Andrés Fernández de Andrada
Luis Fernando Charry
La Epístola moral a Fabio, del poeta y militar español Andrés Fernández de Andrada (Sevilla, 1575 - México, 1648), parte de una crítica al ascenso social: “Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más activo nacen canas. / El que no las limare o las rompiere, / ni el nombre de varón ha merecido / ni subir al honor que pretendiere”. En efecto, la ambición desgasta al ambicioso y transforma el deseo de ascender en una tortura que solo termina con la muerte. Por eso conviene perfeccionar el autocontrol ya que en ese perfeccionamiento no solo está en juego el buen nombre sino también la posibilidad de ascender a un cargo de mayor prestigio: “Más triunfos, más coronas dio al prudente / que supo retirarse, la fortuna, / que al que esperó obstinada y locamente”.
Retirarse y controlarse: una combinación a prueba de cualquier hundimiento: “Busca, pues, el sosiego dulce y caro, / como en la oscura noche del Egeo / busca el piloto el eminente faro; / que si acortas y ciñes tu deseo / dirás: ‘Lo que desprecio he conseguido, / que la opinión vulgar es devaneo’”. Reaparece aquí el sosiego, pero en este caso el sosiego está subordinado a la moderación de los deseos: “Cese el ansia y la sed de los oficios, / que acepta el don, y burla del intento, / el ídolo a quien haces sacrificios”. Tal vez no haya en definitiva nada más oportuno que la renuncia radical; al fin y al cabo, cualquier actitud codiciosa el poeta la cuestiona: “¡Mísero aquel que corre y se dilata / por cuantos son los climas y los mares, / perseguidor del oro y de la plata!”.
Ante el desenfreno material se impone un refugio en la sombras de la austeridad: “Un ángulo me basta entre mis lares, / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben deudas ni pesares. / Esto tan solamente es cuanto debe / naturaleza al parco y al discreto, / y algún manjar común, honesto y leve”. La ley sagrada de esta suerte de manual de la prudencia en verso podría fijarse en la extinción del exceso; basta repasar el inventario para constatar cuál es la cantidad predominante: “un libro”, “un amigo”, “un sueño breve”. En lugar de amplificar los adjetivos tienden a disminuir o a borrar cualquier signo de ostentación: “breve“, “común”, “honesto”, “leve”.
Dice Gracián en el numeral 27 del Oráculo manual y arte de prudencia: “No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro; es descrédito lo mucho. Aun entre los hombres, los gigantes suelen ser los verdaderos enanos. Estiman algunos los libros por la corpulencia, como si se escribiesen para ejercitar antes los brazos que los ingenios. La extensión sola nunca pudo exceder de medianía; y es plaga de hombres universales, por querer estar en todo, estar en nada. La intensión da eminencia, y heroica, si en materia sublime”. Fernández de Andrada no tarda en sentenciar al mejor estilo de Gracián: “Tal la humana prudencia es bien que mida / y comparta y dispense las acciones / que han de ser compañeras de la vida”. Así, el conjunto de atributos predominantes —austeridad, sencillez, modestia, prudencia— marca la senda hacia el perfeccionamiento individual.
La Epístola moral a Fabio, del poeta y militar español Andrés Fernández de Andrada (Sevilla, 1575 - México, 1648), parte de una crítica al ascenso social: “Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más activo nacen canas. / El que no las limare o las rompiere, / ni el nombre de varón ha merecido / ni subir al honor que pretendiere”. En efecto, la ambición desgasta al ambicioso y transforma el deseo de ascender en una tortura que solo termina con la muerte. Por eso conviene perfeccionar el autocontrol ya que en ese perfeccionamiento no solo está en juego el buen nombre sino también la posibilidad de ascender a un cargo de mayor prestigio: “Más triunfos, más coronas dio al prudente / que supo retirarse, la fortuna, / que al que esperó obstinada y locamente”.
Retirarse y controlarse: una combinación a prueba de cualquier hundimiento: “Busca, pues, el sosiego dulce y caro, / como en la oscura noche del Egeo / busca el piloto el eminente faro; / que si acortas y ciñes tu deseo / dirás: ‘Lo que desprecio he conseguido, / que la opinión vulgar es devaneo’”. Reaparece aquí el sosiego, pero en este caso el sosiego está subordinado a la moderación de los deseos: “Cese el ansia y la sed de los oficios, / que acepta el don, y burla del intento, / el ídolo a quien haces sacrificios”. Tal vez no haya en definitiva nada más oportuno que la renuncia radical; al fin y al cabo, cualquier actitud codiciosa el poeta la cuestiona: “¡Mísero aquel que corre y se dilata / por cuantos son los climas y los mares, / perseguidor del oro y de la plata!”.
Ante el desenfreno material se impone un refugio en la sombras de la austeridad: “Un ángulo me basta entre mis lares, / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben deudas ni pesares. / Esto tan solamente es cuanto debe / naturaleza al parco y al discreto, / y algún manjar común, honesto y leve”. La ley sagrada de esta suerte de manual de la prudencia en verso podría fijarse en la extinción del exceso; basta repasar el inventario para constatar cuál es la cantidad predominante: “un libro”, “un amigo”, “un sueño breve”. En lugar de amplificar los adjetivos tienden a disminuir o a borrar cualquier signo de ostentación: “breve“, “común”, “honesto”, “leve”.
Dice Gracián en el numeral 27 del Oráculo manual y arte de prudencia: “No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro; es descrédito lo mucho. Aun entre los hombres, los gigantes suelen ser los verdaderos enanos. Estiman algunos los libros por la corpulencia, como si se escribiesen para ejercitar antes los brazos que los ingenios. La extensión sola nunca pudo exceder de medianía; y es plaga de hombres universales, por querer estar en todo, estar en nada. La intensión da eminencia, y heroica, si en materia sublime”. Fernández de Andrada no tarda en sentenciar al mejor estilo de Gracián: “Tal la humana prudencia es bien que mida / y comparta y dispense las acciones / que han de ser compañeras de la vida”. Así, el conjunto de atributos predominantes —austeridad, sencillez, modestia, prudencia— marca la senda hacia el perfeccionamiento individual.