De acuerdo con el consenso general de los especialistas —Pedro Henríquez Ureña, Rafel Gutiérrez Girardot, Ángel Rama, Julio Ramos, Baldomero Sanín Cano, Juan Ramón Jiménez, entre otros—, ninguno de los grandes poetas del Modernismo participó en política, salvo José Martí. Así, la “intervención política” de los modernistas —algunos, como Rubén Darío o José Asunción Silva, pasaron sin pena ni gloria por el servicio diplomático— sería bastante reducida.
Dice Henríquez Ureña: “Gutiérrez Nájera fue el primer poeta que hizo público su propósito de no tener nada que ver con la política; invitado a cantar las alabanzas de Hidalgo, el cura libertador de México, escribió una oda reverente en la que se declaró incapaz de blandir ‘la alta espada del canto’, y, años después, solicitado nuevamente, esta vez para honrar a la heroína que el pueblo conoce con el nombre de ‘la Corregidora’, se limitó a describir las flores que pagan tributo a su estatua. Casal nunca rompió la regla de abstención, excepto en prosa. Silva lo hizo una vez —una única vez— ante la estatua de Bolívar, en su visita a Caracas. Darío, en su temprana juventud, no desdeñó la política romántica en verso (ahí está su poema a Colón); luego, durante el período de Prosas profanas —el libro de poemas más característico, y el de mayor influencia que produjo el movimiento— juzgó que la política no era materia poética, y lo mismo hicieron sus innumerables imitadores (…) Luego vino su reto a Roosevelt, a raíz de la ocupación de Panamá (1903), la elegía a la muerte de Mitre (1906), los poemas sobre su tierra natal en el Viaje de Nicaragua (1909) y el opulento ‘Canto a la Argentina’ en el centenario de su independencia (1910)”.
¿Es esta una muestra representativa de intervención política? ¿Son acaso estos poemas —una oda timorata a un cura, los versos insignificantes a las estatuas de La Corregidora o Bolívar, un poemita a Colón, entre otras joyas poéticas de ingrata recordación— un conjunto idóneo para el análisis de cualquiera de estos poetas? Por supuesto, hay, como en todo, ciertas excepciones; el poema a Roosevelt, sin ir tan lejos. Aunque no hay que olvidar el nombre del autor y su infinita capacidad de sugerencia, la cual sigue suscitando el asombro de lectores tan contenidos como Ángel Rama, quien después de dedicarle un libro volvió a abordar el tema con renovada fascinación crítica (los interesados pueden leer, o al menos echarle una ojeada, el prólogo de la Poesía de Darío en la impecable edición de la Biblioteca Ayacucho).
Por otro lado, tampoco se podría considerar a la diplomacia como un territorio idóneo de intervención política: en la mayor parte de los casos se debe evitar el conflicto y debe prevalecer lo “políticamente correcto”, lo cual vendría a ser la antítesis del parnasianismo. De manera que, si hay intervención política por parte de los modernistas, no habría que buscarla en sus obras sino en los prólogos (Martí y Darío de nuevo a la cabeza) o en sus colaboraciones periodísticas. En estos dos ámbitos sí se podría hablar de “intervención”, ya que, al borrar los artificios de las licencias poéticas, el público podría reconocer la ideología del autor.
De acuerdo con el consenso general de los especialistas —Pedro Henríquez Ureña, Rafel Gutiérrez Girardot, Ángel Rama, Julio Ramos, Baldomero Sanín Cano, Juan Ramón Jiménez, entre otros—, ninguno de los grandes poetas del Modernismo participó en política, salvo José Martí. Así, la “intervención política” de los modernistas —algunos, como Rubén Darío o José Asunción Silva, pasaron sin pena ni gloria por el servicio diplomático— sería bastante reducida.
Dice Henríquez Ureña: “Gutiérrez Nájera fue el primer poeta que hizo público su propósito de no tener nada que ver con la política; invitado a cantar las alabanzas de Hidalgo, el cura libertador de México, escribió una oda reverente en la que se declaró incapaz de blandir ‘la alta espada del canto’, y, años después, solicitado nuevamente, esta vez para honrar a la heroína que el pueblo conoce con el nombre de ‘la Corregidora’, se limitó a describir las flores que pagan tributo a su estatua. Casal nunca rompió la regla de abstención, excepto en prosa. Silva lo hizo una vez —una única vez— ante la estatua de Bolívar, en su visita a Caracas. Darío, en su temprana juventud, no desdeñó la política romántica en verso (ahí está su poema a Colón); luego, durante el período de Prosas profanas —el libro de poemas más característico, y el de mayor influencia que produjo el movimiento— juzgó que la política no era materia poética, y lo mismo hicieron sus innumerables imitadores (…) Luego vino su reto a Roosevelt, a raíz de la ocupación de Panamá (1903), la elegía a la muerte de Mitre (1906), los poemas sobre su tierra natal en el Viaje de Nicaragua (1909) y el opulento ‘Canto a la Argentina’ en el centenario de su independencia (1910)”.
¿Es esta una muestra representativa de intervención política? ¿Son acaso estos poemas —una oda timorata a un cura, los versos insignificantes a las estatuas de La Corregidora o Bolívar, un poemita a Colón, entre otras joyas poéticas de ingrata recordación— un conjunto idóneo para el análisis de cualquiera de estos poetas? Por supuesto, hay, como en todo, ciertas excepciones; el poema a Roosevelt, sin ir tan lejos. Aunque no hay que olvidar el nombre del autor y su infinita capacidad de sugerencia, la cual sigue suscitando el asombro de lectores tan contenidos como Ángel Rama, quien después de dedicarle un libro volvió a abordar el tema con renovada fascinación crítica (los interesados pueden leer, o al menos echarle una ojeada, el prólogo de la Poesía de Darío en la impecable edición de la Biblioteca Ayacucho).
Por otro lado, tampoco se podría considerar a la diplomacia como un territorio idóneo de intervención política: en la mayor parte de los casos se debe evitar el conflicto y debe prevalecer lo “políticamente correcto”, lo cual vendría a ser la antítesis del parnasianismo. De manera que, si hay intervención política por parte de los modernistas, no habría que buscarla en sus obras sino en los prólogos (Martí y Darío de nuevo a la cabeza) o en sus colaboraciones periodísticas. En estos dos ámbitos sí se podría hablar de “intervención”, ya que, al borrar los artificios de las licencias poéticas, el público podría reconocer la ideología del autor.