El "urban sprawl" o el desparramiento urbano, ese modelo de suburbio americano conformado por casitas con jardín, replicado en lo que queda de verde de la sabana y los cerros de Bogotá, constituye la forma más antiecológica de hacer ciudad, tal como lo señaló Jane Jacobs, desde 1961, en Muerte y vida de las grandes ciudades.
Estas urbanizaciones de baja densidad, por más que a muchos les parezca el sueño de sus vidas, serán en realidad la pesadilla de sus hijos y nietos. Una ciudad expandida implica la construcción de vías para el transporte individual, lo que agrava el mayor problema ambiental de Bogotá: la contaminación atmosférica; conlleva el gasto energético innecesario del desplazamiento a largas distancias; y el reemplazo por asfalto de inmensas áreas verdes, desplazando la fauna y la flora existentes.
Está claro ya que dos son los componentes primordiales para hacer que una ciudad sea sustentable. Lo primero, vivir cerca: hacer ciudades densas como las europeas. Lo segundo, conducir menos: la eliminación del tráfico automotor individual en favor del transporte colectivo.
La CAR ha declarado como área de protección ambiental la que ha denominado Reserva Forestal Regional Productora del Norte de Bogotá D.C. “Thomas van der Hammen”, que permitirá la permanencia de las especies que habitan la sabana y la conformación de un “corredor ambiental” para los flujos de las especies de fauna y flora entre los bosques de cerros orientales y occidentales. El área de protección incluye, entre ambos, una importante franja del río Bogotá, y conlleva además de las consecuencias ambientales de conservación y contemplación, la posibilidad de investigar nuestro ecosistema.
Lo que no se aprecia a primera vista es que esta decisión tiene unas consecuencias benéficas gigantescas en términos del desarrollo sustentable de la ciudad: el hecho de que exista este “cinturón verde” implica que la ciudad no se pueda seguir expandiendo con el modelo suburbano antiecológico. Al contrario, se le obliga a su densificación y crecimiento hacia dentro, incentivando los procesos de renovación urbana que han probado ser la mejor manera de desarrollo de ciudades sustentables.
Paradójicamente, las corporaciones autónomas regionales han sido cuestionadas por su politización y consecuente descuido de acciones preventivas, que la ola invernal dejó al descubierto. Sin embargo, en este último año, la CAR no solamente ha decretado esta sin igual reserva, sino que a ello se suma la sensatez que ha mostrado en la no aprobación del proyecto de POT para Bogotá, plagado de falencias ambientales e intereses del gremio de la construcción.
Guillermo Fischer
El "urban sprawl" o el desparramiento urbano, ese modelo de suburbio americano conformado por casitas con jardín, replicado en lo que queda de verde de la sabana y los cerros de Bogotá, constituye la forma más antiecológica de hacer ciudad, tal como lo señaló Jane Jacobs, desde 1961, en Muerte y vida de las grandes ciudades.
Estas urbanizaciones de baja densidad, por más que a muchos les parezca el sueño de sus vidas, serán en realidad la pesadilla de sus hijos y nietos. Una ciudad expandida implica la construcción de vías para el transporte individual, lo que agrava el mayor problema ambiental de Bogotá: la contaminación atmosférica; conlleva el gasto energético innecesario del desplazamiento a largas distancias; y el reemplazo por asfalto de inmensas áreas verdes, desplazando la fauna y la flora existentes.
Está claro ya que dos son los componentes primordiales para hacer que una ciudad sea sustentable. Lo primero, vivir cerca: hacer ciudades densas como las europeas. Lo segundo, conducir menos: la eliminación del tráfico automotor individual en favor del transporte colectivo.
La CAR ha declarado como área de protección ambiental la que ha denominado Reserva Forestal Regional Productora del Norte de Bogotá D.C. “Thomas van der Hammen”, que permitirá la permanencia de las especies que habitan la sabana y la conformación de un “corredor ambiental” para los flujos de las especies de fauna y flora entre los bosques de cerros orientales y occidentales. El área de protección incluye, entre ambos, una importante franja del río Bogotá, y conlleva además de las consecuencias ambientales de conservación y contemplación, la posibilidad de investigar nuestro ecosistema.
Lo que no se aprecia a primera vista es que esta decisión tiene unas consecuencias benéficas gigantescas en términos del desarrollo sustentable de la ciudad: el hecho de que exista este “cinturón verde” implica que la ciudad no se pueda seguir expandiendo con el modelo suburbano antiecológico. Al contrario, se le obliga a su densificación y crecimiento hacia dentro, incentivando los procesos de renovación urbana que han probado ser la mejor manera de desarrollo de ciudades sustentables.
Paradójicamente, las corporaciones autónomas regionales han sido cuestionadas por su politización y consecuente descuido de acciones preventivas, que la ola invernal dejó al descubierto. Sin embargo, en este último año, la CAR no solamente ha decretado esta sin igual reserva, sino que a ello se suma la sensatez que ha mostrado en la no aprobación del proyecto de POT para Bogotá, plagado de falencias ambientales e intereses del gremio de la construcción.
Guillermo Fischer