Narcotráfico y cómo superarlo

César Ferrari
19 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.
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Nuevamente parece ponerse de moda en Colombia y en Estados Unidos el prohibicionismo de la producción, transporte y consumo de drogas. La tendencia en Estados Unidos tiene excepciones notables: 8 de los 50 estados de la Unión han legalizado con algunas diferencias el cultivo, consumo y comercialización para fines recreacionales de la marihuana, el último en hacerlo fue California a partir del 1º de enero de 2018. De alguna manera siguen los ejemplos de Holanda, Canadá y Uruguay.

El cambio en la tendencia en Colombia llama la atención. Después de aceptarse legalmente desde 1994 el porte y consumo de una dosis mínima de droga, por una sentencia de la Corte Constitucional, con el argumento del respeto a la libre determinación de la personalidad, nuevamente se pretende perseguir a sus portadores y usuarios y, con más ahínco, destruir los cultivos de coca y marihuana. La justificación es la misma que la de hace muchos años: la adicción entre los jóvenes y el microtráfico están aumentando a niveles peligrosos para la tranquilidad de la sociedad y, además, para las personas más religiosas son un pecado contra Dios.

El prohibicionismo de las drogas, en su producción, comercialización y transporte, es el natural sucesor del prohibicionismo del alcohol que estuvo vigente en Estados Unidos entre el 16 de enero de 1920 y el 6 de diciembre de 1933. La eliminación de la “ley seca” fue la consecuencia natural de su estruendoso fracaso: la ley no se respetaba en ningún nivel social, dio pie al nacimiento de unas mafias poderosas que controlaban la producción, transporte y comercialización ilegal del alcohol, que se transformó en un negocio de altísima rentabilidad gracias a su elevada demanda y a las dificultades para su abastecimiento, incluyendo la persecución policial, y generó una corrupción generalizada. Todo ello se acabó al levantarse la prohibición.

Más adelante, cuando se organizó la siguiente prohibición, la de las drogas, esas mafias se mudaron al nuevo negocio, el del narcotráfico, mucho más rentable aún que el del alcohol pues el consumo de drogas genera mayor adicción y, por lo tanto, como se diría en economía, su demanda es mucho más inelástica al precio, es decir el adicto está dispuesto a pagar casi cualquier precio por obtener su dosis, y para conseguir el dinero necesario para comprarla y satisfacer su consumo está dispuesto hasta “matar a su abuelita”. Esta vez el negocio se trasformó en uno de alcance transnacional: el consumo era mayormente estadounidense y la producción andina (o afgana en el caso de la heroína), lo que dio pie, a su vez, a la aparición de las mafias andinas (o afganas). Como siempre, la demanda creó su propia oferta.

Es por ello, muy seguro, que las mafias en todo el mundo deben estar celebrando esta vuelta al prohibicionismo total. La razón es apenas obvia: como la demanda de drogas es muy inelástica, una pequeña restricción de la oferta, producto de alguna persecución de la producción, acaba aumentando su precio notablemente y, con ello, la rentabilidad del narcotráfico. En otras palabras, el prohibicionismo favorece al narcotráfico y a la corrupción que lo acompaña y, así, siempre está condenado al fracaso: pretender que la drogadicción y el narcotráfico se resolverán persiguiendo a los consumidores y destruyendo la producción no tiene ni pies ni cabeza.

Los gobiernos que más insisten en ese camino, como el de los Estados Unidos, son lo que tienen los mayores problemas de adicción entre los jóvenes; más aún, entre los profesionales jóvenes con ingresos sumamente elevados entre quienes el consumo de drogas ha llegado a aceptarse socialmente.

Pero tampoco puede desconocerse el daño tremendo que produce en la sociedad y, en particular, en los jóvenes el uso y el abuso de drogas. La cuestión es entonces como vencer al narcotráfico de una manera efectiva y duradera. Tal vez la manera de hacerlo es siguiendo la máxima de Sun Tzu: "La excelencia suprema consiste en romper la resistencia del enemigo sin luchar." Y eso significa reducir la demanda de drogas de los jóvenes.

Esa demanda tiene que ver con la irrupción del consumismo y del hedonismo, que identifican el bien con el placer sensorial e inmediato, en últimas de la exacerbación del individualismo, como motores del capitalismo y del desarrollo. Tiene que ver también con la falta de ocupación de los jóvenes en sus tiempos libres. Así mismo, tiene que ver con la enseñanza de que el éxito se mide por la capacidad de hacer dinero de manera rápida y fácil, observada en la generación de rentas indebidas en los mercados consecuencia de la existencia tolerada de carteles y oligopolios que deforman el capitalismo hasta convertirlo en un “capitalismo de compadres” en palabras del premio Nobel Stiglitz.

Así, la preocupación de gran parte de los jóvenes por el resto de la sociedad ha prácticamente desaparecido: sus sueños por un mundo mejor han sido sustituidos por el sueño de poseer el último tenis de marca. Ha sido alentado por un sistema que genera los mecanismos para evitar cuestionamientos respecto al funcionamiento de una economía que ha producido unos niveles de concentración del ingreso nunca antes vistos y que, además, tolera el capitalismo de compadres con una regulación inadecuada e ineficiente.

Hace unas pocas décadas, los jóvenes estaban preocupados por salvar el mundo y en su intento romántico y en la exigencia de sus estudios no tenían al placer como el motor de su existencia, ni tiempo para pensar en otras cosas más allá de esos estudios.

En otras palabras, superar el narcotráfico implica superar el capitalismo de compadres, el consumismo y el hedonismo entre los jovenes, y formar una juventud con más preocupaciones por sus prójimos y no tan prójimos; es decir, con fomentar su solidaridad. Cercenar sus libertades sin promover su solidaridad seguirá siendo ineficiente e ineficaz… como siempre.

* Ph.D. Profesor titular, Pontificia Universidad Javeriana, Departamento de Economía.

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