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La bibliografía sobre John Lennon nunca ha dejado de crecer. Sin duda parece una multinacional. Y esa multinacional parece a su vez un vasto parque temático: a la entrada, como todas las aberraciones de esta naturaleza, una voz candorosa anuncia, a través de un micrófono o de un megáfono, las mayores atracciones de la temporada y de paso les recuerda a los visitantes que nadie saldrá vivo de ahí para contarlo. (Algunos piensan: así ha sido siempre. ¿Acaso no pasa lo mismo con Los Beatles o Bob Dylan, entre otros?). A pesar del tono de la advertencia los visitantes entran. Y no tardan mucho en perder el control por culpa de la gama de ofertas: A) Biografía general: The Lives of John Lennon de Albert Goldman (719 páginas) o John Lennon: The Life de Philip Norman (864 páginas); B) Relato de las vicisitudes maritales y/o extramaritales: John de Cynthia Lennon o Loving John de May Pang; C) Últimos episodios en la vida del artista: Dakota Days de John Green o Nowhere Man: The Final Days of John Lennon de Robert Rosen.
Yo acabo de salir del libro de Rosen. Y puedo decir que hacia el final de la vida de Lennon las cosas fueron un poco inquietantes: sesiones privadas de yoga (Lennon no fue un alumno aplicado; Yoko, en cambio, fue la primera de la clase), visitas periódicas o ausencias demasiado prolongadas a la peluquería, obsesivos controles de peso (sobrepasar los 63 kilos era un muy mal indicio). A propósito de placeres culposos en la mesa, Rosen dice: “Como todo en la vida de John, su dieta era una paradoja. Tenía una apetencia insaciable por lo dulce. Su almuerzo favorito era pastel de manzana con una cucharada de helado de vainilla, y luego una ensalada para reforzar, a la manera europea”.
A Lennon también le gustaba ver a Sean aunque de vez en cuando lloraba mientras lo veía durmiendo. No era para menos: en 1975, luego de un par de dictámenes médicos desalentadores, el nacimiento de Sean había sido considerado como un milagro. La paternidad tuvo sin embargo un efecto adverso en la carrera de Lennon. Por eso se apartó de la música hasta 1980, cuando grabó por última vez en un estudio.
Las sesiones se llevaron a cabo en The Hit Factory entre el 7 de agosto y el 19 de octubre. El disco —Double Fantasy—, el quinto en colaboración con Yoko, salió el 17 de noviembre. “La voz de Lennon no deja de intrigarme, y no sólo por razones nostálgicas, sino por el alcance de lo que dice. Es una voz fuerte pero cruel y dura; a nadie le gustaría que esa voz lo criticara”, dijo alguna vez el escritor inglés Hanif Kureishi, fanático declarado de Los Beatles.
Unos días después del lanzamiento, Lennon volvió a conceder entrevistas bajo la supervisión de Yoko. Dice Rosen: “Pocas cosas daban a Yoko más placer que alimentar una historia para alguno de los periódicos locales de Nueva York. Una vez, no obstante, hubo un malentendido. El Daily News reportó que Yoko trabajaba para la CIA. Ella estaba furiosa, pero John pensó que era chistoso, lo que molestó aún más a Yoko”. Al poco tiempo Lennon se reencontró con Ringo en una suite del Hotel Plaza. Y el 8 de diciembre, a las 11 de la noche, en la entrada del Dakota, Mark David Chapman decidió ponerle fin a la leyenda.