¿“Construyendo País”? – Reflexiones sobre el desarrollo en Colombia
Por: Tobias Franz, PhD.*
La nuestra es una época de capitalismo acelerado, en la que sentimos que los momentos vividos se reducen a dar like en alguna publicación en las redes sociales, deslizar Tinder, o terminar la serie de Netflix, para profundizar la sensación de que siempre se nos acaba el tiempo. Para muchos de nosotros, como parte de las clases privilegiadas, la sociedad capitalista se mueve a la velocidad de la luz, con su tecnología innovadora que ofrece tanto posibilidades infinitas como decepciones. Al mismo tiempo nos aleja de nuestro propio ser, como plantea Karl Marx, y nos hace indiferentes a las luchas de aquellos que viven al margen de esta cultura capitalista hipertecnológica.
En nuestros tiempos de atención de corta duración, de mensajes fulminantes, donde las noticias se mueven rápidamente y nuestras mentes entumecidas solo capturan cambios sensacionales y explosivos, existe una violencia oculta y olvidada que amenaza la existencia de territorios y comunidades marginales. El foco que se pone en estos tiempos sobre la violencia fastuosa y espectacular no solo elude la violencia lenta experimentada por estas poblaciones relegadas, que comúnmente se exacerba, sino también, y bajo el pretexto del desarrollo de la nación, concibe a los seres humanos y los ecosistemas como desechables.
Este discurso sobre el desarrollo es sesgado, supone que la tecnología y el crecimiento económico proporcionan al estado-nación mejores posibilidades, al tiempo que subestima las visiones alternativas de las comunidades sobre sus territorios y bienestar. Estas narrativas selectivas, como dice Rob Nixon, "ocultan a las comunidades que incomodan o perturban la trayectoria implícita del ascenso nacional unitario". El discurso turbo-capitalista sobre el desarrollo presenta a estas comunidades olvidadas como carentes de sus necesidades básicas, que necesitan del desarrollo redentor para acceder a infraestructura, mercado, atención médica y educación. Esto ha llevado en muchos casos al choque de perspectivas entre los visionarios a corto plazo del desarrollo capitalista y aquellos que tienen estrechas relaciones con los ecosistemas que habitan desde hace milenios y expresan otras miradas sobre el bienestar humano y ambiental (la mayoría de ellos carecen de derechos de propiedad formales o títulos sobre la tierra que los ha sustentado).
El intelectual americano palestino Edward Said resalta que la lucha por la geografía y la tierra va más allá de la lucha armada, ya que la narrativa que rodea a la lucha siempre tiene un componente simbólico. En un sentido similar, Michael Watts se refiere a las "geografías violentas del capitalismo rápido". Por lo tanto, necesitamos tener una conceptualización más detallada de la violencia oculta que afecta las estructuras y los medios de vida de muchas comunidades y territorios olvidados.
En su libro, Rob Nixon se refiere a la violencia lenta como "historias, imágenes y símbolos adecuados a la violencia omnipresente, pero esquiva de los efectos tardíos". Esta violencia se mueve a través de límites espaciales y temporales, exponiendo la vulnerabilidad de los cuerpos y ecosistemas afectados.
Las intervenciones a los territorios a través de proyectos de infraestructura justificados como una necesidad industrial o un medio para lograr el desarrollo nacional desplazan y dispersan a las personas que, a través de sus propias historias, experiencias y territorios circundantes, han desarrollado visiones particulares de bienestar. Estos conocimientos locales son muchas veces ignorados por el discurso parcial del desarrollo nacional. Este desconocimiento de la experiencia, así como la narrativa del desplazamiento y despojo que precede al desplazamiento físico, hace que esa violencia también sea una violencia retórica. La violencia física y retórica se ve agravada por el desconocimiento de los efectos ambientales que implican los proyectos de desarrollo. La pérdida de diversidad biológica y cultural es una de las consecuencias que deja el discurso sobre el desarrollo de la infraestructura.
El costo humano y ambiental de esta violencia alimenta los conflictos sociales en lugares donde históricamente las personas sin poder político y sus tierras han sufrido de devastación. Por tanto, se refiere a las características temporales, geográficas y retóricas de esta violencia que saca a las personas de su lugar y desplaza no solo sus cuerpos sino también su conocimiento de la tierra que sustentaba sus vidas. Como argumenta Nixon, los "paisajes [de las comunidades], una vez sustentados, han sido destruidos de su capacidad para sustentarse".
Esta violencia que degrada la dignidad y el sustento de los pobres empaña principalmente las particularidades de clase, raciales y de género de los cuerpos atrapados en el medio, borrándolos, haciéndolos invisibles. Los actores y las dinámicas que provocan estas tragedias, que dañan los cuerpos y ecosistemas están vinculados a fuerzas transnacionales corrosivas, proyectos neocoloniales y la acumulación capitalista extractivista en rápido movimiento que militariza el comercio, pone en peligro el sustento de las tierras fértiles y amenaza los medios de vida y los conocimientos tradicionales de las comunidades.
En América Latina en general y en Colombia en particular, esta violencia lenta ha estado ocurriendo desde la colonia, con la invasión europea y la subsiguiente explotación de la tierra y atropello a las comunidades indígenas y sus ecosistemas. La híper aceleración de la acumulación capitalista neoliberal ha exacerbado la violencia lenta, especialmente en Colombia.
Con los talleres “Construyendo País”, donde el presidente Iván Duque viaja a las diferentes regiones “con el fin de escuchar las preocupaciones y las ideas de las comunidades”, el nuevo gobierno pretende mostrar que el desarrollo nacional será participativo. No obstante, al tiempo que se han adelantado proyectos de fracturación hidráulica (‘fracking’) para extraer hidrocarburos de grandes profundidades, se ha cuestionado la legitimidad de las consultas populares sobre proyectos mineros y energéticos, desconociendo que la propiedad del subsuelo y de los recursos naturales es de todos los colombianos. Por otro lado, el mismo presidente Duque declaró que la construcción de Puerto de Tribugá en Nuquí, Chocó es “una de (sus) obsesiones en materia de infraestructura” sin mencionar las amenazas que representa para los medios de vida y los territorios de pueblos indígenas y afrocolombianos históricamente marginados.
La pregunta es ¿quién decide la aprobación de un proyecto de fracking? ¿O los lugares de extracción de petróleo o carbón? ¿O las inversiones de gran escala en infraestructura? ¿Cuánto control tienen las comunidades locales sobre el acceso al mercado para satisfacer necesidades básicas, por un lado, y para mantener la soberanía sobre sus territorios, por el otro? ¿Y cómo negociarán esas comunidades visiones opuestas de la estructuración y reestructuración de su propia tierra y de la riqueza extraída de ella cuando los paisajes, que una vez los sostuvieron, se conviertan en inexistentes tras la llegada de inversionistas y excavadoras?
A menudo, parece que cuanto más tiempo una comunidad haya habitado un territorio y se haya adaptado a sus ecosistemas en constante cambio, menos se beneficiará con el pensamiento a corto plazo de lograr los objetivos nacionales de desarrollo. A medida que se cuestiona su pertenencia y se ignora su precariedad, la lógica capitalista los despojará de la mayoría de los beneficios del “desarrollo”. Estarán privados de la vasta cantidad de ganancias provenientes del fracking bajo sus tierras, la llegada de dólares de petróleo o los efectos secundarios producto de la implementación de un puerto de aguas profundas.
La estrategia “Construyendo País”, a pesar de pretextar el desarrollo de la nación, parece perpetuando la histórica negación de la voz de los colombianos más marginados. La violencia lenta, ignorada por los medios de comunicación en rápido movimiento y por nuestras mentes entumecidas, seguirá estando oculta. La responsabilidad y el compromiso para lograr la transición a una paz durable es visibilizar las violencias lentas y promover espacios en los que los más afectados puedan expresan sus visiones sobre el bienestar de sus comunidades y ecosistemas.
* Investigador postdoctoral en el Cider de la Universidad de Los Andes, economista con PhD de la Universidad de Londres.
Por: Tobias Franz, PhD.*
La nuestra es una época de capitalismo acelerado, en la que sentimos que los momentos vividos se reducen a dar like en alguna publicación en las redes sociales, deslizar Tinder, o terminar la serie de Netflix, para profundizar la sensación de que siempre se nos acaba el tiempo. Para muchos de nosotros, como parte de las clases privilegiadas, la sociedad capitalista se mueve a la velocidad de la luz, con su tecnología innovadora que ofrece tanto posibilidades infinitas como decepciones. Al mismo tiempo nos aleja de nuestro propio ser, como plantea Karl Marx, y nos hace indiferentes a las luchas de aquellos que viven al margen de esta cultura capitalista hipertecnológica.
En nuestros tiempos de atención de corta duración, de mensajes fulminantes, donde las noticias se mueven rápidamente y nuestras mentes entumecidas solo capturan cambios sensacionales y explosivos, existe una violencia oculta y olvidada que amenaza la existencia de territorios y comunidades marginales. El foco que se pone en estos tiempos sobre la violencia fastuosa y espectacular no solo elude la violencia lenta experimentada por estas poblaciones relegadas, que comúnmente se exacerba, sino también, y bajo el pretexto del desarrollo de la nación, concibe a los seres humanos y los ecosistemas como desechables.
Este discurso sobre el desarrollo es sesgado, supone que la tecnología y el crecimiento económico proporcionan al estado-nación mejores posibilidades, al tiempo que subestima las visiones alternativas de las comunidades sobre sus territorios y bienestar. Estas narrativas selectivas, como dice Rob Nixon, "ocultan a las comunidades que incomodan o perturban la trayectoria implícita del ascenso nacional unitario". El discurso turbo-capitalista sobre el desarrollo presenta a estas comunidades olvidadas como carentes de sus necesidades básicas, que necesitan del desarrollo redentor para acceder a infraestructura, mercado, atención médica y educación. Esto ha llevado en muchos casos al choque de perspectivas entre los visionarios a corto plazo del desarrollo capitalista y aquellos que tienen estrechas relaciones con los ecosistemas que habitan desde hace milenios y expresan otras miradas sobre el bienestar humano y ambiental (la mayoría de ellos carecen de derechos de propiedad formales o títulos sobre la tierra que los ha sustentado).
El intelectual americano palestino Edward Said resalta que la lucha por la geografía y la tierra va más allá de la lucha armada, ya que la narrativa que rodea a la lucha siempre tiene un componente simbólico. En un sentido similar, Michael Watts se refiere a las "geografías violentas del capitalismo rápido". Por lo tanto, necesitamos tener una conceptualización más detallada de la violencia oculta que afecta las estructuras y los medios de vida de muchas comunidades y territorios olvidados.
En su libro, Rob Nixon se refiere a la violencia lenta como "historias, imágenes y símbolos adecuados a la violencia omnipresente, pero esquiva de los efectos tardíos". Esta violencia se mueve a través de límites espaciales y temporales, exponiendo la vulnerabilidad de los cuerpos y ecosistemas afectados.
Las intervenciones a los territorios a través de proyectos de infraestructura justificados como una necesidad industrial o un medio para lograr el desarrollo nacional desplazan y dispersan a las personas que, a través de sus propias historias, experiencias y territorios circundantes, han desarrollado visiones particulares de bienestar. Estos conocimientos locales son muchas veces ignorados por el discurso parcial del desarrollo nacional. Este desconocimiento de la experiencia, así como la narrativa del desplazamiento y despojo que precede al desplazamiento físico, hace que esa violencia también sea una violencia retórica. La violencia física y retórica se ve agravada por el desconocimiento de los efectos ambientales que implican los proyectos de desarrollo. La pérdida de diversidad biológica y cultural es una de las consecuencias que deja el discurso sobre el desarrollo de la infraestructura.
El costo humano y ambiental de esta violencia alimenta los conflictos sociales en lugares donde históricamente las personas sin poder político y sus tierras han sufrido de devastación. Por tanto, se refiere a las características temporales, geográficas y retóricas de esta violencia que saca a las personas de su lugar y desplaza no solo sus cuerpos sino también su conocimiento de la tierra que sustentaba sus vidas. Como argumenta Nixon, los "paisajes [de las comunidades], una vez sustentados, han sido destruidos de su capacidad para sustentarse".
Esta violencia que degrada la dignidad y el sustento de los pobres empaña principalmente las particularidades de clase, raciales y de género de los cuerpos atrapados en el medio, borrándolos, haciéndolos invisibles. Los actores y las dinámicas que provocan estas tragedias, que dañan los cuerpos y ecosistemas están vinculados a fuerzas transnacionales corrosivas, proyectos neocoloniales y la acumulación capitalista extractivista en rápido movimiento que militariza el comercio, pone en peligro el sustento de las tierras fértiles y amenaza los medios de vida y los conocimientos tradicionales de las comunidades.
En América Latina en general y en Colombia en particular, esta violencia lenta ha estado ocurriendo desde la colonia, con la invasión europea y la subsiguiente explotación de la tierra y atropello a las comunidades indígenas y sus ecosistemas. La híper aceleración de la acumulación capitalista neoliberal ha exacerbado la violencia lenta, especialmente en Colombia.
Con los talleres “Construyendo País”, donde el presidente Iván Duque viaja a las diferentes regiones “con el fin de escuchar las preocupaciones y las ideas de las comunidades”, el nuevo gobierno pretende mostrar que el desarrollo nacional será participativo. No obstante, al tiempo que se han adelantado proyectos de fracturación hidráulica (‘fracking’) para extraer hidrocarburos de grandes profundidades, se ha cuestionado la legitimidad de las consultas populares sobre proyectos mineros y energéticos, desconociendo que la propiedad del subsuelo y de los recursos naturales es de todos los colombianos. Por otro lado, el mismo presidente Duque declaró que la construcción de Puerto de Tribugá en Nuquí, Chocó es “una de (sus) obsesiones en materia de infraestructura” sin mencionar las amenazas que representa para los medios de vida y los territorios de pueblos indígenas y afrocolombianos históricamente marginados.
La pregunta es ¿quién decide la aprobación de un proyecto de fracking? ¿O los lugares de extracción de petróleo o carbón? ¿O las inversiones de gran escala en infraestructura? ¿Cuánto control tienen las comunidades locales sobre el acceso al mercado para satisfacer necesidades básicas, por un lado, y para mantener la soberanía sobre sus territorios, por el otro? ¿Y cómo negociarán esas comunidades visiones opuestas de la estructuración y reestructuración de su propia tierra y de la riqueza extraída de ella cuando los paisajes, que una vez los sostuvieron, se conviertan en inexistentes tras la llegada de inversionistas y excavadoras?
A menudo, parece que cuanto más tiempo una comunidad haya habitado un territorio y se haya adaptado a sus ecosistemas en constante cambio, menos se beneficiará con el pensamiento a corto plazo de lograr los objetivos nacionales de desarrollo. A medida que se cuestiona su pertenencia y se ignora su precariedad, la lógica capitalista los despojará de la mayoría de los beneficios del “desarrollo”. Estarán privados de la vasta cantidad de ganancias provenientes del fracking bajo sus tierras, la llegada de dólares de petróleo o los efectos secundarios producto de la implementación de un puerto de aguas profundas.
La estrategia “Construyendo País”, a pesar de pretextar el desarrollo de la nación, parece perpetuando la histórica negación de la voz de los colombianos más marginados. La violencia lenta, ignorada por los medios de comunicación en rápido movimiento y por nuestras mentes entumecidas, seguirá estando oculta. La responsabilidad y el compromiso para lograr la transición a una paz durable es visibilizar las violencias lentas y promover espacios en los que los más afectados puedan expresan sus visiones sobre el bienestar de sus comunidades y ecosistemas.
* Investigador postdoctoral en el Cider de la Universidad de Los Andes, economista con PhD de la Universidad de Londres.