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“Invitamos a líderes políticos de diversas orillas y a nuestros columnistas a reconocer algo valioso en aquellos con quienes usualmente están en desacuerdo e, incluso, en confrontación. (...) En la política se combaten ideas, no personas”. Editorial El Espectador (22-12-2024)
DE: Jennifer Pedraza, representante a la Cámara por el Partido Dignidad
PARA: Francia Márquez, vicepresidenta
Aunque los mejores días de mi vida me los ha regalado el movimiento social, también me ha llevado a vivir en carne propia el nivel de violencia del que son víctimas los liderazgos sociales.
Por ejemplo, el año pasado ocupamos el vergonzoso primer lugar del mundo en asesinatos de líderes sociales ambientales, en especial de quienes pertenecen a comunidades indígenas o afrodescendientes. En ese contexto, una candidatura vicepresidencial como la de Francia Márquez rompió aguas en la política colombiana, al ser una mujer valiente y disruptiva, a la que no le temblaba la voz para decir lo que pensaba. A pesar de mis profundas diferencias con Gustavo Petro, voté en la segunda vuelta por este Gobierno, considerando el papel de Francia en esa fórmula.
Sin embargo, pasados dos años, mi decepción es profunda y bien conocida por el país. Desde la bancada independiente hemos sido críticos ante cada situación en que han traicionado la promesa del “cambio”, y en muchos de esos momentos he quedado a la espera de la voz de protesta de la vicepresidenta Francia Márquez, pero el silencio ha sido estremecedor. A pesar de todo, quise dedicar esta columna a ella y a su trayectoria. ¿Por qué?
Francia se forjó en el movimiento social; se abrió campo en medio de una cultura patriarcal y racista —que, contrario a lo que las falacias discursivas pretenden divulgar, también se expresa en la izquierda (yo misma he vivido lo primero)—, sufriendo violencia y resistiendo a las múltiples adversidades que viven las mujeres negras del pueblo colombiano. Es más: durante la campaña de precandidaturas presidenciales de 2022, vi cómo otros candidatos de izquierda a los que yo admiraba trataban con desprecio a Francia Márquez, a sus ideas y vivencias. Protesté siempre.
Con Francia sentí que mi recorrido por el movimiento estudiantil y la izquierda coincidía con varias de las dificultades a las que ella se vio enfrentada —con mayor gravedad— para hacerse escuchar. No es un secreto que, al igual que en la política tradicional, en la izquierda y el movimiento social a las mujeres nos han infantilizado, han tergiversado nuestra vehemencia tildándola de emocionalidad débil y nos han querido reducir a ser el adorno de una foto para cumplir con la “corrección política”.
Durante el tiempo en que Francia Márquez ha fungido como vicepresidenta y ministra, lamento que mi desilusión frente al Gobierno no la haya excluido. Su cartera no ha movido un dedo para aumentar las garantías de participación de la juventud; de hecho, la Reforma Joven agoniza en el Congreso, la postura del Ministerio frente a la explotación es indolente y, aunque avanza el sistema nacional de cuidado, la ejecución global es vergonzosa. Lo más impactante es su silencio frente al proyecto militar en la isla Gorgona, que ha tenido el rechazo de los pueblos afrodescendientes.
Aun así, los últimos días han dejado entrever una vicepresidenta diferente. Al igual que la mayoría de las defensoras de los derechos de las mujeres, Francia Márquez es consciente de que el presidente Petro ha tolerado de manera sistemática que su gobierno premie a machistas, misóginos y agresores de mujeres, y las críticas de Francia a la postulación de Daniel Mendoza como embajador en Tailandia fueron definitivas.
Hace ya varios años, también sufrí señalamientos e incluso maltrato psicológico por levantar la voz dentro de la organización a la que pertenecí. Me trataron de enemiga y traidora por cuestionar el machismo y la incoherencia. Sin embargo, me siento satisfecha al saber que se puede seguir contrayendo una opción política democrática y alternativa sin renunciar a la autocrítica. Aplaudir como focas nunca será la salida.
En la política, y en general en la esfera pública, es casi imposible ver que alguien reconozca un error, que por ello se pida disculpas a las personas que se representa o que se formule una crítica a sus aliados. Por el contrario, la costumbre es que se tapen con otros, que se minimicen los errores y el malabarismo de reinterpretar lo que se dijo porque “no era lo que se quería hacer entender”.
La transformación del país claramente pasa por asumir con rigurosidad las instancias de gobierno y cumplir con lo prometido; también pasa por no generar falsas expectativas. Pero requiere coherencia. En honor a quienes votaron por Francia, espero que continúe alzando la voz ante los errores o internos.
Por las causas de las mujeres y de muchos otros sectores sociales históricamente excluidos y olvidados, espero que la voz crítica de la vicepresidenta se mantenga. Además, esa actitud abre la puerta al diálogo entre sectores distintos pero con causas semejantes. Desde la independencia, también debemos reflexionar y reconocer errores, porque, al final, tenemos que trabajar juntas por nuevas alternativas para transformar a Colombia.
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