Hay pocos conceptos políticos tan maltratados como “populismo”. Su uso oportunista ha llegado al extremo en la campaña presidencial, donde se convirtió en el epítome preferido de la derecha uribista para descalificar a la izquierda petrista. En realidad, hay populismo tanto de derecha como de izquierda, como lo ilustran las candidaturas de Duque y de Petro.
Como explica Jan-Werner Müller en ¿Qué es el populismo?, lo que comparten los líderes populistas —desde Trump hasta Maduro, desde Erdogan en Turquía hasta Modi en India— no es un color ideológico ni un programa económico, sino una afirmación moral: que la población se divide entre “nosotros” y “ellos”, entre el pueblo real y sus enemigos.
“Los medios de comunicación son los enemigos del pueblo”, ha declarado Trump refiriéndose a los periodistas independientes, como solía decir Rafael Correa en Ecuador. “Nosotros somos el pueblo: ¿quiénes son ustedes?”, fue el dardo que Erdogan les lanzó a sus críticos, a quienes no baja de “cómplices del terrorismo”, la misma descalificación temeraria que usaba Uribe en su gobierno. Al paso que encarcela opositores, Maduro los llama “cómplices del imperio” y “enemigos de la madre patria”.
Aunque Duque y Petro han moderado su lenguaje televisivo para atraer votos de centro, las trayectorias de sus movimientos y gobiernos son similares en su cercanía a la lógica populista. Por supuesto, tienen diferencias profundas en el qué de sus ideas. Se distancian en asuntos vitales —desde el medioambiente hasta la paz y la economía—, lo que comprueba que la distinción entre izquierda y derecha sigue siendo fundamental y puede definir las elecciones si los dos pasan a segunda vuelta.
Pero uribismo y petrismo se asemejan en el cómo de la política, en su tendencia a entenderla como un juego de todo o nada, como una revancha de unos contra otros. Así lo mostró el estilo antagónico de sus gobiernos, aunque Petro nunca incurrió en los extremos ilegales del uribismo, que persiguió las instituciones y los sectores críticos, lo que recuerda que en Colombia hemos tenido más populismo de derecha que de izquierda.
El parecido en el cómo de ambos populismos es evidente en algunas de sus propuestas. Los dos, por ejemplo, han coincidido hace tiempo en la idea de convocar una constituyente que reemplace la Carta de 1991, cada uno para cambiar, entre otras, las reglas de juego que limitan el poder de su sector.
Esa es la tentación y el riesgo de los populismos: usar las mayorías para minar las reglas del Estado de derecho y, en últimas, las del juego democrático, entendido como la posibilidad de la alternancia en el poder. Es el riesgo que se materializó en otros países y se está perdiendo de vista en Colombia, en medio de la polarización electoral. No es el único factor relevante ni creo que lleve inevitablemente a apoyar a alguno de los candidatos que compiten en primera vuelta. Tampoco creo que ese sea mi rol de opinador, al menos en esta columna. Pero creo que es un error dejarlo de lado.
Hay pocos conceptos políticos tan maltratados como “populismo”. Su uso oportunista ha llegado al extremo en la campaña presidencial, donde se convirtió en el epítome preferido de la derecha uribista para descalificar a la izquierda petrista. En realidad, hay populismo tanto de derecha como de izquierda, como lo ilustran las candidaturas de Duque y de Petro.
Como explica Jan-Werner Müller en ¿Qué es el populismo?, lo que comparten los líderes populistas —desde Trump hasta Maduro, desde Erdogan en Turquía hasta Modi en India— no es un color ideológico ni un programa económico, sino una afirmación moral: que la población se divide entre “nosotros” y “ellos”, entre el pueblo real y sus enemigos.
“Los medios de comunicación son los enemigos del pueblo”, ha declarado Trump refiriéndose a los periodistas independientes, como solía decir Rafael Correa en Ecuador. “Nosotros somos el pueblo: ¿quiénes son ustedes?”, fue el dardo que Erdogan les lanzó a sus críticos, a quienes no baja de “cómplices del terrorismo”, la misma descalificación temeraria que usaba Uribe en su gobierno. Al paso que encarcela opositores, Maduro los llama “cómplices del imperio” y “enemigos de la madre patria”.
Aunque Duque y Petro han moderado su lenguaje televisivo para atraer votos de centro, las trayectorias de sus movimientos y gobiernos son similares en su cercanía a la lógica populista. Por supuesto, tienen diferencias profundas en el qué de sus ideas. Se distancian en asuntos vitales —desde el medioambiente hasta la paz y la economía—, lo que comprueba que la distinción entre izquierda y derecha sigue siendo fundamental y puede definir las elecciones si los dos pasan a segunda vuelta.
Pero uribismo y petrismo se asemejan en el cómo de la política, en su tendencia a entenderla como un juego de todo o nada, como una revancha de unos contra otros. Así lo mostró el estilo antagónico de sus gobiernos, aunque Petro nunca incurrió en los extremos ilegales del uribismo, que persiguió las instituciones y los sectores críticos, lo que recuerda que en Colombia hemos tenido más populismo de derecha que de izquierda.
El parecido en el cómo de ambos populismos es evidente en algunas de sus propuestas. Los dos, por ejemplo, han coincidido hace tiempo en la idea de convocar una constituyente que reemplace la Carta de 1991, cada uno para cambiar, entre otras, las reglas de juego que limitan el poder de su sector.
Esa es la tentación y el riesgo de los populismos: usar las mayorías para minar las reglas del Estado de derecho y, en últimas, las del juego democrático, entendido como la posibilidad de la alternancia en el poder. Es el riesgo que se materializó en otros países y se está perdiendo de vista en Colombia, en medio de la polarización electoral. No es el único factor relevante ni creo que lleve inevitablemente a apoyar a alguno de los candidatos que compiten en primera vuelta. Tampoco creo que ese sea mi rol de opinador, al menos en esta columna. Pero creo que es un error dejarlo de lado.