Darío, Lugones, Valencia
Luis Fernando Charry
Pedro Henríquez Ureña, en Las corrientes literarias en la América Hispánica, rastrea la postura política de Rubén Darío y su influencia en la obra de la siguiente generación de poetas modernistas: “La vuelta de Darío a los grandes temas de nuestra vida pública fueron un ejemplo para los hombres más jóvenes, y algunos de ellos lo siguieron: Lugones con sus Odas seculares (1910) y Valencia con el canto a su ciudad natal de Popayán. Con todo, no hubo lo que podríamos llamar un retorno a la poesía de combate; tendríamos que esperar hasta que Chocano escriba su ‘¿Quién sabe?’ (1913) antes de ver a la poesía convertida nuevamente en arma”.
Odas seculares —el libro de Lugones lleno de poemas a la patria, las vacas, Buenos Aires, Tucumán o los próceres, entre otros intereses teñidos de afectuoso color local—, ni siquiera mereció una escueta mención por parte de Borges en su libro sobre Lugones, donde solo menciona —en el apartado “Lugones y la política”— dos libros de prosa: Mi beligerancia y La torre de Casandra. Lo anterior no impide que podamos apreciar dos momentos de la amplia obra poética de Lugones. De las Odas seculares tomemos este pasaje del poema “A la patria”: “(…) Allá el buey de las sólidas tareas, / Su enorme y dulce sencillez conforma / A la razón de su deber, que acata / Un dominio ingenioso en la persona. / Allá la vaca fértil como el campo, / Su substancia elabora / En el músculo, en la ubre y en la pella, / Con una grave plenitud geórgica (…)”.
Y ahora veamos los primeros versos del “Himno a la luna” de Lunario sentimental: “Luna, quiero cantarte, / Oh ilustre anciana de las mitologías, / Con todas las fuerzas del arte. / Deidad que en los antiguos días / Imprimiste en nuestro polvo tu sandalia, / No alabaré el litúrgico furor de tus orgías / Ni tu erótica didascalia, / Para que alumbres sin mayores ironías, / Al polígloto elogio de las Guías, / Noches sentimentales de misses en Italia (…)”. En el primer ejemplo, descontando el último verso realmente soberbio, hay un encabalgamiento suave en el tercer verso que rompe sin duda el ritmo del poema. Estas “roturas rítmicas” no están por el contrario presentes en el segundo ejemplo, donde por lo demás los malabarismos verbales nos recuerdan al mejor Darío.
Valencia, por otro lado, fue parte de la comitiva diplomática en Europa (allá conoció a Darío), gobernador del Cauca y candidato a la presidencia de la República. De su poema a Popayán no hay el menor indicio en ninguna de las antologías donde se ha recogido su obra; tampoco se refieren a este poema ninguno de sus muchos críticos: Baldomero Sanín Cano, Rafael Maya o Rogelio Echavarría, entre otros. No es sorpresivo: el “Canto a Popayán” es malo: “Ni mármoles épicos, claros de lumbre y coronas, / ni muros invictos, que prósperos hierros defiendan, / y guarden leones de tranquila postura triunfal; / ni erectas pirámides —urnas al genio propicias— / magníficamente tu fama dilatan, sonora, / con voces eternas, ¡fecunda Ciudad maternal!”. Y este solo es el comienzo.
En definitiva, la “poesía política modernista” constata un hecho incontestable: como poesía es insustancial; como intervención política es un pálido ramillete de ineficacias.
Pedro Henríquez Ureña, en Las corrientes literarias en la América Hispánica, rastrea la postura política de Rubén Darío y su influencia en la obra de la siguiente generación de poetas modernistas: “La vuelta de Darío a los grandes temas de nuestra vida pública fueron un ejemplo para los hombres más jóvenes, y algunos de ellos lo siguieron: Lugones con sus Odas seculares (1910) y Valencia con el canto a su ciudad natal de Popayán. Con todo, no hubo lo que podríamos llamar un retorno a la poesía de combate; tendríamos que esperar hasta que Chocano escriba su ‘¿Quién sabe?’ (1913) antes de ver a la poesía convertida nuevamente en arma”.
Odas seculares —el libro de Lugones lleno de poemas a la patria, las vacas, Buenos Aires, Tucumán o los próceres, entre otros intereses teñidos de afectuoso color local—, ni siquiera mereció una escueta mención por parte de Borges en su libro sobre Lugones, donde solo menciona —en el apartado “Lugones y la política”— dos libros de prosa: Mi beligerancia y La torre de Casandra. Lo anterior no impide que podamos apreciar dos momentos de la amplia obra poética de Lugones. De las Odas seculares tomemos este pasaje del poema “A la patria”: “(…) Allá el buey de las sólidas tareas, / Su enorme y dulce sencillez conforma / A la razón de su deber, que acata / Un dominio ingenioso en la persona. / Allá la vaca fértil como el campo, / Su substancia elabora / En el músculo, en la ubre y en la pella, / Con una grave plenitud geórgica (…)”.
Y ahora veamos los primeros versos del “Himno a la luna” de Lunario sentimental: “Luna, quiero cantarte, / Oh ilustre anciana de las mitologías, / Con todas las fuerzas del arte. / Deidad que en los antiguos días / Imprimiste en nuestro polvo tu sandalia, / No alabaré el litúrgico furor de tus orgías / Ni tu erótica didascalia, / Para que alumbres sin mayores ironías, / Al polígloto elogio de las Guías, / Noches sentimentales de misses en Italia (…)”. En el primer ejemplo, descontando el último verso realmente soberbio, hay un encabalgamiento suave en el tercer verso que rompe sin duda el ritmo del poema. Estas “roturas rítmicas” no están por el contrario presentes en el segundo ejemplo, donde por lo demás los malabarismos verbales nos recuerdan al mejor Darío.
Valencia, por otro lado, fue parte de la comitiva diplomática en Europa (allá conoció a Darío), gobernador del Cauca y candidato a la presidencia de la República. De su poema a Popayán no hay el menor indicio en ninguna de las antologías donde se ha recogido su obra; tampoco se refieren a este poema ninguno de sus muchos críticos: Baldomero Sanín Cano, Rafael Maya o Rogelio Echavarría, entre otros. No es sorpresivo: el “Canto a Popayán” es malo: “Ni mármoles épicos, claros de lumbre y coronas, / ni muros invictos, que prósperos hierros defiendan, / y guarden leones de tranquila postura triunfal; / ni erectas pirámides —urnas al genio propicias— / magníficamente tu fama dilatan, sonora, / con voces eternas, ¡fecunda Ciudad maternal!”. Y este solo es el comienzo.
En definitiva, la “poesía política modernista” constata un hecho incontestable: como poesía es insustancial; como intervención política es un pálido ramillete de ineficacias.