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En los zapatos de las víctimas de la guerra

Claudia Morales
20 de mayo de 2022 - 05:30 a. m.
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El representante a la Cámara Óscar Tulio Lizcano González fue secuestrado por las Farc el 5 de agosto de 2000 en Riosucio (Caldas) y recobró su libertad el 26 de octubre de 2008 cuando logró fugarse de sus captores. Denunció la crueldad de los terroristas y, luego, decidió perdonarlos:

“Una alternativa era no perdonar. ¿Eso qué significaba? Estar lleno de odio, seguir cautivo en la selva. Comprobé que la mejor terapia que he podido practicar ha sido el perdón. Ha sido la única manera de no seguir secuestrado en esa selva”, señaló Lizcano González. (Verdadabierta.com, 7 de octubre de 2015).

Esta semana, su hijo Mauricio Lizcano, que también fue congresista, anunció su apoyo a la candidatura de Gustavo Petro, ante lo cual la senadora María Fernanda Cabal escribió en su cuenta de Twitter: “Increíble, el hijo de un secuestrado por las Farc votando por Petro, a quien apoya Timochenko y su partido político”. Lizcano hijo respondió: “Quienes vivimos con rigor la guerra sabemos el valor de la paz. Precisamente por personas como usted que gobiernan desde el odio es que este país tiene que cambiar!!!” (sic).

No odiarás es el título del largometraje de no ficción dirigido por Óscar Güesguán y Gloría Castrillón, directora editorial de Colombia+20 de El Espectador, que será estrenado en las salas de cine el próximo 2 de junio gracias al apoyo de la Embajada de Alemania en Colombia. Tres mujeres y sus vidas atadas al conflicto armado son las protagonistas: Esther Polo Zabala cuenta que cuando estaba en el vientre de su mamá los paramilitares cometieron una masacre en San Rafaelito (Córdoba) y asesinaron a su papá, a su hermano y a otros familiares. Sandra Ramírez, exguerrillera de las Farc, hoy senadora de la República como resultado del Acuerdo de Paz, aparece en varios fragmentos dialogando con madres de policías y militares asesinados por esa guerrilla. Bibiana Quintero, hija de Elkin Quintero, sargento retirado del Ejército, decidió volcar su vida al trabajo con la comunidad y las víctimas de la guerra en el Catatumbo.

Ellas tres y las otras mujeres que aparecen en el documental tienen algo en común: el dolor que atravesó la piel de sus cuerpos y las heridas que buscan sanar. Unas tienen rabia, otras expresan dudas y están ansiosas por llegar a una verdad esquiva, todas emprendieron un camino de perdón.

Entre lágrimas, Esther Polo relata: “A la gente de este país no la conmueve esto que está pasando, esta carnicería contra población civil… yo les apreté la mano a unos guerrilleros y a un par de paramilitares y yo no sentí rabia, yo me sentí tranquila y no sentí que estuviera traicionando a mi papá. Mi papá puede estar tranquilo donde esté. Yo nunca empuñaría un arma. Yo nunca vengaría a mi padre, yo busco justicia, pero yo estoy dispuesta a abrazar a la gente que quiere dejar las armas”.

Odiar y perdonar son decisiones individuales e íntimas a las que llegan en silencio o en público las víctimas de la guerra en Colombia. Ante sus realidades, los demás deberíamos ser capaces de guardarnos las opiniones mezquinas e ignorantes, y hablar sobre ello solo si podemos razonar con empatía y sin juzgar. Y quienes tienen el encargo de crear las políticas públicas desde el Legislativo deberían pensar en qué tipo de emociones quieren perpetuar y por qué, y ser honestos con sus motivaciones para continuar la guerra. Una utopía, ya lo sé.

El conflicto armado colombiano ha sido desigual: ha llevado a matarse entre sí a los jóvenes de los barrios marginados y de los campos. Las víctimas, en su mayoría, son otra muestra de la desigualdad. Pongámonos en sus zapatos, es lo mínimo que merecen.

* Periodista. @ClaMorales

 

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