Columna para un adiós
Manuel Guzmán-Hennessey
Habrán notado los lectores que Juan Pablo Ruiz no ha escrito esta columna desde hace algunas semanas. La razón es que ha emprendido el camino hasta su última cumbre. Coloso del monte Everest y de las más altas montañas que hay en el mundo, hoy avanza hasta la cumbre que corona el periplo de sus sueños. Desde aquí puedo verlo. Hay nieve en las alturas y silencio. Tres o cuatro pájaros perdidos y una canción de gesta que nos quedó mal anudada entre los pliegues del alma. De Matucana al cielo, va subiendo la montaña con sus amigos, con los lectores que tuvo esta columna, legión de corazones como un erizado bosque en marcha de cactus. Pedí al director de este diario, Fidel Cano, que me dejara escribir aquí para decirle adiós, con esta historia. Hará unos diez años que se me ocurrió invitarlo a que escribiéramos conjuntamente un libro con nuestras columnas de opinión. Mi argumento era que los temas podían ser complementarios y ofrecer a los lectores un análisis de los últimos veinte años en los asuntos ambientales y climáticos. Ambos escribimos columnas desde el año 2004 (en El Tiempo y en El Espectador). La idea no cuajó, pero de tanto en tanto volvía y le dábamos otra vuelta hasta que, al fin, en pandemia, pusimos manos a la obra. Pero no salió un libro sobre columnas sino sobre una iniciativa en la que hoy participan buena parte de los ambientalistas colombianos: el Pacto por la Vida de la Universidad Nacional de Colombia. Buena parte del libro se gestó en la reserva natural de la sociedad civil Naranja, Café y Pimienta, por eso cuando nos dimos a la tarea de hacer la introducción quise escribir sobre lo que había significado para nosotros la experiencia de haber escrito allí; como quedó con cierto tinte literario le pedí a Juan Pablo que escribiera su parte. Se negó. Una y otra vez argumentaba que la literatura no era lo suyo, mucho menos la poesía. Debo a la mezcla que suelen prodigar tres buenos whiskies con el frío de la noche y el crujir de unas maderas la solución final. Se me ocurrió decirle a Juan Pablo, que entonces gozaba de salud perfecta: vamos a poner la cosa en estos términos, tú escribes porque te vas a morir y necesitas dejar un testimonio de lo que ha sido tu vida como ambientalista. Entonces me miró mientras caminaba hasta la cocina por otro whisky. “Escribe desde tu trabajo como presidente de la junta de acción comunal del barrio El Codito y la finca Matucana”, le dije. Cuando regresó con el vaso lleno estaba resuelto el libro. Escribió doce páginas que hoy me parecen el más hermoso testimonio de lo que significa una vida dedicada con pasión a la defensa integral de la vida.
La autobiografía de Ruiz Soto tiene por título Un ecologista con buldócer y se puede descargar en el enlace del libro Convergencias ciudadanas para la acción climática, publicado por la Fundación Friedrich Ebert-Stiftung y el Foro Nacional Ambiental. La calidad humana de Juan Pablo, su honestidad intelectual y su sentido de la amistad irán conmigo hasta el fin de mis días, con agradecimiento y con alegría. El poeta Álvaro Mutis escribió: “Que te acoja la muerte con todos tus sueños intactos”.
Habrán notado los lectores que Juan Pablo Ruiz no ha escrito esta columna desde hace algunas semanas. La razón es que ha emprendido el camino hasta su última cumbre. Coloso del monte Everest y de las más altas montañas que hay en el mundo, hoy avanza hasta la cumbre que corona el periplo de sus sueños. Desde aquí puedo verlo. Hay nieve en las alturas y silencio. Tres o cuatro pájaros perdidos y una canción de gesta que nos quedó mal anudada entre los pliegues del alma. De Matucana al cielo, va subiendo la montaña con sus amigos, con los lectores que tuvo esta columna, legión de corazones como un erizado bosque en marcha de cactus. Pedí al director de este diario, Fidel Cano, que me dejara escribir aquí para decirle adiós, con esta historia. Hará unos diez años que se me ocurrió invitarlo a que escribiéramos conjuntamente un libro con nuestras columnas de opinión. Mi argumento era que los temas podían ser complementarios y ofrecer a los lectores un análisis de los últimos veinte años en los asuntos ambientales y climáticos. Ambos escribimos columnas desde el año 2004 (en El Tiempo y en El Espectador). La idea no cuajó, pero de tanto en tanto volvía y le dábamos otra vuelta hasta que, al fin, en pandemia, pusimos manos a la obra. Pero no salió un libro sobre columnas sino sobre una iniciativa en la que hoy participan buena parte de los ambientalistas colombianos: el Pacto por la Vida de la Universidad Nacional de Colombia. Buena parte del libro se gestó en la reserva natural de la sociedad civil Naranja, Café y Pimienta, por eso cuando nos dimos a la tarea de hacer la introducción quise escribir sobre lo que había significado para nosotros la experiencia de haber escrito allí; como quedó con cierto tinte literario le pedí a Juan Pablo que escribiera su parte. Se negó. Una y otra vez argumentaba que la literatura no era lo suyo, mucho menos la poesía. Debo a la mezcla que suelen prodigar tres buenos whiskies con el frío de la noche y el crujir de unas maderas la solución final. Se me ocurrió decirle a Juan Pablo, que entonces gozaba de salud perfecta: vamos a poner la cosa en estos términos, tú escribes porque te vas a morir y necesitas dejar un testimonio de lo que ha sido tu vida como ambientalista. Entonces me miró mientras caminaba hasta la cocina por otro whisky. “Escribe desde tu trabajo como presidente de la junta de acción comunal del barrio El Codito y la finca Matucana”, le dije. Cuando regresó con el vaso lleno estaba resuelto el libro. Escribió doce páginas que hoy me parecen el más hermoso testimonio de lo que significa una vida dedicada con pasión a la defensa integral de la vida.
La autobiografía de Ruiz Soto tiene por título Un ecologista con buldócer y se puede descargar en el enlace del libro Convergencias ciudadanas para la acción climática, publicado por la Fundación Friedrich Ebert-Stiftung y el Foro Nacional Ambiental. La calidad humana de Juan Pablo, su honestidad intelectual y su sentido de la amistad irán conmigo hasta el fin de mis días, con agradecimiento y con alegría. El poeta Álvaro Mutis escribió: “Que te acoja la muerte con todos tus sueños intactos”.