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                                                                                                                                El anticristo que habita en las megaiglesias evangélicas

                                                                                                                                Paula Barbosa Ardila

                                                                                                                                Con las declaraciones del excomandante paramilitar Salvatore Mancuso, el país, que debió temblar de dolor al confirmar su historia una y otra vez narrada pero no escuchada por cientos de víctimas, se quedó en un silencio sepulcral. Lo más chocante para mí, como creyente, fue ver por enésima vez la indiferencia del cristianismo evangélico institucional. Ni CEDECOL ni ningún megapastor ha hecho referencia a esta barbarie. Y es que crecí pensando que el cristianismo evangélico heredero del protestantismo era la recuperación de la fe de las garras del utilitarismo religioso de Roma, que utilizó la religión para colonizar América Latina. Me equivoqué profundamente.

                                                                                                                                A excepción de quienes llevamos años haciéndoles eco a las voces de quienes han sufrido la guerra, algunos medios tradicionales y los personajes que nos hicieron elegir y aplaudir en su momento el horror paramilitar ahora no solo callan frente a sus escalofriantes confesiones, sino que pretenden minimizar la verdad y la tildan de propaganda. El ladrón juzga por su condición, decía mi abuela. Y es que ellos, quienes nos han plagado de mentiras para justificar lo injustificable, ahora nos comandan a no creer, aun cuando sea uno de los suyos quien confiese la verdad.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El horror paramilitar que llegó con sevicia, con sangre regada al sonido de gaitas, con mujeres embarazadas a quienes le sacaron sus bebés a machete, con descabezamientos de niños en edad escolar y con llantos silenciados con balas y motosierra, fue aplaudido y justificado aún hoy por aquellos falsos moralistas que dicen habernos salvado del comunismo.

                                                                                                                                Ese horror que en su momento vistió de paño y de blanco, ya no puede esconder los miles de litros de sangre que carga y hoy se destapa como esa bestia apocalíptica de múltiples cabezas. Presidentes, congresistas, alcaldes, gobernadores, periodistas y pastores (sí, pastores también) todos hablaron y cantaron en el mismo idioma y al unísono de la muerte. Porque no olvidaremos que desde sus púlpitos ungieron al uribismo lleno de paramilitarismo, corrupción y narcotráfico y clamaron en ayuno que el candidato hoy inhabilitado por corrupción fuera ganador en la contienda presidencial de 2022.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Han sido esos mismos pastores los que nos han pintado diablos en todos lados y nos han hecho crujir de miedo a monstruos invisibles, quienes usando de manera prestada la ropa de Cristo se convirtieron en su propia antítesis, al vendernos la muerte como vida, la guerra como la paz, y la corrupción como moralidad. Quién iba a decir que el verdadero anticristo lo tenemos reinando en las mismas iglesias. Y es que, en su cinismo ya característico, a quien los cuestione o confronte lo acusan de hereje y de no tener entrada al cielo, como si fuera de ellos darla. Ya lo he dicho; si Jesús viviera en Colombia en el siglo XXI, lo llamarían “comunista”, “guerrillero”, “liberal” y “mamerto” y sería sentenciado a muerte en una lista escrita a mano por algún militar de alto rango, político o pastor prominente vendido al poder, y asesinado a manos de un sicario en alguna calle urbana o carretera rural. Tal como ha sido nuestra historia reciente.

                                                                                                                                Porque del Jesús que llamó a su gente a ser hacedores de paz, del que nunca salió una acusación a un homosexual, del que predicó humildad, amor y misericordia, solo nos queda un falso ídolo dibujado a imagen y semejanza de ellos mismos. Ese ídolo que de lejos se ve como Jesús, pero al verse de cerca es una imagen desfigurada en un prototipo de monstruo de la muerte, que promueve las armas y la guerra, justifica la avaricia desmedida y la existencia de la pobreza, excluye a los inmigrantes pobres y predica la mano dura y la pena de muerte a quien viva o piense diferente.

                                                                                                                                Esos pastores se inventaron su propio reino en el cual nos niegan el ingreso a quienes cuestionamos y denunciamos, o tenemos posturas políticas diferentes a las de su conveniencia de poder. Se inventaron también un cielo al que le niegan la entrada a alguien por su orientación sexual, pero le dan salón VIP a pastores abusadores, a asesinos y a políticos corruptos y criminales de lesa humanidad. Ya no nos asusta en nada que nos digan que no podremos compartir ese cielo con ellos. ¡Como si quisiéramos! La cuestión es que su voz y aprobación nunca han sido necesarias para cruzar la entrada al reino de Cristo. Al contrario, Jesús mismo los describió muy bien cuando los llamó hipócritas porque recorren las calles, las emisoras, la televisión y los megatemplos “buscando un nuevo discípulo para convertirlo en doble merecedor del infierno como ellos.” (Mateo 23:13-15). Y es que tristemente, sin percatarnos, y aun buscándolo afuera, el anticristo se quedó reinando en los púlpitos de los megatemplos disfrazado de Cristo, pero haciendo todo lo contrario, y burlándose así de quienes lo siguen y se hacen llamar cristianos.

                                                                                                                                Yo me quedo con el reino del Nazareno. Porque, precisamente gracias a ese Nazareno, esa entrada es libre y voluntaria para todos aquellos que como Él quieran dedicarse a amar al prójimo y a hacer la paz. Un reino sin megatemplos, sin jerarquías inventadas, sin obligaciones diezmales, sin miedos al diferente, pero con un celo por la verdad y por el amor reflejado en justicia comunal. Ese reino que no es de poder político, ya que de hecho es su verdadera antítesis, que permite y celebra la existencia de todo ser humano en libertad, y así refleja en destellos la naturaleza del Dios de Cristo.

                                                                                                                                Con las declaraciones del excomandante paramilitar Salvatore Mancuso, el país, que debió temblar de dolor al confirmar su historia una y otra vez narrada pero no escuchada por cientos de víctimas, se quedó en un silencio sepulcral. Lo más chocante para mí, como creyente, fue ver por enésima vez la indiferencia del cristianismo evangélico institucional. Ni CEDECOL ni ningún megapastor ha hecho referencia a esta barbarie. Y es que crecí pensando que el cristianismo evangélico heredero del protestantismo era la recuperación de la fe de las garras del utilitarismo religioso de Roma, que utilizó la religión para colonizar América Latina. Me equivoqué profundamente.

                                                                                                                                A excepción de quienes llevamos años haciéndoles eco a las voces de quienes han sufrido la guerra, algunos medios tradicionales y los personajes que nos hicieron elegir y aplaudir en su momento el horror paramilitar ahora no solo callan frente a sus escalofriantes confesiones, sino que pretenden minimizar la verdad y la tildan de propaganda. El ladrón juzga por su condición, decía mi abuela. Y es que ellos, quienes nos han plagado de mentiras para justificar lo injustificable, ahora nos comandan a no creer, aun cuando sea uno de los suyos quien confiese la verdad.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El horror paramilitar que llegó con sevicia, con sangre regada al sonido de gaitas, con mujeres embarazadas a quienes le sacaron sus bebés a machete, con descabezamientos de niños en edad escolar y con llantos silenciados con balas y motosierra, fue aplaudido y justificado aún hoy por aquellos falsos moralistas que dicen habernos salvado del comunismo.

                                                                                                                                Ese horror que en su momento vistió de paño y de blanco, ya no puede esconder los miles de litros de sangre que carga y hoy se destapa como esa bestia apocalíptica de múltiples cabezas. Presidentes, congresistas, alcaldes, gobernadores, periodistas y pastores (sí, pastores también) todos hablaron y cantaron en el mismo idioma y al unísono de la muerte. Porque no olvidaremos que desde sus púlpitos ungieron al uribismo lleno de paramilitarismo, corrupción y narcotráfico y clamaron en ayuno que el candidato hoy inhabilitado por corrupción fuera ganador en la contienda presidencial de 2022.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Porque del Jesús que llamó a su gente a ser hacedores de paz, del que nunca salió una acusación a un homosexual, del que predicó humildad, amor y misericordia, solo nos queda un falso ídolo dibujado a imagen y semejanza de ellos mismos. Ese ídolo que de lejos se ve como Jesús, pero al verse de cerca es una imagen desfigurada en un prototipo de monstruo de la muerte, que promueve las armas y la guerra, justifica la avaricia desmedida y la existencia de la pobreza, excluye a los inmigrantes pobres y predica la mano dura y la pena de muerte a quien viva o piense diferente.

                                                                                                                                Esos pastores se inventaron su propio reino en el cual nos niegan el ingreso a quienes cuestionamos y denunciamos, o tenemos posturas políticas diferentes a las de su conveniencia de poder. Se inventaron también un cielo al que le niegan la entrada a alguien por su orientación sexual, pero le dan salón VIP a pastores abusadores, a asesinos y a políticos corruptos y criminales de lesa humanidad. Ya no nos asusta en nada que nos digan que no podremos compartir ese cielo con ellos. ¡Como si quisiéramos! La cuestión es que su voz y aprobación nunca han sido necesarias para cruzar la entrada al reino de Cristo. Al contrario, Jesús mismo los describió muy bien cuando los llamó hipócritas porque recorren las calles, las emisoras, la televisión y los megatemplos “buscando un nuevo discípulo para convertirlo en doble merecedor del infierno como ellos.” (Mateo 23:13-15). Y es que tristemente, sin percatarnos, y aun buscándolo afuera, el anticristo se quedó reinando en los púlpitos de los megatemplos disfrazado de Cristo, pero haciendo todo lo contrario, y burlándose así de quienes lo siguen y se hacen llamar cristianos.

                                                                                                                                Yo me quedo con el reino del Nazareno. Porque, precisamente gracias a ese Nazareno, esa entrada es libre y voluntaria para todos aquellos que como Él quieran dedicarse a amar al prójimo y a hacer la paz. Un reino sin megatemplos, sin jerarquías inventadas, sin obligaciones diezmales, sin miedos al diferente, pero con un celo por la verdad y por el amor reflejado en justicia comunal. Ese reino que no es de poder político, ya que de hecho es su verdadera antítesis, que permite y celebra la existencia de todo ser humano en libertad, y así refleja en destellos la naturaleza del Dios de Cristo.

                                                                                                                                Por Paula Barbosa Ardila

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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