“De acuerdo, Laura Ardila: el silencio no es una opción”. Así tituló El Espectador su editorial el martes de esta semana. “Cualquier intento de censura es un llamado de atención para Colombia entera”, señaló en la primera línea del texto.
“El silencio no es una opción”, es la última línea de la columna que la periodista Laura Ardila publicó en este periódico el domingo 9 de julio y en la que denunció que la editorial española Planeta canceló, a última hora, un contrato firmado hace dos años y que le daría vida a un libro titulado La costa nostra. En su investigación, la colega relata los detalles que han llevado a la familia Char a convertirse en uno de los clanes políticos más poderosos del país y también expone las alianzas que les han permitido permear los rincones del sistema político, social, mediático y contractual colombiano.
La FLIP, la fundación El Veinte, Juanita León —directora de La Silla Vacía y quien también sirvió como editora del libro—, otros periodistas, escritores, analistas, etc., unieron sus opiniones contra lo que consideran un acto de censura de la editorial y expresaron su apoyo para que el libro de Laura Ardila sea publicado, ojalá, antes de las elecciones de octubre, teniendo en cuenta que la semana pasada Alejandro Char lanzó su candidatura a la Alcaldía de Barranquilla.
Laura ha demostrado de qué está hecha: tiene el cuero más duro que el de un cocodrilo y la valentía de las que hacen historia. En 1903, ella hubiera sido la segura coequipera de Emmeline Pankhurst, la activista que fundó la Unión Social y Política de Mujeres para luchar por el voto parlamentario para las mujeres durante el reinado de Eduardo VII en Reino Unido. “Hechos, no palabras”, fue la consigna que defendió Pankhurst y que inevitablemente me hace pensar en el libro-investigación de Laura armado con hechos y no solo con palabras.
Así que hoy hablamos de censura porque se trata de una de las editoriales comerciales más grandes del mundo, porque los muy taquilleros Char son los protagonistas y porque Laura es una periodista que ha construido una carrera disciplinada y honesta que le ha dado acceso a la cereza de los medios.
Pero, honestamente, ¿al gremio del periodismo le interesa hablar de censura (y de autocensura)? ¿Es cierto, o más bien utópico, que cualquier intento de censura debería ser un llamado de atención para Colombia entera, como lo señala el editorial? ¿No será que es hora de reconocer que convivimos con la censura y la autocensura, y que parte de la autocrítica siempre evadida por los periodistas ocurre porque preferimos no abrir esa caja de Pandora?
Colegas, no seamos hipócritas. Al que censura nada le pasa, nunca, y Colombia es el país de los periodistas autocensurados, admitámoslo de una vez. Muchos reporteros, por ejemplo, se autocensuran por conveniencia o por corruptos, por necesidad, por miedo, por supervivencia, porque están desprotegidos y muy solos en el ejercicio de su oficio y porque a sus jefes les importa poco conocer las dinámicas de sus trabajos. Y cuando no se autocensuran, en ocasiones son censurados impunemente por toda clase de poderes.
Mi deseo es que el libro de Laura Ardila sea publicado cuanto antes y que le sea garantizada su seguridad física y moral. Y quiero apuntar a algo más: que este episodio sirva para que sea convocado un tipo de cónclave que vincule a dueños y directores de medios, reporteros nacionales y regionales, jóvenes y veteranos, y que empiece con una premisa: de censura no se habla con sinceridad, entonces, ¿qué hacemos para que sea el tema habitual en las salas de redacción y para que sobre las evidencias haya consecuencias y no solo rasgaduras de vestiduras que hacen titulares de un día?
* Periodista.
“De acuerdo, Laura Ardila: el silencio no es una opción”. Así tituló El Espectador su editorial el martes de esta semana. “Cualquier intento de censura es un llamado de atención para Colombia entera”, señaló en la primera línea del texto.
“El silencio no es una opción”, es la última línea de la columna que la periodista Laura Ardila publicó en este periódico el domingo 9 de julio y en la que denunció que la editorial española Planeta canceló, a última hora, un contrato firmado hace dos años y que le daría vida a un libro titulado La costa nostra. En su investigación, la colega relata los detalles que han llevado a la familia Char a convertirse en uno de los clanes políticos más poderosos del país y también expone las alianzas que les han permitido permear los rincones del sistema político, social, mediático y contractual colombiano.
La FLIP, la fundación El Veinte, Juanita León —directora de La Silla Vacía y quien también sirvió como editora del libro—, otros periodistas, escritores, analistas, etc., unieron sus opiniones contra lo que consideran un acto de censura de la editorial y expresaron su apoyo para que el libro de Laura Ardila sea publicado, ojalá, antes de las elecciones de octubre, teniendo en cuenta que la semana pasada Alejandro Char lanzó su candidatura a la Alcaldía de Barranquilla.
Laura ha demostrado de qué está hecha: tiene el cuero más duro que el de un cocodrilo y la valentía de las que hacen historia. En 1903, ella hubiera sido la segura coequipera de Emmeline Pankhurst, la activista que fundó la Unión Social y Política de Mujeres para luchar por el voto parlamentario para las mujeres durante el reinado de Eduardo VII en Reino Unido. “Hechos, no palabras”, fue la consigna que defendió Pankhurst y que inevitablemente me hace pensar en el libro-investigación de Laura armado con hechos y no solo con palabras.
Así que hoy hablamos de censura porque se trata de una de las editoriales comerciales más grandes del mundo, porque los muy taquilleros Char son los protagonistas y porque Laura es una periodista que ha construido una carrera disciplinada y honesta que le ha dado acceso a la cereza de los medios.
Pero, honestamente, ¿al gremio del periodismo le interesa hablar de censura (y de autocensura)? ¿Es cierto, o más bien utópico, que cualquier intento de censura debería ser un llamado de atención para Colombia entera, como lo señala el editorial? ¿No será que es hora de reconocer que convivimos con la censura y la autocensura, y que parte de la autocrítica siempre evadida por los periodistas ocurre porque preferimos no abrir esa caja de Pandora?
Colegas, no seamos hipócritas. Al que censura nada le pasa, nunca, y Colombia es el país de los periodistas autocensurados, admitámoslo de una vez. Muchos reporteros, por ejemplo, se autocensuran por conveniencia o por corruptos, por necesidad, por miedo, por supervivencia, porque están desprotegidos y muy solos en el ejercicio de su oficio y porque a sus jefes les importa poco conocer las dinámicas de sus trabajos. Y cuando no se autocensuran, en ocasiones son censurados impunemente por toda clase de poderes.
Mi deseo es que el libro de Laura Ardila sea publicado cuanto antes y que le sea garantizada su seguridad física y moral. Y quiero apuntar a algo más: que este episodio sirva para que sea convocado un tipo de cónclave que vincule a dueños y directores de medios, reporteros nacionales y regionales, jóvenes y veteranos, y que empiece con una premisa: de censura no se habla con sinceridad, entonces, ¿qué hacemos para que sea el tema habitual en las salas de redacción y para que sobre las evidencias haya consecuencias y no solo rasgaduras de vestiduras que hacen titulares de un día?
* Periodista.