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La comentarista de La W, Catalina Suárez, señaló en su sección matinal del lunes que el resultado de la jornada electoral del pasado 29 de octubre fue producto de la “desesperanza” de los colombianos “por el miedo que genera este gobierno”. Su conclusión: “esa de ayer fue la verdadera marcha, una en la que las presiones a los contratistas no se ven, una en la que es cada uno con su voto”.
Cierto es que Gustavo Petro produce cada vez más resistencias e incertidumbre, pero si el asunto es medir las fuerzas regionales con el músculo de quien ejerce la presidencia, vale recordar que en 2019 cuando Iván Duque era el presidente de la República el resultado para su partido Centro Democrático en las elecciones regionales fue catastrófico y lo propio ocurrió en 2015 bajo la presidencia de Juan Manuel Santos y su partido de La U. Además, las dinámicas en las regiones están muy apartadas del habitual centralismo.
Un ejemplo: en el Quindío el debate no giró en torno a la narrativa de Petro sobre sus prioridades para gobernar. Allí el Pacto Histórico no tiene relevancia. Desde el 2022, las mafias políticas perfilaron a los que serían sus candidatos herederos y movieron la maquinaria para triunfar en las elecciones. Eso ocurrió mientras miles de ciudadanos del departamento demostraron su hastío: el pasado 29 de octubre, el voto en blanco ocupó el tercer puesto en las votaciones para gobernador y alcalde de Armenia. En las regionales de 2019, el voto en blanco ocupó el segundo lugar para esos mismos cargos. Un dato más: en Armenia hay 275.998 ciudadanos habilitados para votar y de esos lo hicieron 144.745. James Padilla, el candidato de Cambio Radical y otros aliados, que se quedó con la alcaldía de la capital, ganó con 35.540 votos. El desgobierno total.
Sobre aquello de que ya no hubo presiones a los contratistas es pertinente la frase del exsenador (q.e.p.d.) Roberto Gerlein: “Si el elector no recibe un aliño económico, no vota. Puede ser plata, un puesto público, favores o que le pinten el frente de la casa”. En las regiones, las campañas para los concejos, asambleas, alcaldías y gobernaciones, hasta el día de hoy, los clanes políticos corruptos mueven ríos de dinero y presionan a los empleados públicos y a los contratistas para que voten por sus candidatos con el fin de garantizar la continuidad. Para ahondar en esto, recomiendo leer el reportaje de Catalina Oquendo “Compra de votos, una práctica sofisticada y enraizada en Colombia”, publicado el 12 de marzo de 2022 en El País de España.
Para redondear: la izquierda y otras expresiones ideológicas alejadas de los movimientos políticos tradicionales perdieron un terreno ganado en las regionales de 2019 y los clanes asociados a los partidos Liberal, Conservador, Centro Democrático y Cambio Radical capitalizaron el desprestigio de muchos de esos gobernantes locales para retomar el poder. Sin embargo, queda otro factor de análisis que planteó Armando Neira, editor político de El Tiempo, en un artículo de octubre de 2019 titulado “El país político se aleja de los extremos y abraza el centro”: el auge de las alianzas coyunturales. “Los partidos y movimientos políticos hicieron 3.142 coaliciones y avalaron a 5.694 candidatos en todo el país”.
Entonces se preguntan: “¿Cómo realizar control y establecer responsabilidades políticas cuando el triunfo no lo puede reclamar un solo sector?”. Este año la tendencia y las dudas van por el mismo camino.
Es incorrecto simplificar lo que pasó el domingo exclusivamente como un plebiscito a favor o en contra de Petro. Es imposible asociar a su visión de gobierno las realidades de 32 departamentos y más de 1.100 municipios. Mi conclusión es que el país, salvo poquísimas excepciones, volvió a perder. Ojalá en cuatro años pueda arrepentirme de esta sentencia.