ir muy lejos, el Parlamento y el Gobierno se aprestan a cambiar la estructura constitucional para revocarle la condena a un individuo que cometió dos delitos graves que afectaron los dineros de la Nación. Y para recordar hechos cercanos, el senador-expresidente-jefe de todos los jefes instaló, en el Ejecutivo, a un presidente de la República al que eligieron sus creyentes sin exigirle el requisito que una empresa cualquiera le pediría a alguien que aspirara a obtener un cargo de mediana responsabilidad: experiencia profesional mínima; e impuso en el Legislativo a un presidente del Congreso analfabeta de letras y cultura... y, por supuesto, de moral.
Macías, un siervo ramplón y sin méritos que nunca hubiera alcanzado, por sí mismo, la dignidad de representación en que lo impuso su patrón, terminó confesando, en la apertura del actual periodo de sesiones, su talante de bandidito: “Les voy a hacer una jugada a estos de la oposición: es que nos toca por obligación que ellos hablen después del presidente. Tan pronto termine él (Duque), yo digo: ‘Se decreta un receso’ y le pido a la comisión que acompañe al presidente y lo saco de aquí”. En realidad, no es ninguna noticia. Burlarse del Estatuto de la Oposición fue parte de su tarea de uribista en la mesa directiva del Senado, pero no se suponía que quedara huella. El mérito de su confesión grabada es que es prueba de su hipocresía y, claro, de la hipocresía de la bancada del Centro Democrático y del Gobierno, con la oposición y con los propios uribistas que votaron por ellos y que esperan que no los engañen con “jugaditas”.
No obstante, para el Macías pillado con las manos en la masa y para el presidente Duque “favorecido” por el pillo, la ilegalidad no tiene la menor importancia. El primero zanjó su trampa con un trino retador en que reducía su calificación de violador de la ley a “un error”. Y para el segundo, todo un jefe de Estado, callar con zancadillas a las fuerzas opositoras, un hecho que haría caer a mandatarios y primeros ministros en otras latitudes, no vale la pena y solo es cuestión de “no meterle más misterio”. El senador saboteado en la instalación del Congreso el 20 de julio, Jorge Enrique Robledo, recordó otras trampas de Macías: prohibir, en el Senado, el debate de moción de censura al ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla que terminó realizándose en la Cámara pese a todo el aparato de poder que sepultó las objeciones al examinado. Y orquestar, el día del debate al exfiscal general, el acto vulgar a favor de Néstor Humberto Martínez en que se preparó, como obra de teatro, toda una escenografía con Paloma Valencia en el papel de actriz protagonista para desviar la acusación contra Martínez y centrarla en el senador Petro a quien, por contera, Macías le cercenó, impunemente, su derecho de respuesta a Valencia, mediante su vicepresidente Eduardo Pulgar. Por su parte, el presidente Duque también se las trae: varias veces ha cambiado sus alocuciones en directo por grabaciones en video para obstaculizar el derecho de réplica que tienen los disconformes.
Así que no se trata solo de jugaditas, errorcitos o de meterles misterio a las audacias oficiales que imponen censura al pensamiento y a la libertad de expresión.
Gracias a un micrófono abierto que nos hizo el milagro de constatar lo que ya sabíamos, es decir, el sello autocrático de Uribe, transferido en su integridad, al actual Gobierno y al Congreso, se puede predecir el camino que, apenas a un año de esta administración, recorre la facción política que hoy está en el poder. Quienes no nos crean, que se atengan a las consecuencias advertidas, paradójicamente, por los que dijeron que si elegíamos a otros diferentes a ellos, caeríamos en una nueva que Venezuela. Para allá vamos aunque la carita de yo no fui del uribismo mentiroso engañe a todo el mundo, otra vez.
Casi a 20 años del sometimiento de Colombia a los designios de Álvaro Uribe, es posible señalar con abundante evidencia que uno de los daños mayores que el señor de estas tierras nos ha hecho a quienes aquí vivimos es la postración lastimosa del Estado; y con esta, la degradación de los personajes que él, utilizando su poder sin límites, ha puesto a manejar los asuntos públicos. Para no ir muy lejos, el Parlamento y el Gobierno se aprestan a cambiar la estructura constitucional para revocarle la condena a un individuo que cometió dos delitos graves que afectaron los dineros de la Nación. Y para recordar hechos cercanos, el senador-expresidente-jefe de todos los jefes instaló, en el Ejecutivo, a un presidente de la República al que eligieron sus creyentes sin exigirle el requisito que una empresa cualquiera le pediría a alguien que aspirara a obtener un cargo de mediana responsabilidad: experiencia profesional mínima; e impuso en el Legislativo a un presidente del Congreso analfabeta de letras y cultura... y, por supuesto, de moral.
Macías, un siervo ramplón y sin méritos que nunca hubiera alcanzado, por sí mismo, la dignidad de representación en que lo impuso su patrón, terminó confesando, en la apertura del actual periodo de sesiones, su talante de bandidito: “Les voy a hacer una jugada a estos de la oposición: es que nos toca por obligación que ellos hablen después del presidente. Tan pronto termine él (Duque), yo digo: ‘Se decreta un receso’ y le pido a la comisión que acompañe al presidente y lo saco de aquí”. En realidad, no es ninguna noticia. Burlarse del Estatuto de la Oposición fue parte de su tarea de uribista en la mesa directiva del Senado, pero no se suponía que quedara huella. El mérito de su confesión grabada es que es prueba de su hipocresía y, claro, de la hipocresía de la bancada del Centro Democrático y del Gobierno, con la oposición y con los propios uribistas que votaron por ellos y que esperan que no los engañen con “jugaditas”.
No obstante, para el Macías pillado con las manos en la masa y para el presidente Duque “favorecido” por el pillo, la ilegalidad no tiene la menor importancia. El primero zanjó su trampa con un trino retador en que reducía su calificación de violador de la ley a “un error”. Y para el segundo, todo un jefe de Estado, callar con zancadillas a las fuerzas opositoras, un hecho que haría caer a mandatarios y primeros ministros en otras latitudes, no vale la pena y solo es cuestión de “no meterle más misterio”. El senador saboteado en la instalación del Congreso el 20 de julio, Jorge Enrique Robledo, recordó otras trampas de Macías: prohibir, en el Senado, el debate de moción de censura al ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla que terminó realizándose en la Cámara pese a todo el aparato de poder que sepultó las objeciones al examinado. Y orquestar, el día del debate al exfiscal general, el acto vulgar a favor de Néstor Humberto Martínez en que se preparó, como obra de teatro, toda una escenografía con Paloma Valencia en el papel de actriz protagonista para desviar la acusación contra Martínez y centrarla en el senador Petro a quien, por contera, Macías le cercenó, impunemente, su derecho de respuesta a Valencia, mediante su vicepresidente Eduardo Pulgar. Por su parte, el presidente Duque también se las trae: varias veces ha cambiado sus alocuciones en directo por grabaciones en video para obstaculizar el derecho de réplica que tienen los disconformes.
Así que no se trata solo de jugaditas, errorcitos o de meterles misterio a las audacias oficiales que imponen censura al pensamiento y a la libertad de expresión.
Gracias a un micrófono abierto que nos hizo el milagro de constatar lo que ya sabíamos, es decir, el sello autocrático de Uribe, transferido en su integridad, al actual Gobierno y al Congreso, se puede predecir el camino que, apenas a un año de esta administración, recorre la facción política que hoy está en el poder. Quienes no nos crean, que se atengan a las consecuencias advertidas, paradójicamente, por los que dijeron que si elegíamos a otros diferentes a ellos, caeríamos en una nueva que Venezuela. Para allá vamos aunque la carita de yo no fui del uribismo mentiroso engañe a todo el mundo, otra vez.