La vida: pañales y mortaja
Luis Fernando Charry
El paso del tiempo es una constante en muchos de los sonetos metafísicos de Quevedo. Acaso uno de los más representativos sea ¡Ah de la vida!, cuyo epígrafe/título —”Represéntase la brevedad de lo que se vive, y cuán nada parece lo que se vivió”— condensa de un modo lapidario la esencia misma del soneto: “¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde? / ¡Aquí de los antaños que he vivido! / La Fortuna mis tiempos ha mordido; / las Horas mi locura las esconde”. Por supuesto, la vida no es aquí una categoría abstracta; se trata más bien de una vida particular: el sujeto poético (¿Quevedo?) revisa su propia vida. Y en ese proceso de revisión biográfico hay una especie de “desdoblamiento”, como si ese sujeto tuviera el privilegio de contemplar su vida como si fuera la vida de otro. Así, se rinde ante una evidencia incontestable: si ha vivido quiere decir también que ha perdido los años vividos (“antaños”).
“¡Que sin poder saber cómo ni adónde / la Salud y la Edad se hayan huido! / Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde. / Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto: / soy un fue, y un será, y un es cansado. / En el hoy y mañana y ayer, junto / pañales y mortaja, y he quedado / presentes sucesiones de difunto”.
Los años vividos se han ido; la salud y la edad son una prueba de que la fortuna ya no estará de su parte. De esa constatación se desprende la siguiente evidencia: lo que pasó es irrecuperable (“Ayer se fue”); lo que no ha pasado es inimaginable (“Mañana no ha llegado”); y el presente solo se rige por su composición fugaz e inasible. Esta misma fórmula reaparece desde una perspectiva corporal: “soy un fue, y un será, y un es cansado”.
De acuerdo con Sánchez M. de Pinillos, un antecedente de esta formulación podría estar en San Agustín: “El tiempo en San Agustín era ‘un fue’ que ya no es, ‘un ahora’ que no se puede detener, y ‘un será’ que todavía no es. Observaba además San Agustín el papel alienante del tiempo caído. Cuando busco el presente, decía, hallo dos tiempos, pasado y futuro. En todo instante de las criaturas hay pasado y futuro; la vida terrenal es cambiante, mudable, inestable, compuesta de incesantes pasados y futuros; más allá del tiempo está solo Dios, sólo Él ‘es’. Quevedo convierte la teoría de San Agustín en poesía”.
Frente al tiempo, frente el fluir incesante del tiempo, Quevedo se refugia en su interioridad con el ánimo vano de encontrar las causas del desastre; al fin y al cabo, si el tiempo nunca “es” en el presente el individuo tampoco lo será. Hay vida, sí, hay vida vivida, pero solo en el marco exclusivo del pasado y el futuro. Del presente nada se puede deducir. O mejor dicho: del presente solo se deduce su contigüidad con respecto a lo que fue y será. En virtud de esta encrucijada existencial la vida adquiere la dimensión de una enfermedad. Con razón Neruda afirma: “(…) para Quevedo la metafísica es inmensamente física, lo más material de su enseñanza. Hay una sola enfermedad que mata, y esa es la vida. Hay un solo paso, y es el camino hacia la muerte. Hay una manera sola de gasto y de mortaja, es el paso arrastrador del tiempo que nos conduce”.
El paso del tiempo es una constante en muchos de los sonetos metafísicos de Quevedo. Acaso uno de los más representativos sea ¡Ah de la vida!, cuyo epígrafe/título —”Represéntase la brevedad de lo que se vive, y cuán nada parece lo que se vivió”— condensa de un modo lapidario la esencia misma del soneto: “¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde? / ¡Aquí de los antaños que he vivido! / La Fortuna mis tiempos ha mordido; / las Horas mi locura las esconde”. Por supuesto, la vida no es aquí una categoría abstracta; se trata más bien de una vida particular: el sujeto poético (¿Quevedo?) revisa su propia vida. Y en ese proceso de revisión biográfico hay una especie de “desdoblamiento”, como si ese sujeto tuviera el privilegio de contemplar su vida como si fuera la vida de otro. Así, se rinde ante una evidencia incontestable: si ha vivido quiere decir también que ha perdido los años vividos (“antaños”).
“¡Que sin poder saber cómo ni adónde / la Salud y la Edad se hayan huido! / Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde. / Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto: / soy un fue, y un será, y un es cansado. / En el hoy y mañana y ayer, junto / pañales y mortaja, y he quedado / presentes sucesiones de difunto”.
Los años vividos se han ido; la salud y la edad son una prueba de que la fortuna ya no estará de su parte. De esa constatación se desprende la siguiente evidencia: lo que pasó es irrecuperable (“Ayer se fue”); lo que no ha pasado es inimaginable (“Mañana no ha llegado”); y el presente solo se rige por su composición fugaz e inasible. Esta misma fórmula reaparece desde una perspectiva corporal: “soy un fue, y un será, y un es cansado”.
De acuerdo con Sánchez M. de Pinillos, un antecedente de esta formulación podría estar en San Agustín: “El tiempo en San Agustín era ‘un fue’ que ya no es, ‘un ahora’ que no se puede detener, y ‘un será’ que todavía no es. Observaba además San Agustín el papel alienante del tiempo caído. Cuando busco el presente, decía, hallo dos tiempos, pasado y futuro. En todo instante de las criaturas hay pasado y futuro; la vida terrenal es cambiante, mudable, inestable, compuesta de incesantes pasados y futuros; más allá del tiempo está solo Dios, sólo Él ‘es’. Quevedo convierte la teoría de San Agustín en poesía”.
Frente al tiempo, frente el fluir incesante del tiempo, Quevedo se refugia en su interioridad con el ánimo vano de encontrar las causas del desastre; al fin y al cabo, si el tiempo nunca “es” en el presente el individuo tampoco lo será. Hay vida, sí, hay vida vivida, pero solo en el marco exclusivo del pasado y el futuro. Del presente nada se puede deducir. O mejor dicho: del presente solo se deduce su contigüidad con respecto a lo que fue y será. En virtud de esta encrucijada existencial la vida adquiere la dimensión de una enfermedad. Con razón Neruda afirma: “(…) para Quevedo la metafísica es inmensamente física, lo más material de su enseñanza. Hay una sola enfermedad que mata, y esa es la vida. Hay un solo paso, y es el camino hacia la muerte. Hay una manera sola de gasto y de mortaja, es el paso arrastrador del tiempo que nos conduce”.