El matoneo silencioso que mata el alma de los jóvenes
Las distintas formas de violencia entre los seres humanos existen desde el inicio de nuestros tiempos y responden a causas históricas y sociales. Eso, sin embargo, no puede ser la excusa para responder, ante acciones violentas como el matoneo entre los jóvenes, que es normal porque lo vemos constantemente.
La Real Academia Española (RAE) define la violencia así: “1. Cualidad de violento; 2. Acción y efecto de violentar o violentarse; 3. Acción violenta o contra el natural modo de proceder”. Lo que ocurre con estas definiciones y la percepción cotidiana de la violencia es que esta se ejerce con fuerza, golpes, empujones, escupitajos, gritos, insultos, es decir, con acciones explícitas. Y sí, pero no siempre.
Por eso es importante hablar del matoneo silencioso, ese que es invisible a los ojos y que hace tanto daño como el puño en la cara que deja un gran hematoma. El asunto con este tipo de violencia es que los hematomas quedan en el alma, la mente y la autoestima, y las cicatrices emocionales pueden ser de honda gravedad.
¿Son ustedes, amables lectores, conscientes de esto? El tema debería llamar la atención de los maestros, padres y madres de familia que muchas veces parecen no percatarse del comportamiento de los alumnos —en el caso del entorno escolar— y de los hijos —en el caso del ambiente familiar—, y que tienden a normalizar la violencia silenciosa con excusas como que “los adolescentes son así” o que “no hay que poner atención a cosas tan bobas”.
¿Han leído sobre el matoneo silencioso? La mejor descripción está en un artículo del portal español Hacer familia: “El bullying silencioso se caracteriza por comportamientos como la exclusión social, la difamación en redes sociales, el aislamiento y la manipulación emocional (…) se define como una forma de hacer el vacío a alguien, y esta es una táctica de acoso y exclusión social que puede tener un impacto profundo en la persona afectada, sobre todo cuando se trata de niños y adolescentes”.
“Hacer el vacío a alguien”; qué descripción tan cierta y desoladora. Los invito a ponerse en los zapatos de un joven que sufre matoneo silencioso e intenten incorporar esa frase a su corazón. ¿Sienten algo? ¿Les duele? A mí sí, y mucho, horriblemente.
¿Saben por qué ocurre el matoneo silencioso? Por la aceptación de los comportamientos tóxicos, porque es más fácil aliarse con el matoneador que ser solidario con la víctima, y porque este mundo está lleno de cobardes que prefieren callar ante el dolor ajeno.
¿Alguna sugerencia sobre cómo enfrentar el matoneo silencioso? Lo obvio es la comunicación amorosa y honesta con la víctima, hablar con los adultos responsables de los jóvenes agresores e informar a las autoridades del colegio. ¿Pero saben qué es, al final, lo único que sirve? La empatía y la compasión.
Así lo afirma Daniel Goleman, psicólogo estadounidense y experto en inteligencia emocional: “El primer paso para la compasión es darse cuenta de la necesidad de otra persona. Todo comienza con el simple acto de atención”. Huyan de quienes no son capaces de dar ese primer paso porque lo siguiente es que nunca verán el sufrimiento de los demás.
Según datos de Pisa y el Sistema Unificado de Convivencia Escolar (Suice), el nuestro es el segundo país de Latinoamérica en el que más niños sufren acoso escolar, después de Costa Rica. En mayo de este año se informó que “al menos el 23 % de los estudiantes en Colombia reportaron ser víctimas de matoneo regularmente o siempre en sus instituciones educativas”.
Darle alas a la violencia, en cualquiera de sus formas, es el paso más expedito para ampliar su acción. No es difícil hacer algo en nuestros entornos más cercanos. Lo contrario es ignorancia, conformismo y permisividad.
Las distintas formas de violencia entre los seres humanos existen desde el inicio de nuestros tiempos y responden a causas históricas y sociales. Eso, sin embargo, no puede ser la excusa para responder, ante acciones violentas como el matoneo entre los jóvenes, que es normal porque lo vemos constantemente.
La Real Academia Española (RAE) define la violencia así: “1. Cualidad de violento; 2. Acción y efecto de violentar o violentarse; 3. Acción violenta o contra el natural modo de proceder”. Lo que ocurre con estas definiciones y la percepción cotidiana de la violencia es que esta se ejerce con fuerza, golpes, empujones, escupitajos, gritos, insultos, es decir, con acciones explícitas. Y sí, pero no siempre.
Por eso es importante hablar del matoneo silencioso, ese que es invisible a los ojos y que hace tanto daño como el puño en la cara que deja un gran hematoma. El asunto con este tipo de violencia es que los hematomas quedan en el alma, la mente y la autoestima, y las cicatrices emocionales pueden ser de honda gravedad.
¿Son ustedes, amables lectores, conscientes de esto? El tema debería llamar la atención de los maestros, padres y madres de familia que muchas veces parecen no percatarse del comportamiento de los alumnos —en el caso del entorno escolar— y de los hijos —en el caso del ambiente familiar—, y que tienden a normalizar la violencia silenciosa con excusas como que “los adolescentes son así” o que “no hay que poner atención a cosas tan bobas”.
¿Han leído sobre el matoneo silencioso? La mejor descripción está en un artículo del portal español Hacer familia: “El bullying silencioso se caracteriza por comportamientos como la exclusión social, la difamación en redes sociales, el aislamiento y la manipulación emocional (…) se define como una forma de hacer el vacío a alguien, y esta es una táctica de acoso y exclusión social que puede tener un impacto profundo en la persona afectada, sobre todo cuando se trata de niños y adolescentes”.
“Hacer el vacío a alguien”; qué descripción tan cierta y desoladora. Los invito a ponerse en los zapatos de un joven que sufre matoneo silencioso e intenten incorporar esa frase a su corazón. ¿Sienten algo? ¿Les duele? A mí sí, y mucho, horriblemente.
¿Saben por qué ocurre el matoneo silencioso? Por la aceptación de los comportamientos tóxicos, porque es más fácil aliarse con el matoneador que ser solidario con la víctima, y porque este mundo está lleno de cobardes que prefieren callar ante el dolor ajeno.
¿Alguna sugerencia sobre cómo enfrentar el matoneo silencioso? Lo obvio es la comunicación amorosa y honesta con la víctima, hablar con los adultos responsables de los jóvenes agresores e informar a las autoridades del colegio. ¿Pero saben qué es, al final, lo único que sirve? La empatía y la compasión.
Así lo afirma Daniel Goleman, psicólogo estadounidense y experto en inteligencia emocional: “El primer paso para la compasión es darse cuenta de la necesidad de otra persona. Todo comienza con el simple acto de atención”. Huyan de quienes no son capaces de dar ese primer paso porque lo siguiente es que nunca verán el sufrimiento de los demás.
Según datos de Pisa y el Sistema Unificado de Convivencia Escolar (Suice), el nuestro es el segundo país de Latinoamérica en el que más niños sufren acoso escolar, después de Costa Rica. En mayo de este año se informó que “al menos el 23 % de los estudiantes en Colombia reportaron ser víctimas de matoneo regularmente o siempre en sus instituciones educativas”.
Darle alas a la violencia, en cualquiera de sus formas, es el paso más expedito para ampliar su acción. No es difícil hacer algo en nuestros entornos más cercanos. Lo contrario es ignorancia, conformismo y permisividad.