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Hoy se celebra el Día Mundial de la Alimentación y es importante recordar que no podemos permanecer impasibles: sin seguridad alimentaria, no habrá paz.
Aunque en América Latina y el Caribe no haya campos de batalla y aunque cueste identificar a los combatientes porque no siempre vistan uniformes, seguimos sin poder hablar de un continente en paz. El coste del crimen, el narcotráfico, la minería ilegal, las pandillas, las insurgencias y el conflicto lo pagan las familias más vulnerables, atrapadas y aisladas en una espiral de hambre y violencia.
En Colombia, los grupos armados ilegales y el crimen organizado continúan perturbando los sistemas alimentarios. En departamentos tan alejados entre sí como Nariño o Norte de Santander, la violencia obliga a encerrarse en los hogares, a abandonar campos e impide que los alimentos lleguen a los mercados.
La Encuesta de Seguridad Alimentaria de WFP revela que dos millones de personas han salido de la inseguridad alimentaria en el último año. Sin embargo, el 43 % de las familias colombianas afectadas por la violencia se sigue yendo a la cama con el estómago vacío.
La violencia afecta todas las dimensiones de la seguridad alimentaria. Hay menos disponibilidad de alimentos en zonas cocaleras y donde hay fuego cruzado, minas antipersonales o bloqueos de carreteras. Las extorsiones de los grupos armados no estatales -vacunas- inflan los precios y obligan a pequeños empresarios a abandonar su actividad, mientras que las familias desplazadas pierden el acceso a las tierras que siempre han trabajado. Además, el uso de alimentos se complica donde no hay agua potable y la calidad de los suelos agrícolas está deteriorada. En estas condiciones, no hay estabilidad alimentaria.
Colombia está en un cruce de caminos: es país de origen, tránsito y llegada de migrantes. Quienes toman la decisión de dejar la tierra y la familia atrás, a menudo cargan consigo la mochila de la inseguridad alimentaria. Durante mi reciente visita al país, fui testigo del apoyo que reciben las personas migrantes para cubrir sus necesidades básicas y favorecer su integración. Me pareció un modelo de solidaridad y protección pionero en la región, así como un ejemplo para el mundo entero.
WFP fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2020 y, junto a otras agencias de Naciones Unidas, apoya los esfuerzos del Estado colombiano para cerrar la herida de la violencia. Para ello, promueve la autonomía alimentaria a través de iniciativas de desarrollo rural. Cerca de 26.000 personas participan en actividades en las que firmantes del Acuerdo de Paz trabajan con las comunidades que les acogen.
WFP también está listo para brindar una asistencia eficaz, digna y segura a las víctimas de la violencia y los desastres climáticos. En lo que va de año, 146.000 personas han recibido raciones o transferencias monetarias, de las cuales el 66 % son población afrodescendiente e indígena.
En Cauca y Valle del Cauca he sido testigo del rol fundamental de las mujeres en el impulso de negocios agrícolas innovadores, que reemplazan cultivos ilícitos y cohesionan la comunidad. La experiencia me reafirmó en lo importante que es continuar trabajando juntos en proyectos sostenibles, que contribuyan a una mejor alimentación, generen progreso y construyan paz.
*Directora para América Latina y el Caribe del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en inglés).
Por Lola Castro*
