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Por: Paola Cubillos, M.D.
Desde dirigentes políticos que confunden conceptos científicos, médicos expertos que sobrevaloran resultados incipientes de investigaciones y declaran con gran entusiasmo y certeza que tienen en sus manos la solución para el coronavirus, pasando por famosos de redes sociales que creen en “curas” que han sido declaradas en sueños a otros, hasta ciudadanos del común que creen que el agua con limón, el agua tibia, o mantener las mucosas calientes con un secador ayuda a prevenir el virus, TODOS hemos cometido ligerezas con la interpretación de la inmensa cantidad de información científica que ha surgido con la llegada del SARS-CoV2. En muchas instancias, estas ligerezas o errores pueden tener consecuencias nefastas para la salud y bienestar de individuos y poblaciones enteras.
El alfabetismo científico, el saber analizar y comprender conceptos y procesos científicos necesarios para la toma de decisiones diarias, sobre su salud y otros temas, no solo es una necesidad. Es un deber ciudadano.
No se necesita ser un ciudadano estadounidense para enterarse de las declaraciones extravagantes y desinformadas que hace el presidente de su país respecto a diferentes temas actuales, y, que dada la sorpresa que suscitan, rápidamente le dan la vuelta al mundo. En temas relacionados con Covid-19, su desconocimiento e indiferencia sobre temas científicos son evidentes: Su trayectoria en el manejo de la crisis por este virus empezó con una negación total de la existencia de la problemática, hasta el punto de llamarlo un “engaño” a pesar de las múltiples advertencias de sus asesores expertos. Continuó con la sobreestimación de la evidencia preliminar y de mala calidad que arrojaron estudios franceses con respecto al uso de un medicamento antimalárico, lo que llevó a que millones de americanos compraran desaforadamente estas medicinas, o compuestos químicos similares que llevaron a la intoxicación, y hasta la muerte, a varias personas alrededor del mundo. Y a pesar de las críticas, Donald Trump persistió aseverando, incorrectamente, que el virus puede ser tratado con un antibiótico y que el virus “se está volviendo mas inteligente” y, últimamente, sugirió que científicos deberían analizar al uso de luz ultravioleta en partes internas del cuerpo, o posiblemente desinfectantes de manera inyectada en los seres humanos con el fin de eliminar el virus –– a raíz de este ultimo pronunciamiento, se han aumentado las consultas por intoxicaciones por químicos en departamentos de urgencias.
Nuestro país no se ha quedado atrás. Especialistas en enfermedades infecciosas de centros de excelencia han declarado gran certeza en la utilidad de la cloroquina e hidroxicloroquina para el Covid-19 cuando la evidencia es casi que inexistente, o de mala calidad. Nuestros expertos basan su entusiasmo infundado en estudios clínicos de cuestionable calidad que han sido desacreditados en círculos de científicos internacionales como faltos de métodos correctos y de seguimiento de los principios éticos de la investigación, creando falsas expectativas en la gente y sesgando investigaciones.
Se suman también los ciudadanos que, oyendo la promesa que trae la cloroquina en ruedas de prensa de instituciones colombianas de alto prestigio, han decidido comprar estos medicamentos en altos volúmenes al punto que han agotado existencias para los pacientes que si los necesitan realmente: aquellos con enfermedades autoinmunes como lupus eritematoso sistémico y artritis reumatoide. Los colombianos no nos detuvimos a pensar en por qué un medicamento efectivo contra la malaria –– una enfermedad causada por un parásito- podría ser considerado como “útil” para tratar una enfermedad por un virus, y si la pasión desencadenada por esta clase de medicamentos tenía fundamento.
Es natural que en medio de la incertidumbre que plantea una pandemia por un virus desconocido para los humanos, nos confiamos mas que de costumbre y queramos encontrar, en los rincones menos esperados, soluciones inmediatas o respuestas a los problemas e inquietudes que vienen con el coronavirus. Varios medios nacionales han hecho buenas recopilación de aquellas ‘Fake News’ que han surgido desde que entro el virus en nuestros radares –– noticias como “el virus fue inventado en un laboratorio chino”… “el virus fue creado en un laboratorio canadiense”…. “si ud. Puede aguantar la respiración por 10 segundos quiere decir que no tiene el virus”… “mantener las mucosas húmedas y calientes –– con un secador de pelo- previene la entrada del virus”… “el peróxido de hidrogeno es la cura para el Covid”… “el alcohol industrial es la cura para el coronavirus”…entre muchos otros. Muchos internalizamos estas noticias como si fueran verdad, y las compartimos con nuestras redes de amigos y familiares para que ellos también estén preparados. Parece que nos es difícil reconocer que ninguna de estas noticias falsas están basadas en principios científicos sólidos, investigaciones serias o presentados por expertos reales en el tema. Y que seguir algunos de estos puede ser peligroso.
¿Por qué entonces, los humanos, desde presidentes, políticos, hasta ciudadanos fallamos una y otra vez en poder analizar y evaluar desde un punto de vista crítico la información que se nos presenta, en discernir que información podemos desechar y cual debemos considerar seriamente para formar una opinión informada? ¿Por qué, a raíz de esta pandemia, estamos demostrando tener tantos vacíos en conocimientos sobre biología, investigación, y escuchamos a inescrupulosos que nos quiere vender una “cura” rápida, fácil y certera? ¿Por qué creemos que la cura para el coronavirus está en hervir un pelo encontrado en una biblia?
Es posible que, como sociedad, carezcamos de un nivel adecuado de alfabetismo científico. Y es precisamente en estos momentos cuando mas necesitamos echar mano de herramientas que nos ayuden a entender y a analizar los tsunamis de información referente a la pandemia que nos abruman casi a diario, es cuando este tipo de pensamiento crítico parece ser agudamente subvalorado.
El alfabetismo científico se refiere a la capacidad que tienen las personas para describir, explicar y predecir fenómenos naturales, e implica poder leer y evaluar de forma crítica los contenidos de ciencia publicados en la prensa y poder discutir los resultados presentados, y tener conocimiento sobre conceptos científicos básicos. Específicamente, habla poder evaluar la calidad de la información científica, desde sus fuentes hasta los métodos utilizados para generarla. Esto no significa que todos los ciudadanos debamos convertirnos en científicos necesariamente, pero si entender que la ciencia y conceptos científicos tienen un gran impacto en nuestras vidas diarias, y por lo tanto debemos desarrollar las habilidades necesarias para poder interpretarla a un nivel básico.
Los beneficios para la sociedad de un nivel adecuado de alfabetismo científico son evidentes: las personas estarían mejor equipadas para pensar críticamente sobre la información a considerar, podrían saber sopesar la evidencia para poder tomar decisiones para su vida y la de su comunidad; una sociedad que sabe cómo funciona la ciencia y entiende el método científico esta menos propensa al engaño o al abuso de individuos, grupos u organizaciones que podrían beneficiarse de mal uso de la información científica o de la distorsión de la misma para sus propios propósitos.
Tradicionalmente, son los colegios, universidades e instituciones educativas los que se han encargado de forjar sus currículos de tal forma que el alfabetismo científico sea fomentado adecuadamente. Asi, proporcionan herramientas para que los diferentes componentes del alfabetismo científico (alfabetización fundamental, conocimiento científico, comprensión contextual de la ciencia, pensamiento crítico y agencia -entendida como la capacidad de acción y de involucrarse con la sociedad) de tal manera que los estudiantes adquieran estas competencias. Una conceptualización integral de la alfabetización científica sirve como marco de referencia para la política educativa en general y la educación científica en particular.
Sin embargo, los ejemplos anteriores y las muchas instancias donde los ciudadanos hemos ignorado o mal interpretado la ciencia –– como los movimientos antivacunas, el negacionismo del cambio climático, el avance de las pseudociencias –– sugieren la posibilidad que las competencias mínimas de la alfabetización científica no se estén alcanzando, en momentos donde la difusión de información errónea relacionada con la ciencia puede tener consecuencias dramáticas en el público en general y en salud pública en particular.
Dado que no es factible que todos regresemos al colegio o a la universidad a refinar todas las habilidades que el alfabetismo científico comprende, se convierte aún mas esencial que perfeccionemos una destreza que está mas a nuestro alcance: el pensamiento crítico. El pensamiento crítico es un estilo de pensamiento reflexivo y analítico que evalúa la información relacionada con cuestiones científicas, para analizar la validez, fiabilidad, autenticidad y legitimidad de la fuente de información o la evidencia proporcionada, así como para considerar perspectivas o puntos de vista alternativos. Significa profundizar y hacer preguntas como: ¿por qué es así? ¿Dónde está la evidencia? ¿Qué tan buena es la evidencia? ¿Es este un buen argumento? ¿Es un argumento sesgado? ¿Es verificable? ¿Existen otras explicaciones para este fenómeno?
Puntualmente, en lo que se refiere a la evaluación de la información en internet, medios de comunicación y otras fuentes sobre el coronavirus u otros temas científicos, utilizar estrategias tan simples como el pensar sin emociones sobre la información siendo considerada, y reflexionar si está basada en hechos antes de compartirla; ¿está basado en rumores o evidencia científica fuerte? ¿Se puede remontar a su fuente original? ¿Cómo se compara con los datos existentes? ¿La información considerada se alinea con el consenso que existe en el tema? ¿Proviene de fuentes de buena reputación –– periódicos reconocidos, revistas científicas serias, expertos, entidades sanitarias? ¿Esta información es reportada en otros medios? ¿Suena como algo muy bueno para ser verdad? ¿Promete curas rápidas o absolutas? ¿Cuales son los objetivos de las personas difundiendo esta información?
Teniendo la capacidad de hacer todas estas preguntas ante la inmensa cantidad de información que inunda nuestras redes sociales y los medios de comunicación referentes al Covid-19, estaremos empoderados para tomar las mejores decisiones para nuestra salud y la salud de nuestras comunidades. Y corremos menos riesgos de terminar intoxicados por ingerir blanqueador o medicamentos que tienen fuertes efectos colaterales, a pesar de lo que el presidente de los EE. UU. dice.