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Quince mil haitianos se hacinaron debajo de un puente en el pequeño pueblo de El Río, en la frontera de Estados Unidos con México. Hacen parte de un gran flujo migratorio esperanzado en el cambio de política prometida por el presidente Joe Biden. En sus primeros días de gobierno, no solo reanudó la opción de conceder asilo a los migrantes, sino que estableció la protección temporal de deportación a más de 150.000 haitianos con estatus migratorio pendiente en Estados Unidos. La expectativa de flexibilización de las políticas draconianas de Trump estimuló a miles, al punto que la guardia fronteriza detuvo en agosto a más de 200.000 indocumentados, el mayor número desde el año 2000.
¿El resultado? El retorno a la política anterior que, amparada en la pandemia, autoriza la deportación inmediata del migrante ilegal sin siquiera escuchar su petición de asilo. Incluso con el aliciente de ser trasladados a Florida para ser liberados, cientos de haitianos han sido deportados a su país, que habían abandonado hace más de diez años cuando el terremoto de 2010 dejó todo en ruinas. Muchos de los dos millones que han abandonado Haití se habían asentado en Chile, Perú, Colombia o Panamá, donde habían reconstruido sus vidas. Con la esperanza de la reunificación familiar y de un mejor futuro, vendieron todo y arrancaron hacia Estados Unidos.
En una actitud que riñe con el derecho internacional y el propio de los Estados Unidos, los haitianos hacinados en El Río están siendo llevados, sin protección legal alguna, de regreso a su país que ya no reconocen, sumido en una peor miseria e inseguridad, nuevamente devastado por otro terremoto de 7,2 grados y el asesinato de su presidente por mercenarios colombianos.
José Miguel Insulza, colega del Grupo de Puebla, exsecretario general de la OEA, ya había alertado lo que se venía gestando. El 14 de septiembre nos escribió: “Es la cuarta vez que veo lo mismo en vuelo a Arica. Una buena parte del avión son nuevamente haitianos que emprenden el largo camino que debe llevarlos a Arica, de ahí a Perú, Colombia y Panamá, seguramente por tierra, cruzando la selva terrible del Darién”. Allí esperan también hacinados 17.000 migrantes el paso a Panamá, que recibe apenas a 250 diarios. “De ahí a México para intentar Estados Unidos. Todos con niñitos muy pequeños. Es el reexilio en un tráfico que nadie impide”.
Las inconsecuencias de la globalización quedan patentes. Los países ricos han promovido un entramado de tratados internacionales de libre comercio y seguridad inversionista que asegura la libre movilidad de bienes, servicios y capitales, pero han construido muros para impedir que llegue la gente en busca de la seguridad y el bienestar que esa globalización asegura a los habitantes de los países del norte. El Mediterráneo se ha convertido en el cementerio invisible de la ola africana; el Río Bravo y la geografía de la larga migración desde Chile a México, el de latinos, asiáticos y haitianos. El libre desplazamiento de personas entre todos los países y el albergue al migrante son, al lado del cambio climático, los retos más acuciantes de la humanidad.